miércoles, 23 de noviembre de 2016

Black, black, black, Marta Sanz


Me preguntan m
is alumnos cómo puedo determinar si un libro es bueno o no. La pregunta es buena. Una primera respuesta sería técnica, un libro es bueno si está bien escrito, si hay fundamento en lo narrado y si tiene interés, bueno, esto último no es imprescindible. También podría decir que interviene la función poética, la estética, vamos, que tenga un sentido final o voluntad de estilo, esto también funcionaría. Podría decir, también, que es importante que sorprenda por motivos literarios, es decir, relacionados con la poética. Vale. Pero en el fondo, les digo, lo importante es que te guste, que sientas que te ayuda a transformarte, que deja un recuerdo y una sensación de plenitud en tu espíritu. Cada uno según sus necesidades.

Marta Sanz me sorprendió con Farándula, con esa historia Sálvame que se tramaba con inteligencia, que soportaba bien la trama y que estaba bien escrita. Si os acordáis os dije, así a lo bruto, que me había encantado. Bien, para abreviar de nuevo, Black me ha encantado. Sí, me ha encantado porque está bien escrita, porque tiene voluntad de estilo, porque prima la obra artística, por lo tanto, la función poética, porque está bien tramada, y porque como lector me ha parecido notable el intento multidimensional y en perspectiva a la hora de presentar la historia. Me gusta la angustia final de los personajes, igual lo que vale la pena está motivado por la angustia, y ese carácter de perdedores de algunos de ellos.
La novela se estructura en tres actos, en tres dimensiones del Black 
El detective enamorado, primer Black. El detective, no os lo he dicho es policíaca, o no, o simplemente novela, sí refiere a Marlow, por ejemplo, pero también trabaja la linealidad de la conciencia. Homosexual y dependiente de su exmujer, deambula entre el deseo y la necesidad egoísta de reconocerse. Pero hay, sobre todo, novela negra, un intento de transformar el género y decirnos algo, gracias.

En el chalé de los Esquivel no me recibe una muchacha que se chupa el dedo con ojos de perdida mientras restriega su cuerpo contra mi bragueta impasible. Me recibe un matrimonio sesentón con unos rasgos físicos tan vulgares que los recuerdo con dificultad. Allí no hay invernadero ni orquídeas con pétalos cárnicos.

 Y, como os he dicho, encontramos el viaje por el alma, la palabra, la ligereza del estilo que entronca con elementos poéticos que dotan al relato de consistencia.

Gris el cristal de mis gafas por dentro y las vidrieras de los locutorios, grises las antenas parabólicas y los líquidos que quedan en los culos de los vasos de vermú. Grises las palomas y los coches aparcados. Grises mis manos cuando las saco de los bolsillos de la chaqueta para retirarme el flequillo. Grises los carteles de «Se vende» y de «Se alquila» y las bombonas de butano que la gente saca a los balcones. Grises las vomitonas que huelen desde el suelo. Grises las farolas y los contenedores de basura y las tapas de registro del alcantarillado y los adoquines. Grises las papeleras y el interior de la boca de los transeúntes. Grises las piezas de carne menguante para preparar el kebab y las tapitas, atravesadas con un palillo, para acompañar la caña. Las boutiques del gourmet. Grises las monedas para comprar el periódico y las orejas en las que se apoyan los teléfonos móviles. Los telefonillos de las comunidades. Grises el fontanero del barrio y los repartidores y las cajas de botellas de refrescos y los cascos vacíos. Las macetas de geranios y de amor de hombre, grises. Los parroquianos acodados en las barras y los mendigos y las señoras que pasean a sus perros o tiran de sus carritos de la compra, grises. Grises las ofertas de las inmobiliarias y los muebles de los anticuarios y los pescados de la pescadería y las mesas de mármol de los cafés y las cabezas de las gambas en el suelo de las tascas y los botones, ovillos y gomas que venden en las mercerías. Los periódicos, los graffiti y los letreros apagados de los garitos. Los mechones que caen de entre las tijeras de los peluqueros y los aceites y los bálsamos de los salones de belleza. Gris, la perspectiva hacia el final de la calle. Lo veo todo gris pero, cuando entro en el portal de la casa en la que vivía Cristina Esquivel, me quito las gafas e imprevisiblemente todo se llena de colores.

Además reflexiona sobre la escritura, sobre el nosotros compartido lector-escritor, sobre lo que queremos escribir y lo que escribimos.

Yo preferiría escribir otro tipo de novelas. Me gustaría meterle el dedo en el ojo al lector. Romperle los cristales del monóculo. Mientras tanto, soy cobarde y sólo miento.

 La paciente del doctor Bartoldi,segundo Black, segundo asalto al poder de la escritura, cambia la trama, es la misma, la escritura, el diario alucinado de una madura, los vecinos, las ansiedades mostradas a través de otras dimensiones, de soñar con la vida que no percibimos, con la literatura y l escritura como antídoto a la mediocridad diaria.

¿Es esto un diario? Escribir un diario es como ponerse una vela encendida al lado de la cara y mirarse al espejo buscando de mentira el rostro de la propia muerte. ..

La escritora asesina, activa, violenta, redentora de causas sin pretendientes, el papel que recoge lo que se ansía, lo que se proyecta, sombras.

No soy una asesina profesional ni elegante. No tengo acceso a pistolas. Uso objetos de andar por casa: sartenes, ladrillos, cuchillas de afeitar, venenos domésticos. Cuando ya está muerta, la abandono en un trastero sin propietario...
 Me ha reconfortado esta pizca de violencia, esta brutalidad babosa que me ha redescubierto mi cuerpo olvidado...
Carezco de móvil para el asesinato. Mato a lo tonto, pero a veces consigo cierto efecto de hermosura: la muerte y saponificación de la madre de los dos niños oliva me enor-gullecen por su atmósfera y sus referencias a la literatura culta y popular. He visto muchas series de la televisión.


Y presente la poesía, la literatura, el gusto de escribir por escribir, por fantasear y alejarte acercarte a lo que no es y es.

 Púrpura ilustró menos indiano marfil. Claveles sobre nieve deshojó la aurora en vano. El anillo corta el dedo aprisionado por el oro que aprisiona el diamante que salió de la tierra que lo aprisionaba. El ojo de quien lo está mirando todo es turbio y se revuelve, aprisionado también, entre todas las imágenes. El ojo turbio hace del misterio un laberinto y de la sordidez un verso.  

Encender la luz, tercer Black, pero ahora se hace la luz, se cambia la perspectiva del relato y se enfoca la trama. La esposa de Zarco, la ex, detective en ratos libres, remendadora de entuertos, certifica la realidad y la recuenta para configurarla con cierto sentido, la muerte adquiere sentido, los personajes se humanizan y son ciertos, lo policial emerge en lo literario. Por eso luz, por eso luz y taquígrafos.

 Luz y taquígrafos. Luz y daltónicos. Luz y vecinos. Luz y psiquiatras. Luz y enfermedades. Me gustaría paliar la angustia de Luz, de quien, por sus palabras, deduzco que es una mujer débil. Los animales atrapados en un cepo, alan-ceados, Luz, las tejedoras peruanas, los viejos, los hombres no agraciados físicamente, las escritoras resentidas, los inmigrantes, los niños que aún no saben hablar, los paraplé-jicos, las cojitas como yo y los jóvenes con síndrome de Down... Todos en el mismo saco como en esos anuncios de fundaciones benéficas de las cajas de ahorro.

La conciencia sigue fluyendo, antes fue en un diario, otra voz, pero fluyó entre los barbitúricos y las alucinaciones, ahora la clarividencia, la inteligencia comprometida de Paula que nos alumbra en la complicación de la resolución.
Entiendo al señor Esquivel. Los muertos de los tanatorios, de las tumbas, de las camas de los hospitales, de los depósitos, ya no tuercen la boca de un modo muy particular, ni guiñan los ojos cuando les da la luz de frente. No carraspean ni se chupan un mechón de pelo; no se comen su propio pelo como yo misma hago a menudo. Los muertos en exposición no ríen como si rebuznaran y nos arrastran en su risa. No se muerden las uñas. No caminan encorva-dos. Son, para nosotros, unos perfectos desconocidos...
Los jóvenes exploradores revisan los nombres de los buzones, que tanto se parecen a las lápidas de los cementerios; recorren las escaleras y, en los rellanos, con el corazón a mil, se paran, se miran las bocas fijamente, las abren y, primero con la punta, después con el tronco de la lengua, repasan el contorno de los labios, el cielo del paladar, la campanilla. Hacen esfuerzos sobrehumanos para mantenerse erguidos. Se toquetean la cara como ciegos. Sudan. Cogen aire. Palpan vértebras, ingles, pezones como copitas invertidas para beber la leche y el orujo blanco.
 
La podemos encontrar en Anagrama, y aquí os dejo un montón de datos de vuestro interés sacados de la editorial.

ISBN 978-84-339-7207-1
EAN 9788433972071
PVP SIN IVA 18.75 €
PVP CON IVA 19.50 €
NÚM. DE PÁGINAS 336
COLECCIÓN Narrativas hispánicas
CÓDIGO NH 468
PUBLICACIÓN 25/02/2010
RESEÑAS PRENSA Mercurio
La Vanguardia


Los padres de Cristina Esquivel, una geriatra a la que han encontrado estrangulada en su piso de Madrid, contratan al detective Arturo Zarco para que encuentre al asesino. En realidad, lo que esperan es inculpar a Yalal, el albañil marroquí con el que estaba casada Cristina, y que ahora tiene la custodia de la hija de ambos. Zarco es un detective muy poco convencional; cuarentón, gay, y aún estrechamente ligado a Paula, su ex mujer, a la que cuentay con la que discute por teléfono las vicisitudes de la investigación, y hasta los pormenores de sus fascinaciones eróticas. Pero bajo la superficie de las charlas, tras el relato de ir y venir de vecinos sospechosos y de presuntos implicados, la conversación telefónica entre el detective y Paula se convierte en un pretexto para la dominación y la venganza, para el daño que se quieren infligir dos personajes que se odían, se aman, se necesitan y se repelen. Hasta que el forcejeo dialéctico entre Zarco y Paula queda, de repente, interrumpido por el diario de la enfermedad de Luz, una de las vecinas de la geriatra asesinada, y madre de Olmo, el jovencito que fascina y perturba a Zarco.

Y un relato interfiere en el otro relato, y el encanto y la seducción de lo reconocible se suspenden. Queda también en suspenso el clímax del desvelamiento, y el lector se ve obligado a participar y a pensar sobre el sentido de la interferencia, mientras Luz escribe la narración minuciosa del asesinato de casi todos sus vecinos, habla de su dieta, sus vicios y sus menstruaciones perdidas, de su psiquiatra, el doctor Bartoldi, del daltonismo de su hijo Olmo, de la responsabilidad de la ficción, de las mentiras de las verdades y de las verdades de las mentiras.

Black, black, black es una espléndida novela negra que puede leerse como tal, pero también, y sobre todo, como otra cosa, puesto que Marta Sanz nos propone una lectura insurgente sobre la violencia del sistema, sobre su imperfección, un relato donde la idea del crimen como resultado de la fricción social, de algo más terrible que las patologías, abre la posibilidad de una investigación psicológica que profundice en las relaciones de causa y efecto y no se base sólo en las pruebas de laboratorio y en las mesas de los forenses. Se trata, pues, de una ficción donde la violencia inexplicable acaba ajustándose al razonamiento lógico y lo "imperceptible" sale a la luz con toda la potencia que tiene lo siniestro, ese "siniestro familiar" del que hablaba Freud. Y ésta es la concepción, política y retórica, que sustenta esta novela policíaca inteligente, divertida y subversiva.

Vídeo de una entrevista en Canal-L



«Una novela admirable, muy buena como novela negra pero mejor todavá como novela sin más…Tiene la crueldad y la lucidez desoladora de una de las mejores novelas de Patricia Highsmith, El diario de Edith, con la que creo entabla un diálogo (o quizá le echa un pulso)» (Rafael Reig, Abc).

«Puede calificarse de thriller, pero, sin duda, uno de los mayores atractivos de esta novela consiste precisamente en su radical ambigüedad. Así, cumple aplicadamente con los cánones del género, pero, por otro lado, puede ser tomada como una lúcida metáfora de nuestro presente…A mí lo que me ha interesado más es la forma en que la autora, mediante el recurso de la novela negra, ha conseguido reflejar la trémula vocación de nuestra época» (Juan Ángel Juristo, Abc).

«Si la novela negra en ocasiones lleva consigo alguna denuncia, ésta de Marta Sanz es una bofetada a la organización social que promueve la diferencia entre las personas…Frente a la idea que transmite Sherlock Holmes de que el mundo está bien hecho, o que está mal hecho según Hammett, Black, black, black es ante todo una novela sobre el discurso de la violencia y una parodia de la novela negra» (Ramón Padregal Casanova, Rebelión).

«Una de las sorpresas de la temporada. La autora se consolida como una de las voces más ambiciosas de la narrativa española…Una novela que, apoyándose en el género negro, encierra otros muchos atractivos»(Carmen Rodríguez Santos, Abc).

«Una novela magnifica. Tiene los mejores ingredientes en cuanto a presentación de la novela negra (negra, negra) con sello de calidad (inteligente, punzante, briosa), pero aderezada (reforzada: enriquecida: enaltecida) con jugosas interferencias que los seguidores de la obra de Sanz reconocerán con gozosa complicidad…Tiene todo lo que debe tener una novela intrigante y persuasiva, pero también tiene ese zumbido narrativo que acompaña a la obra literaria total, esa que coge el género por las hojas para darle un nuevo sentido, nuevo y consecuente. Personajes que huyen del lugar común, diálogos que funcionan en variados registros, cambios de ritmos que invitan a un baile de sensaciones y turbulencias narrativas de primera clase arrastran al lector a la urgencia de pasar páginas para ver cómo diablos termina esta danza de pasiones y presiones, esta autopsia en vida de seres mundanos (Tino Pertierra, La Nueva España).

«El libro sí tiene algo que contar. Y no solamente una historia que satisfará a los amantes de las tramas de intriga, porque por encima del crimen que se investiga acaba interesando la bellaca manipulación que todos los implicados hacen de su versión de los hechos» (Domingo Ródenas, El Periódico).

«Una novela lisérgica en la que se explotan ciertos aspectos de la violencia doméstica, cotidiana, pero que trasciende casi todos los estereotipos del género» (Miguel Artaza, El Diario Vasco).

«Una excelente y personal novela negra que se disfraza hábil e inteligentemente de novela-comedia al estilo Wilder. Una delicia al cubo» (Guillermo Busutil, La Opinión de Málaga).

«Marta Sanz desafía e incomoda al lector permanentemente, le obliga a cuestionárselo todo y le empapa de realidad» (El País On Madrid).

«Una novela negra que es una novela social. Que es una novela de humor. Que es una lección magistral de ingeniería narrativa: ajuste de la trama, diseño de personajes, tensión, suministro de guiños…Espléndida» (Elena Medel, Calle 20).

«Un glorioso e inteligente relato a tres bandas…Marta Sanz nos pone en jaque y nos demuestra que la intolerancia, la envidia y los prejuicios también son materias de las que se nutre el odio» (Sonia Rueda, 20 Minutos).

«Excelente libro más allá de cualquier etiqueta…Una lograda novela en todos los sentidos» (Bernardo M. Briz, Shangay).





«Es una novela negra que puede leerse como tal, pero también, y sobre todo, como otra cosa, puesto que la autora nos propone una lectura insurgente sobre la violencia del sistema, sobre su imperfección, un relato donde la idea del crimen como resultado de la fricción social, de algo más terrible que las patologías, abre la posibilidad de una investigación psicológica que profundice en las relaciones de causa y efecto y no se base sólo en las pruebas de laboratorio y en las mesas de los forenses» (ElCultural.es).

«Es divertido, es reflexivo, es entretenido, pero no hace escarnio del género negro… Bajo la capa del asesinato y las investigaciones de turno, el libro simula un discurso serio sobre el devenir de la literatura» (Peio H. Riaño, Público).

«Black, black, black es la prueba de que el compromiso social sugerido por Sanz no está reñido con el entretenimiento… Recomendable novela que acierta en su doble desafío de entretener y cuestionar, emulsionando para ello a su antojo el legado de los tótems del género: Chandler, Hammett, Simenon, Highsmith, Christie, Conan Doyle» (Lale González-Cotta, Comentariosdelibros.com).

«Marta Sanz propone una ficción (una novela negra) y una metaficción (de cómo se construye una novela negra) infinitamente menos pretenciosa y más divertida que cualquiera de las de Paul Auster. No estamos ante una parodia, como bien advierte la autora: el género negro se usa cual bisturí en el cuerpo enfermo de nuestra sociedad»(José Abad, Granada Hoy)

«Aquí no solo brilla la inteligencia, sino también la calidad de página. El gusto por las cosas bien hechas. No debería perderse a Marta Sanz» (Elvira Navarro, Qué Leer)

«Mecanismos “de género” bien engranados, nunca banales; personajes dinámicos, poco convencionales; pero sobre todo una lengua eficaz, que emplea la técnica de la digresión con mucho talento… Respecto a Marta Sanz se ha hablado, con razón, de Agatha Christie y de Patricia Highsmith, pero aquí un toque de Gadda tampoco sobra, ¿qué decís?» (Flavio Santi, Gli Altri).

«Novela (vagamente) negra y (seguramente) atípica de la premiada y poliédrica escritora madrileña Marta Sanz… El escenario del delito está entre las pesadillas de Ballard y la entomología humanista de Perec, pero podría perfectamente ser cualquier vecindario del Madrid de hoy» (Giancarlo de Cataldo, La Repubblica). «Una novela negra “de autor” que satisface los paladares más exigentes» (Andrea Bressa, Panorama).


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