Da gusto volver a visitaros. Hace tiempo que estoy desbordado de trabajo, leyendo, corrigiendo, traduciendo, y eso no me permite leer a la velocidad que me gustaría. Eso no significa que abandone, es más, es un reflejo exacto del fin del blog: servir de espacio compartido de memoria, donde pueda reseñaros mis ideas y lecturas conforme las voy realizando. Nadie dijo que construir un canon muy particular fuera una tarea sencilla, es más, las dificultades hacen que pueda pensar y reflexionar sobre mis próximas lecturas, que os anuncio, seguro que son interesantes.
La novela satírica, tan apreciada por los sajones, es un género que se sacraliza en una manera concreta de entender la vida, en una reducción, al menos en el caso de la anglosajona, a un absurdo negro que me parece sobresaliente. Tal vez el ejemplo por antonomasia sería Wilt, con esa malaleche que le caracteriza, aunque tenemos otros ejemplos notables fuera del ámbito inglés como las aventuras del soldado Svejk. El libro que os traigo, pues, es fiel reflejo de esa tradición inglesa. Toma los tópicos absurdos que producen el humor y los convierte en elementos constitutivos de algo serie, vamos, ingredientes perfectos para el humor.
En nuestro caso nos encontramos con dos novelas en una: Higo y nabo. Imaginemos. La primera cuenta el cuento narrado por el pasajero de un tren, de una mujer que desarrolla un pollón en su vagina. El segundo, algo más discreto, pero igualmente efectivo y violento, nos cuenta la historia de un jugador de rugby que desarrolla una vagina preñable en la pierna. Ambas novelas obedecen a la misma estructura temática: soledad y angustia, masturbación, relaciones sexuales insatisfactorias, nacimiento del otro sexo, aceptación y disfrute y, por último, violación, o no por último, ya que en la primera el narrador es el violador personaje.
En Higo la ausencia de sentimientos rige la historia narrada, igual que lo violento rige al narrador. Lo narrado nace del sexo insustancial y falto de emociones, de la soledad como fin,
él eyaculó después de tres embestidas rasposas como papel de lija, pero, por alguna extraña razón, algún error sináptico, Carol también se corrió. El orgasmo trepó por su cuerpo mientras contemplaba con dolorida abstracción un cartel con pretensiones artísticas. Fue el primer orgasmo que tuvo con un hombre en su interior. Más tarde, en un acceso de desorientación etílica, se puso en cuclillas y orinó sobre una pila de libros de texto de Dan que estaban en un rincón del cuarto.
del alcohol y de la rutina como principios que ayudan a la conversión sexual de la personaje, siempre con cierto gusto por intercalar ambas acciones, hecho que ayuda a crear una distancia de lo narrado.
Carol a seguir siempre, siempre, la ley del mínimo esfuerzo en todo lo que hacía o decía o incluso pensaba, lo que da a este relato su peculiar combinación de despropósitos y disparates...
Así fue como quedó establecida una pauta: Dan salía a beber y Carol, en cuanto él desaparecía de la vista, se regalaba una buena paja. A lo largo de unas ocho o diez semanas puso en escena representaciones de una serie de piezas cortas masturbatorias, todas producto de su propia inventiva. Su imaginación no era muy fértil, pero no debemos reírnos de sus legiones de fornidos negros, priápicos y sonrientes, ni de sus playboys latinos, que corrían hacia ella montados en ponies de polo salpicados de espuma y en cuanto desmontaban volvían a montar... a Carol.
Y por supuesto con un sentido del humor de lo más británico que nos sirve para identificarnos con los diferentes personajes.
La mañana siguiente a la noche en que intentó aprenderse de memoria el funcionamiento del lavavajillas durmiendo con la mejilla apretada contra el manual de instrucciones durante ocho horas, Dan se despertó refunfuñando.
—¡Mierda...! —exclamó ante una cocina pletórica de sol—. ¡Vaya una cogí anoche!...
La costumbre es un grandioso supresor de cualquier pensamiento reflexivo
La segunda novela es más lineal, con un estilo mucho más clásico pero igual de absurdo, si la primera nos habla del pene castigador, aquí se nos presenta la vagina reveladora. Comienza de manera interesante recordando a Kafka, titulando el primer capítulo Metamorfosis,(gracias maestro por habernos dado tanto) e intentando una paráfrasis del maravilloso inicio de la novela. En alguna ocasión he hablado de la importancia de los principios, todo lo que pueden decir sobre las intenciones de un relato, ¿verdad?
Bull, un joven alto y robusto, despertó una mañana y descubrió que mientras dormía había adquirido otra característica sexual primaria: una vagina, ni más ni menos.
Dicha vagina estaba metida en el blando hueco bordeado de tendones de la cara posterior de su rodilla izquierda. Es de suponer que Bull no la habría notado durante un tiempo, de no ser porque tenía la inveterada costumbre de explorar levemente todos los rincones y grietas de su cuerpo antes de levantarse.
Hay más pasajes interesantes como los encuentros sexuales en los que el autor muestra una meditada distancia que debe ayudarnos en la configuración de nuestra lectura.
A la luz de la fuente de neón de la vitrina refrigerada, un extraño sándwich sexual triple se retorcía sobre las baldosas. Abajo estaba el chato budín de color blanco gusano de la amiguita del sexador de pollos que se la había chupado a Alan. Encima de ella, el cuerpo alimentado con maíz de Tiresias propiamente dicho fluía como chocolate caliente sobre un helado. Y en lo alto, sobre ambos, arqueándose hacia atrás con miedo y frenesí, el malvado médico se agitaba y precipitaba sobre la inmensa espalda del griego, idéntico al sátiro que evidentemente era. O probablemente no. Porque de acuerdo con la desilusión ya bosquejada nos hemos despojado de nuestra capacidad de juzgar las relaciones de los demás. En este mundo donde todos están locos y nadie es malo, sabemos que no hay que escupir para arriba.
A la luz de la fuente de neón de la vitrina refrigerada, un extraño sándwich sexual triple se retorcía sobre las baldosas. Abajo estaba el chato budín de color blanco gusano de la amiguita del sexador de pollos que se la había chupado a Alan. Encima de ella, el cuerpo alimentado con maíz de Tiresias propiamente dicho fluía como chocolate caliente sobre un helado. Y en lo alto, sobre ambos, arqueándose hacia atrás con miedo y frenesí, el malvado médico se agitaba y precipitaba sobre la inmensa espalda del griego, idéntico al sátiro que evidentemente era. O probablemente no. Porque de acuerdo con la desilusión ya bosquejada nos hemos despojado de nuestra capacidad de juzgar las relaciones de los demás. En este mundo donde todos están locos y nadie es malo, sabemos que no hay que escupir para arriba.
Podemos encontrarla en Anagrama, aquí os dejo cosas interesantes.
ISBN 978-84-339-0692-2
EAN 9788433906922
PVP SIN IVA 10,38 €
PVP CON IVA 10,80 €
NÚM. DE PÁGINAS 224
COLECCIÓN Panorama de narrativas
CÓDIGO PN 341
TRADUCCIÓN Iris Menéndez
PUBLICACIÓN 18/04/2006
Un ama de casa insatisfecha recurre a la masturbación para dar algo de color a su paupérrima sexualidad... y descubre que le está creciendo un pene. Un periodista fracasado se percata de que le ha aparecido una vagina en la pantorrilla, por lo que acude al médico, que, fascinado, trata de seducirlo. Estas dos novelas cortas y complementarias proponen dos disparatadas metamorfosis que cuestionan, con altas dosis de humor negro, las diferencias entre los sexos.
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