viernes, 14 de agosto de 2020

Los juegos feroces. El día del Watusi-1, Francisco Casavella

 

Hace tiempo que no me esperáis, estoy ausente en un verano descomunal y lleno de sinsabores, un verano atípico como lo es la vida extrañada que llevamos estos meses, este año. Pensaba en las expectativas, concretamente en el marco de expectativas, en los umbrales de nuestros deseos, en las zonas de confort que nos inventamos para ser nosotros mismos, o al menos, alguien reconocible en el espejo. Es difícil. Esperamos en el otro y del otro, esperamos que nuestra pareja sea nuestro deseo, nuestra proyección, no queremos ver quién es ella en realidad, qué es lo que espera de sí misma o qué es por sí misma, su ser, su configuración, es un alien para nosotros que intentamos, muchas veces, configurar según qué deseamos, es decir, según las expectativas que tenemos de ella. Pareja, digo, pero digo amigos, compañeros o quien sea que pase por nuestro camino. Así si no conduce decimos, pensamos, vaya, qué torpe debe ser, si no tiene pareja, pensamos, homosexual seguro, o pobrecito/a, debe ser insoportable para estar solo/a; si estudia, porque estudia, si trabaja y es muy joven, ha tirado su vida al retrete, no es capaz de tener el valor y la voluntad para llegar a nada, fíjate; si deja la carrera universitaria y pasa a formación profesional, es que no servirá, de algo ha de vivir; el común, qué poco habla, seguro que es porque tiene mucho que ocultar;l as expectativas. Nosotros proyectamos nuestras sombras que fagocitan al otro, que se extienden hacia sus límites e intentamos invadirlos no para comprender, en muchas ocasiones, sino para adaptarlos a nosotros. Es difícil decirse a uno mismo:,«lo que yo soñaba respecto a mi vida no fue más que una construcción de adolescencia, una ilusión, he tenido que hacer la vida conforme venía, igual soy un cobarde, o soy simplemente un hombre, nada, al fin y al cabo, lo acepto e intento vivir mirando al frente». Pero es difícil, muy difícil.

Casavella, qué descubrimiento, qué triste. Los profesores de literatura lo sabemos todo de Quevedo o Cervantes, de Lope o de Galdós, sí, pero lo contemporáneo nos resulta más complejo, será, digo, porque lo tenemos en nosotros, porque la literatura que se crea en nuestra contemporaneidad es mucho más difusa, porque muchos de los críticos envidian o ignoran, porque arriesgarse a ser tú el creador del canon es una eventualidad que para qué vamos a correr. Así cuando alguien nos dice que le recomendemos un libro, pensamos, bueno, es un lector de ocasión, le recomiendo el último best seller y quedo bien seguro, pensará de mí que soy una persona muy enterada, porque claro, ciertas recomendaciones corren el riesgo del abismo, de que piensen de nosotros, otra vez el hombre rollo y, sinceramente, para qué. Así que en esa vorágine se nos escapan literaturas, nos abruman los márquetin de las editoriales que nos dicen que leamos tal o cual libro, la última obra maestra que no decepciona, el ultimo tocho de mil páginas que es la cumbre de la literatura universal y, claro, nos perdemos con tanta información, olvidamos lo que ocurrió una decena de años antes, demasiado trabajo. Creo que fue en el Blog de Alberto Olmos donde hablando de libros imprescindibles para él nombraba al autor. Yo lo conocía, claro, sabía que había estado relacionado con el mundo de la cultura entendida como el mundo de los márgenes en otro tiempo, sí, había oído hablar del Watusi, pero no había bailado a su son. Grave error compañeros. Error imperdonable.

Bailamos al son extravagante de un héroe de leyenda, de un mercenario imaginado por la mente de la pobreza, la W magnífica que devendrá símbolo de todas y cada una de las épocas que retrata MAGISTRALMENTE nuestro autor. Ahora nos tocan las chabolas, la Barcelona de 1971 los primeros movimeintos en la calle, los puertos y las putas, los barrios de clase alta, la manipulación, el dolor y el miedo fascinado de Fernando y Pepe, que buscan un referente en su vida de miseria. Porque la estructura obedece a la picaresca, sí, no me cabe duda: el protagonista es un pícaro moderno que roba coches y juega al hurto; es una falsa autobiografía donde el antihéroe es el protagonista que cuenta sus aventuras, sus andanzas, aunque en realidad utiliza la técnica para retratar una ciudad y una época; observamos un claro determinismo, sí, es cierto que el pícaro ascenderá socialmente, pero no deja de ser un miserable, por eso su evolución deberá ser esta, lo veremos en el tercer volumen; hay cierto pesimismo respecto a la naturaleza humana y, desde luego, un ejercicio de enseñanza moral; la técnica es satirizante con uso abundante de la ironía, de hecho hay muchos pasajes donde vemos a Mendoza, o en Mendoza vemos a Casavella, me da exactamente lo mismo; su marco de expectativas es claro, debe ascender socialmente porque es resultado de unos padres sin honra, la de us padre muerto poco importa, pero su madre limpia para sobrevivir y parece que se entiende con uno de los jefes de la chusma. Así que ya tenemos el cóctel perfecto para las andanzas de Fernando en busca de un Dorado extraño, difuso y nebuloso como el Watusi que no existe, o sí porque lo ven flotando con su mítica cazadora de ogro tiempo, en las aguas del puerto. Pero, ¿es él el violador de Julia, el asesino invisible, el diablo de los pobres? Su camino a través de una Barcelona predemocrática e un fresco descomunal donde empezamos a intuir todo tipo de verdades que nos configuran como país, y que la configuran como ciudad: el puerto, los marineros, las putas, el chino, las bandas callejeras, la pobreza de los poblados, la miseria, los primeros esbozos de la droga. Todo lo que debe eclosionar, eclosionará con una armonía inaudita, brillante y emocional que crea una gran novela.

El autor es un visionario porque es capaz de ver lo que vendrá y lo que dice permanece sin envejecer. El fresco está vivo, así puede controlar el relato y consigue llevar al Lector -Déjame en buen lugar ante el Lector/ Siempre hay un Lector/ ¿Me has conocido, Lector?-, su interlocutor, en la dirección que el autor quiere y necesita consiguiendo, el mérito, que todo lo que dice esté de permanente actualidad.


Porque solo importa la dimensión de la mentira y lo que la gente enfadada por los medios está dispuesta a creer.

Como he comentado comienza a despuntar el mundo de las drogas y la heroína.

Pues ella, la chica de la isla que buscaba al chico, pero se la jodían todos, aún salía de la habitación y me decía qué eran las manchas de sangre. Y ella, drogada, mucho, piensa que una mancha es un delfín, el humo de un disparo, su papá, un Susie, Q, y piensa que otra mancha es el otoño, una isla y su palmera, un cisne, bien seguro, y el mundo de un misterio. Ella mira las manchas como el que mira las nubes. Ella piensa que aún es buena.

Magnífico fresco de la España que vivimos, de su inmediato pasado que s presente, y de una ciudad que no es lo que cree ser, sino otra cosa que Casavella irá destripando en cada uno de los tres volúmenes. Imprescindible.

El día del Watusi se compone de tres libros, el primero, del que os hablo, se publica por Mondadori en 2002 y, años después, publicará los tres volúmenes Anagrama en 2016.

«El 15 de agosto de 1971 es el día más importante de mi vida. El día del Watusi. El arco que se tiende sobre la madrugada en que Pepito y yo, resguardados de la lluvia por un plástico azul, pescamos sobre un dique derrumbado, y acaba sin gloria el amanecer también lluvioso del día siguiente. Los sucesos nos han devuelto al mismo lugar. Allá abajo, sólo un vaivén entre dos aguas, se mece un cuerpo con cadencia eterna.» En los últimos tiempos del franquismo, en una ciudad destruida y sonámbula, Fernando Atienza vive con su madre en las chabolas de la montaña de Montjuïc, residencia de emigrantes y refugio de malhechores. Es el verano del 71. Fernando y su amigo Pepito el Yeyé se dedican a pescar en las aguas sucias del puerto de Barcelona cuando tiene lugar un hecho terrorífico: la hija del cabecilla hampón del barrio ha sido violada y asesinada. Los dedos acusadores apuntan al Watusi: rey del ritmo, mercenario, guardián de la alegría y mensajero de la muerte... Fernando y Pepito parten en su busca para avisarle de que fuerzas despiadadas quieren vengarse de él. Ese día, 15 de agosto, la pareja recorrerá la ciudad desierta y descubrirá todos los aspectos del peligro y de la vida misma: la magia, el sexo, el placer, la mentira y el desengaño. Veinticuatro años más tarde, en la cima del monte del Tibidabo, Fernando Atienza recibirá un encargo, escribir un Informe Confidencial que le servirá para razonar acerca de su vida y de la trayectoria social y política de un país en decadencia. Los juegos feroces es la primera parte de una historia deslumbrante, cuya trama llena de peripecias, humor y suspense viene a confirmar el gran talento narrativo de Francisco Casavella.

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