Llevo tiempo comentando en este blog que mi
vida no me permite llevar el control de mis lecturas como desearía; es una vorágine
estelar, un sinsentido que me lleva a una inercia imparable. Vivo en la
carretera, como dice la canción de Miguel Ríos, y vivo en la angustia permanente
de un miedo indeterminado motivado por la pérdida del status quo, eso hace que
la literatura, una vez más, se convierta en el único refugio factible que
encuentro, la única verdad que me alumbra en el silencio en que habito. Este
estado pasará, todo pasará, realmente, abandonaré mis trabajos, mis horas
interminables de coche y las responsabilidades que me ciegan ante una verdad
mucho más limpia de lo que aparenta. No es todo tan complejo, es mucho más
sencillo, pero lo complicamos adrede porque necesitamos complicarlo. La
literatura, pues, es la verdad que me despierta cuando duermo alucinado por
tanta información inútil.
Y por eso retomo Bukowski a mi pesar, a pesar
de que me lo administro como lo hago con Miller, a pesar de no querer leerlo para poder tenerlo más
adelante en esta creencia firme de que el placer diferido es el único placer;
pero soy humano y estúpido, por eso lo abordo, abordo esta obra de senectud,
jaja, si me leyera me enviaría a la mierda, llena de sentido común. No os voy a
decir que son meditaciones como las de Marco Aurelio, pero me sirven en este
momento. Su visión brillante y limpia de una verdad sin decorados me fascina y
me ha hecho sentirme hombre, sí, lo sé, es como políticamente incorrecto, pero
me he sentido hombre, consciente de mis limitaciones y mis defectos, si lo son,
de que desde la montaña se ve mejor a quienes suben, y que lo que tengo,
bendito Li Chin, es mutable, relativo y fugaz. (Menudo rollo pseudo espiritual,
pero como es mi blog, escribo sobre lo que quiero)
Siguiendo su estilo escribe para vivir, lo
manifiesta una y otra vez, e identifica escritura con vivencia, respirar con
escribir, ser con escribir. Escribir lo es todo, y así hace una especie de
diario en que nos cuenta su día a día; es un poco como el día de la marmota, es
un contínuum, un mantra repetitivo. Se levanta y va al hipódromo, apuesta y
observa, cuenta alguna anécdota o no, reflexiona sobre algún aspecto de la
vida, o no, y nos ofrece su visión de la escritura nocturna, del ordenador, de
la pantalla, con ese cinismo conmovedor y esa inteligencia que te golpea los
huevos sin pasión; si no te gusta ser zarandeado, lee lo más vendido de las
librerías o de la red, verás cómo tus huevos permanecen intactos.
Yo solía reírme más, solía hacer más de todo,
excepto escribir. Ahora escribo y escribo y escribo, cuanto más viejo soy más
escribo, bailando con la muerte. Buen espectáculo. Y creo que lo que hago está
bien. Un día dirán “Bukowski ha muerto”, y entonces seré descubierto de verdad,
y me colgarán de brillantes farolas apestosas. ¿Y qué? La inmortalidad es el
estúpido invento de los vivos.
Su distancia con el mundo es una necesidad
reivindicada una y otra vez, “ El mejor lector y el mejor humano son los que me
recompensan con su ausencia” porque él se debe a sí mismo, a su vida, a su ser
escritor al que no puede traicionar y por el que cambió su vida. Como os decía,
pues, es un libro en que el autor se siente viejo, y sus reflexiones sobre la
muerte y la vida, en fin, están llenas de literatura y esa mala leche sin
concesiones que te dejan el estómago revuelto, pero quiero sentir ese estómago
revuelto, necesito poder respirar y que la vida me entre hasta el hígado,
quiero cerrar los ojos y poder ver de una vez lo que es, quiero dejar a tras el
ruido.
No hay que lamentarse por la muerte, como no
hay que lamentarse por una flor que crece. Lo terrible no es la muerte, sino
las vidas que la gente vive o no vive hasta su muerte. No hacen honor a sus
vidas, les mean encima. Las cagan. Estúpidos gilipollas. Se concentran
demasiado en follar, ir al cine, el dinero, la familia, follar. Sus mentes
están llenas de algodón. Se tragan a Dios sin pensar, se tragan la patria sin
pensar. Muy pronto se olvidan de cómo pensar, dejan que otros piensen por
ellos. Sus cerebros están rellenos de algodón. Son feos, hablan feo, caminan
feo. Ponles la gran música de los siglos y no la oyen. La muerte de la mayoría
de la gente es una farsa. No queda nada que pueda morir.
Otro de los aspectos que más me interesan es
el hecho de la escritura, la creación literaria. En sus obras hay un trabajo
incansable, es incansable, escribir es su profesión y su vida, escribe desde
las entrañas y nos muestra su trabajo. Las reflexiones metaliterarias son
constantes y son un marco idóneo para la reflexión. Si eres escritor,
entenderás las razones por las que os selecciono estos pequeños fragmentos.
Estos tíos piensan que tienes que pasarte la
vida en la cruz, y sangrando, para tener alma. Te quieren medio loco,
babeándote la camisa. Yo ya me he cansado de la cruz, tengo el depósito hasta arriba.
Si puedo seguir bajado de la cruz, me queda combustible de sobra para
continuar. Demasiado combustible. Que se suban ellos a la cruz, les daré mi
enhorabuena. Pero el dolor no crea la escritura; la crea un escritor…
Cada nueva línea es un comienzo y no tiene
nada que ver con ninguna de las líneas que la han precedido. Todos empezamos
desde cero cada día. Y, por supuesto, no tiene nada de sagrado. El mundo puede
vivir mucho mejor sin escritura que sin fontanería. Y en algunos lugares del
mundo hay muy poco de ambas cosas. Claro que yo preferiría vivir sin
fontanería, pero yo estoy enfermo.
Nada impediría a un hombre escribir a menos
que ese hombre se lo impida a sí mismo. Si un hombre desea verdaderamente
escribir, lo hará. El rechazo y el ridículo no harán más que fortalecerle. Y
cuanto más tiempo se le reprima, más fuerte se hará, como una masa de agua que
se acumula contra una presa. No hay derrota posible en la escritura;
Sus opiniones sobre literatura o la música
clásica (a la que ama) son estupendas, esa amargura me parece cínica, es un
canto a que todo lo bueno ya fue y que no se puede hacer nada en ese sentido,
como sabéis hay grafitis del antiguo Egipto en que ya se decía eso de sus
jóvenes, el tópico es gracioso.
Cuando has leído una cierta cantidad de
literatura decente, simplemente no hay más. Tenemos que escribirla nosotros
mismos. No queda jugo en el aire.
Con la gente, sólo encontré a los vivos que
ahora estaban muertos; en los libros, en la música clásica. Pero eso me ayudó,
durante un tiempo. Pero no había más que un número limitado de libros
estimulantes y mágicos, y luego se acababa. La música clásica era mi principal
refugio. Escuchaba la mayor parte de ella en la radio, y sigo haciéndolo. Y
nunca deja de sorprenderme, incluso ahora, cuando oigo algo fuerte y nuevo que
no había oído antes, y ocurre bastante a menudo.
Pero la obra no se olvida de su pesimismo
introvertido, su desaliento lleno de amargura existencial, su prosa nos turba
porque sé que soy el destinatario de sus fechas.
Si tan sólo, por un día, viera a UNA persona
hacer o decir algo que se saliera de lo habitual, me ayudaría a sobrellevar las
cosas. Pero están rancios, llenos de mugre. No hay la más mínima elevación.
Ojos, orejas, piernas, voces, pero… nada. Se coagulan dentro de sí mismos, se
engañan para ir tirando, fingiendo estar vivos.
Así las mujeres, el alcohol o la gente
aparecen y desaparecen como parte de un decorado innecesario para su escritura,
porque en el desarrollo de la trama no importa esta, la historia, importa la
escritura, el hecho de hacer y descubrir el espacio ficcional que se convierte
en verdad.
Nunca encontré
realmente a un amigo. En cuanto a las mujeres, había esperanza cuando conocía a
una nueva, pero sólo al principio. Desde muy joven lo entendí, dejé de buscar a
la Chica de Ensueño; sólo quería una que no fuera una pesadilla.
Las reflexiones
son múltiples, los libros hay que leerlos, pero me gusta traer pequeños
fragmentos que van construyendo mi canon, mi puzle particular. Como nuestro
autor vive en Hollywood también os he traído un fragment sobre el cine
delicioso.
Las
películas son igual de malas. Escucho o leo a los críticos. Una gran película,
te dicen. Y voy a ver la mencionada película. Y me quedo allí sentado
sintiéndome un maldito imbécil, sintiendo que me han robado, engañado. Ya sé lo
que va a pasar en cada escena antes de que ocurra. Y las previsibles
motivaciones de los personajes, lo que les impulsa a actuar, lo que buscan, lo
que consideran importante, es tan juvenil y patético, tan burdo y aburrido. Las
escenas de amor son mortificantes, anticuadas, papilla preciosista.
Gracias Charles.
Por cierto, los dibujos de Crumb geniales. En Anagrama, y aquí os dejo cositas de interés.
ISBN
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978-84-339-7678-9
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EAN
|
9788433976789
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PVP SIN IVA
|
8,56 €
|
PVP CON IVA
|
8,90 €
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NÚM. DE PÁGINAS
|
168
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COLECCIÓN
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CÓDIGO
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CM 576
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TRADUCCIÓN
|
Roger Wolfe
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PUBLICACIÓN
|
01/01/2012
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Charles
Bukowski murió en 1994, a tan sólo seis años del nuevo milenio y de la fecha en
que le hubiera gustado irse al otro barrio, «con 80 años de edad», como él
mismo había dicho en algu- na que otra ocasión. Los dioses no le permitieron
ese último deseo; tenía 73 años cuando murió. En cualquier caso, tras la vida
que llevó, sus lectores podemos dar gracias de que anduviera más de siete
décadas entre los vivos. Bukowski ha dejado una obra ciertamente dilatada: más
de 30 títulos que in- cluyen poesía, novela, cuentos, un guión cinematográfico,
volúmenes de cartas y el presente diario, El capitán salió a comer y los
marineros tomaron el barco, su más reciente publicación póstuma. El libro sale
de los archivos de su editor y amigo durante más de 20 años, John Martin, que
asegura tener a buen recaudo más material fresco de Bukowski, que se irá
publicando a lo largo de los próximos años. En "El capitán salió a comer y
los marineros tomaron el barco", una metáfora del lamentable estado de la
nave que nos lleva, Bukowski es más que nunca un filósofo. El libro es un
diario de los últimos meses de su vida, cuajado de reflexiones hechas desde la
cima de su experiencia. Todo ha cambiado para seguir igual; Bukowski vive en
una casa cómoda, con piscina y jacuzzi y un buen coche en el garaje, pero la
desesperación es la misma: «No sé lo que le pasará a otra gente, pero yo,
cuando me agacho para ponerme los zapatos por la mañana, pienso: Ah, Dios mío,
¿y ahora qué?. Estoy jodido por la vida, no nos entendemos. Tengo que darle
bocados pequeños, no engullirla toda. Es como tragar cubos de mierda. Nunca me
sorprende que los manicomios y las cárceles estén llenos, y que las calles
estén llenas...» Charles Bukowski conocía el único secreto que merece ser conocido:
que lo único que importa es que nada tiene importancia. Puede que eso,
paradójicamente o no, contribuyera a convertirlo en uno de los escritores
norteamericanos más leídos del mundo entero, y en uno de los maestros
literarios indiscutibles del siglo XX.
Este libro, que
sale de los archivos de John Martin, su editor y amigo, es un diario de los
últimos meses de vida de Bukowski, cuajado de reflexiones hechas desde la cima
de su experiencia. Ahora vive en una casa cómoda, con piscina y jacuzzi y un
buen coche en el garaje, pero la desesperación es la misma. Él conocía el único
secreto que merece ser conocido: que lo único que importa es que nada tiene
importancia. Puede que eso –paradójicamente o no– contribuyera a convertirlo en
uno de los escritores norteamericanos más leídos y en uno de los maestros
literarios indiscutibles del siglo XX. Los textos van acompañados por
ilustraciones de Robert Crumb.
«Una especie de
testamento, de paso a limpio de su experiencia» (Félix Romeo, ABC).
«Viperina
lucidez» (El Periódico).
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