Hace tiempo que muestro una irregularidad extrañada a la hora de escribir entradas en el blog, como si la literatura ocupase un lugar secundario en mi devenir diario. Es cierto, como os he comentado en otras entradas, que los cientos de páginas de informes que estoy leyendo no me permiten llevar el ritmo habitual (no sé muy bien definiros habitual; me imagino que habitual es leer una novela por semana, más o menos, o hacer unas cuatro entradas mensuales. El problema es que siempre he de hacerlo sobre libros leídos en ese mes, no sirve el recuerdo de una lectura, ni los apuntes sobre alguno que me gustó en otro tiempo) como os decía, leer, leo, pero mi ritmo es más cansino, como abstraído en el universo denso del conocimiento.
Pero
eso no significa que no lea novelas, que las leo, pero busco cualquier
resquicio para entretenerme y dedicarles el tiempo que se merecen. Este fin de
semana he acabado dos y he empezado otras dos, podéis verlo en el margen, y me
he animado a última hora a hacer esta entrada sobre la novela de la afamada
Yiyun Li, que se ha considerada por la crítica norteamericana una joven promesa
literaria.
Me
enfrento siempre con estas novelas tan ambiciosas al mismo problema, la
delimitación entre literatura y best seller, como si siempre fueran los límites
tan claros como para definir la escritura en cualquiera de ambos ámbitos. En
este caso el placer de la lectura, está bien escrita, el impacto narrativo y la
construcción de las tramas invitan a creernos que estamos ante una novela, ante
literatura; sin embargo la épica, la profusa recolección de datos y situaciones
que la verifican, los golpes al lector, de efecto, pueden hacernos pensar que
nos encontramos ante un best seller que será llevado al cine. No sé qué
deciros. A mí me ha gustado y punto.
Las
novelas que critican el poder absoluto del estado, que denuncian la voracidad de
lo colectivo sobre la libertad individual me gustan, me gustan mucho:
identifico factores importantes en un mundo que dominan los mass media, que
determina las redes sociales y que dirigen telepredicadores de escaso contenido
intelectual y reflexión adolescente en las televisiones, radios y diarios escritos
o no. La denuncia del pensamiento único, de la manipulación de la historia, de
los excesos de los mandarines (¿Mi queridísimo y amado Espinosa!) me obligan a
alinearme intelectualmente con los que denuncian los intentos de dirigismo, de nueva
esclavitud, de eliminación del pensamiento propio, de la expresión pública de
la determinación individual. No lo olvidéis ninguno de vosotros, pensar es un
peligro inmenso, tener opiniones propias es un desafío intolerable, y ser
crítico con las corrientes predominantes un delito.
Lo
dicho, me ha gustado. La novela se adentra en la post operación china contra la
revolución cultural de Mao que llevó el terror y la limpieza cultural, moral y
ética de la sociedad comunista. La trama es sencilla, Gu Shan ha sido condenada
a muerte por contrarrevolucionaria cuando antes fue adalid de la revolución
cultural, pero los motivos son mucho más mundanos: el poder, el mercadeo con el
individuo, el poder.
La
novela intenta ser un fresco de una ciudad de provincias, del poder del partido
comunista, de la dificultad por acceder a la información por las luchas por el
poder. La superación de la revolución cultural que llevó al sometimiento de la
familia, a denuncias y castigos, a una reeducación por parte del estado de los
intelectuales contrarrevolucionarios, humillaciones públicas, totalitarismo
colectivista que castiga al ser por el mero hecho de serlo, va a traer consecuencias demográficas y las purgas
van dejando paso a nuevas posibilidades.
En los últimos dos años, el final de la
Revolución Cultural había traído a muchos jóvenes de vuelta del campo, adonde
habían sido enviados en la década anterior. En esos momentos, la gente se peleaba
incluso por un puesto de barrendero, por lo que a la señora Hua no le hubiera
extrañado que cualquier día la sustituyeran.(…)
El maestro Gu no sabía por qué estaban allí los
Hua, pues al fin y al cabo ambos eran de origen humilde; pero enajenados como
estaban los jóvenes revolucionarios, por lo visto ser humanos era razón
suficiente para merecer aquella humillación. (…)
los dos guardias cogieron a Shan por los brazos,
sin miramientos, y la sacaron de la habitación a la fuerza. Ella seguía
hablando, pero él ya no la oía. Se quedó mirando los pantalones del uniforme,
manchados de sangre menstrual. La muerte estaba lejos de ser lo peor que podía
ocurrirle a un ser humano. Lo embargó algo que superaba al miedo y deseó poder
poner fin a la vida de su hija por ella. (…)
Sois hijos del partido antes que hijos de
vuestros padres. El partido ama a todos por igual; no obstante, si alguien
comete un error, igual que cuando lo comete un niño, el partido no dejará pasar
ni a un solo infractor sin castigo. No se librará nadie, no se tolerará ningún
crimen.
La novela está escrita por una occidental china,
claro, diréis, por alguien que puede expresar libremente sus puntos de vista,
claro. Pero nos encontramos ante una disyuntiva histórica, ante un reto
descomunal por salvar al ser en toda la extensión de su individualidad, de sus
derechos, de denunciar a telepredicadores, a periodistas manipuladores que
pretenden purgar el pensamiento, que quieren orwelizar la historia, que
pretenden esclavizarnos en un falso paraíso. El dolor y la humillación, el
desprecio por el ciudadano es un mal secular ya recogido en la política de
Aristóteles. ¿Cómo respetar al humilde desde la soberbia del mandarín? La
ortodoxia lucha por imponerse, la heterodoxia es una herejía de primer orden,
el hombre debe ser la masa, no el hombre (ver 1984; El cero y el infinito)
Era una enfermedad: aquella pasión por la
política, por «movilizar» a las masas como si fueran granos de arena que
pudieran unirse con facilidad gracias a un hechizo mágico para formar una
torre, era una enfermedad mortal.(…)
cuyo trabajo consistía en leer en voz alta
palabras vacías y grandilocuentes creadas para deslumbrar a los afligidos.(…)
—¿acaso no podríamos hasta tomarnos la libertad
de creer, no sé, que esta era puede perdurar los siguientes cien años?— es el
lamento de nuestros huesos aplastados bajo el peso de palabras vacías. No
existe belleza en tal molienda, ni tampoco, ¡ay!, escapatoria para nosotros, ni
ahora ni nunca(…)
Jamás creas lo que está escrito(…)
Como novela tiene muchas más connotaciones, más
trams, por ejemplo la historia de la cenicienta, Nini, trasformada, hermosa,
dura, literaria, sin embargo me ha interesado esta parte concreta que lo
impregna todo, este fresco de escasos días que denuncia el sometimiento, que
nos alerta como seres pensantes que nuestra libertad siempre está en juego.
La novela podemos encontrarla en Lumen, y aquí os
dejo sus datos.
Título Original: The vagrants
Traductor: Martín de Dios,
Laura
Autor: Li, Yiyun
©2010, Lumen
Colección: Narrativa
ISBN: 9788426417572
Un anciano barre la acera
gris, una mujer pega carteles rojos por la calle, una niña maltrecha corre en
busca de carbón y un chiquillo huye de su casa para jugar con un perro y
respirar el aire de la primavera que acaba de llegar... Parece una mañana cualquiera
en la ciudad china de Río Turbio, pero muy pronto todos sabrán que con la
primavera ha llegado también el día de la ejecución pública de la joven Gu
Shan, culpable de haber expresado sus dudas acerca de la revolución maoísta.
Ahora, después de diez años de cárcel, llega el momento de su ejecución.
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