Ya he hablado en alguna ocasión en este blog sobre la literatura femenina, si existe, y si existe cómo es. A mí no me cabe ninguna duda de que existe una literatura hecha por mujeres que aborda la realidad desde perspectivas diferentes a la de los hombres; no me atrevo a decir que haya una perspectiva de género, y no me atrevo porque es literatura, es decir, aborda la verosimilitud de lo contado y nos trascribe el mundo con los ojos de la autora y, el mundo, es un mundo donde existe violencia, sensibilidad, amor y desengaños. Pero aún así si pudiéramos decir que existe una literatura de mujeres Munro pertenecería, sin duda, a este grupo: sensibilidad, firmeza, trascendencia, inteligencia, no sé, características que, aunque no dejan de estar presentes en muchos libros de hombres, aquí, en esta literatura, lo hace de una manera especial, hermosa, llena de sentido e intuición.
En un principio pensé que estaba leyendo un libro de cuentos, de relatos, porque sigue un esquema muy típico: concreción argumental, tramas sencillas y lineales, extensión breve, pero conforme avanzaba me di cuenta de que había un hilo argumental, y ese hilo dependía del crecimiento personal de la protagonista femenina, Del, de su infancia y adolescencia, de su pubertad, de cómo se va configurando la mujer que hay en ella, con la curiosidad, la aventura y, me ha encantado, el nacimiento del sexo.
Así que este formato le deja a la escritora las manos libres para construir su novela como le da la gana, no ha de seguir una línea cronológica exacta y puede entremezclar personajes que vengan a ayudarnos a entender la trasformación de este gran personaje femenino del que os he hablado.
Por lo tanto abordo el libro desde sus capítulos, como si fuera ese libro de relatos del que os he hablado.
Flats Road. La maestría en el relato la poseen muy pocos autores, pero entre ellas está, sin duda, Munro. Armonía, dinamismo, dulzura y una capacidad ilimitada para describir la realidad de una época. en este caso tres mujeres y dos hombres aparecen en la escena de la novela: padre y madre; tío, hija y l amu7jer, que será, de su tío encontrada por correspondencia. Todas las historias confluyen en la cotidianeidad y las anécdotas, lo trivial, se convierte en la sustancia misma del relato que es la sustancia misma de la vida. Así el relato es espectacular, rico y hermoso, con una prosa llena de armonía.
no había mejor lugar en el mundo para contemplar la puesta de sol que el final de Flats Road. Así lo decía mi madre.(...)
Así, paralelo a nuestro mundo, estaba el mundo de tío Benny, como un perturbador reflejo distorsionado, que era lo mismo pero sin serlo del todo.(...)
Sin embargo, esas eran las mismas mujeres que en casa de mi madre se convertían en unas señoras de edad hurañas, maliciosas y susceptibles. Fuera del alcance del oído de mi madre, solían decirme: «¿Este es el cepillo con el que te peinas? ¡Creíamos que era para el perro!». O bien: «¿Con esto secas los platos?». Se inclinaban sobre las cazuelas, restregando sin parar hasta el último rastro de hollín que se había acumulado desde la última vez que habían estado en casa. Escuchaban con pequeñas sonrisas perplejas todo lo que mi madre tenía que decir: su franqueza y extravagancia las paralizaba momentáneamente, y solo podían parpadear con cara de impotencia, como si se enfrentaran a una luz brutal.(...)
Herederos del cuerpo vivo. Las mujeres, todas, sus pensamientos, las circunstancias que describen sus movimientos diarios, dan paso a una galería infinita de matices y posibilidades. Hay aspectos de las relaciones familiares o del pudor de las mujeres en un mundo de hombres sorprendentes, pero explicados desde un punto de vista único. Por ejemplo es interesante el entierro del tío Craig y como la protagonista adquiriendo la madurez y la personalidad que va a aparecer a lo largo del libro. Es un fresco de la sociedad canadiense de la primera mitad del siglo XX.
Hoy día la reconocería como una mujer que probablemente sufre de varices, hemorroides, la matriz descolgada, ovarios enquistados, inflamaciones, secreciones, bultos y piedras en varios lugares; una de esas destrozadas supervivientes de la vida femenina de andar pesado y cauteloso, con historias que contar.(...)
Un ataque al corazón. Sonaba como una explosión, como fuegos artificiales estallando y lanzando varas de luz en todas direcciones, disparando una pequeña bola de luz —el corazón de tío Craig, o su alma— al aire, donde caía y se apagaba.(...)
Por lo tanto abordo el libro desde sus capítulos, como si fuera ese libro de relatos del que os he hablado.
Flats Road. La maestría en el relato la poseen muy pocos autores, pero entre ellas está, sin duda, Munro. Armonía, dinamismo, dulzura y una capacidad ilimitada para describir la realidad de una época. en este caso tres mujeres y dos hombres aparecen en la escena de la novela: padre y madre; tío, hija y l amu7jer, que será, de su tío encontrada por correspondencia. Todas las historias confluyen en la cotidianeidad y las anécdotas, lo trivial, se convierte en la sustancia misma del relato que es la sustancia misma de la vida. Así el relato es espectacular, rico y hermoso, con una prosa llena de armonía.
no había mejor lugar en el mundo para contemplar la puesta de sol que el final de Flats Road. Así lo decía mi madre.(...)
Así, paralelo a nuestro mundo, estaba el mundo de tío Benny, como un perturbador reflejo distorsionado, que era lo mismo pero sin serlo del todo.(...)
Sin embargo, esas eran las mismas mujeres que en casa de mi madre se convertían en unas señoras de edad hurañas, maliciosas y susceptibles. Fuera del alcance del oído de mi madre, solían decirme: «¿Este es el cepillo con el que te peinas? ¡Creíamos que era para el perro!». O bien: «¿Con esto secas los platos?». Se inclinaban sobre las cazuelas, restregando sin parar hasta el último rastro de hollín que se había acumulado desde la última vez que habían estado en casa. Escuchaban con pequeñas sonrisas perplejas todo lo que mi madre tenía que decir: su franqueza y extravagancia las paralizaba momentáneamente, y solo podían parpadear con cara de impotencia, como si se enfrentaran a una luz brutal.(...)
Herederos del cuerpo vivo. Las mujeres, todas, sus pensamientos, las circunstancias que describen sus movimientos diarios, dan paso a una galería infinita de matices y posibilidades. Hay aspectos de las relaciones familiares o del pudor de las mujeres en un mundo de hombres sorprendentes, pero explicados desde un punto de vista único. Por ejemplo es interesante el entierro del tío Craig y como la protagonista adquiriendo la madurez y la personalidad que va a aparecer a lo largo del libro. Es un fresco de la sociedad canadiense de la primera mitad del siglo XX.
Hoy día la reconocería como una mujer que probablemente sufre de varices, hemorroides, la matriz descolgada, ovarios enquistados, inflamaciones, secreciones, bultos y piedras en varios lugares; una de esas destrozadas supervivientes de la vida femenina de andar pesado y cauteloso, con historias que contar.(...)
Un ataque al corazón. Sonaba como una explosión, como fuegos artificiales estallando y lanzando varas de luz en todas direcciones, disparando una pequeña bola de luz —el corazón de tío Craig, o su alma— al aire, donde caía y se apagaba.(...)
La casa era como uno de esos crucigramas, esos laberintos sobre papel con un punto negro en uno de los cuadros, o habitaciones; se supone que tienes que abrirte camino hasta él o salir. El punto negro era en este caso el cuerpo de tío Craig, y mi preocupación no era encontrar el camino que conducía a él sino evitarlo por encima de todo, sin abrir ninguna puerta, por lo que pudiera haber detrás.
La Princesa Ida. El relato sigue avanzando con fuerza, y ella, nuestra heroína, sigue contándonos con toda la fuerza de su adolescencia la vida, la evolución de los hombres y mujeres, de su propia existencia. Su familia, sus tías que van desapareciendo de la trama, la abuela, todo ayuda en la configuración-construcción del mundo de Del en el condado de Wawanash. Me interesa el amor lleno de distancia en un universo muy propio de su madre, la vendedora de enciclopedias.
Mi madre no podía evitar —nunca pudo— emocionarse y ponerse sentimental al recordarlo; la niña que había sido la llenaba de asombro. Oh, si existiera un momento en el tiempo, un momento en el que pudiéramos elegir ser juzgados, lo más desnudos posible, asediados, triunfantes, ese tendría que ser su momento. Más tarde llegarían las concesiones y tal vez la equivocación; allí ella era absurda e inexpugnable.(...)
Como os he dicho me interesa lo bien que describe el proceso adolescente respecto a una madre tan peculiar como la suya.
Por dos centavos se habría embarcado en una larga explicación sobre la historia de su educación, las nueve millas hasta la ciudad y los orinales. ¿Quién más tenía una madre así? Las niñas me lanzaban miradas de reojo, satisfechas y compasivas. De pronto no podía soportar nada de ella, el tono de su voz, el modo irreflexivo y precipitado con que se movía, sus gestos absurdamente briosos (en cualquier momento volcaría el tintero sobre el escritorio del director), y sobre todo su ingenuidad, ese no darse cuenta de que la gente se reía, creer que iba a salir impune.
La edad de la fe. Hace un fresco muy interesante recorriendo las diferentes iglesias como parte del paisaje que configura moralmente al pueblo. El crecimiento de Del también es espiritual, un crecimiento de descubrimiento y de contradicciones en la fe.
Pertenecíamos —por lo menos mi padre y la familia de mi padre— a la Iglesia unida de Jubilee, y mi hermano Owen y yo habíamos sido bautizados en ella de recién nacidos, lo que demostraba una sorprendente debilidad o generosidad por parte de mi madre; tal vez el parto la ablandó o la dejó confusa.(...)
La iglesia católica era la más extremista. Blanca y de madera, con una sencilla cruz misionera, se erguía sobre una colina en el extremo septentrional de la ciudad y ofrecía a los católicos servicios tan extraños y misteriosos como los hindúes, con sus ídolos, sus confesiones y los tiznones negros del Miércoles de Ceniza. En el colegio los católicos formaban una tribu pequeña pero no amedrentada, eran de procedencia irlandesa en su mayoría, y no se quedaban en la clase de educación religiosa, sino que se les permitía bajar al sótano, donde golpeaban las tuberías.(...)
Los baptistas también eran extremistas, pero de una forma algo cómica y en absoluto siniestra. Ninguna persona prominente o de elevada posición social iba a la iglesia baptista, por lo que alguien como Pork Childs, que repartía el carbón y recogía la basura de la ciudad, podía llegar a ser en ella una figura destacada, un miembro del consejo. Los baptistas no podían bailar ni ir al cine; las señoras baptistas no podían pintarse los labios. Pero sus himnos eran conmovedores, jubilosos y optimistas, y, a pesar de la austeridad de sus vidas, en ninguna otra religión encontrabas una alegría más prosaica.(...)
De los presbiterianos podía decirse que eran los restos, los que se habían negado a abrazar la Iglesia unida. Casi todos eran ancianos y hacían campaña en contra del entrenamiento de hockey de los domingos y los salmos cantados.(...)
La cuarta iglesia era la anglicana, y nadie sabía o hablaba mucho de ella. En Jubilee no tenía el prestigio ni el dinero asociados a ella en las ciudades donde quedaban vestigios del viejo Pacto de Familia o alguna clase de institución militar o social que la mantuviera en marcha.(...)
Siempre había contemplado a Dios como una posibilidad; de pronto se había apoderado de mí un auténtico anhelo de Él. Él era una necesidad. Pero quería palabras alentadoras, pruebas de que Él estaba realmente allí. No se lo podía decir a nadie, pero para eso iba a la iglesia.(...)
El ritual, que en otras circunstancias podría haber parecido totalmente artificial, falto de vida, tenía aquí una especie de dignidad desesperada. La riqueza de las palabras frente a la pobreza del lugar.(...)
¿Crees que Dios mantiene con vida su alma? ¿Sabes qué es el alma? ¿Crees en Dios?
Cambios y ceremonias. Y llegan los chicos. A lo largo del relato se va construyendo con una complejidad psicológica llena de ternura y simpleza un aspecto más de la personalidad de Del. Su amistad, sus relaciones en el colegio o el primer enamoramiento distante, narrado con esa maestría que va haciendo que la historia crezca como por casualidad, al igual que la pequeña protagonista.
El odio de los chicos era peligroso, era penetrante y vivo, un legado prodigioso, como la espada de Arturo arrancada de la piedra del libro de lectura de séptimo. El odio de las chicas, en comparación, parecía confuso y lacrimógeno, amargamente defensivo. Los chicos se te echaban encima en sus bicicletas y hendían el aire por donde habías pasado, grandiosamente, sin piedad, como si lamentaran no tener cuchillos en las ruedas. Y decían cualquier cosa.(...)
Era lo normal en Jubilee; la lectura era como mascar chicle, un hábito que se abandonaba cuando la seriedad y las satisfacciones de la vida adulta tomaban el relevo. Sobre todo persistía entre las mujeres solteras, pero habría sido vergonzoso en un hombre.(...)
Vidas de niñas y mujeres. Y llega el deseo irracional, turbio, pero que impregna todos los poros de su piel. Es indeterminado, irracional, fruto de la curiosidad y de los cambios en el cuerpo explicados de una manera maravillosa, sin eufemismos, con la crudeza de la verdad individual, pero con la sensibilidad y ternura de Munro.
El pelo italiano negro en sus axilas. La sombra negra en las comisuras de sus bocas. «Se desarrollan antes en esos climas cálidos.» Católicos. Un hombre te pagaba para que le dejaras hacértelo. ¿Qué te decía? ¿Te quitaba la ropa o esperaba que lo hicieras tú? ¿Se quitaba los pantalones o solo se los desabrochaba y apuntaba su miembro hacia ti? Era la transición, el puente entre un comportamiento normal, conocido y posible, y el acto bestial y mágico, lo que no podía imaginar. Nada de todo eso estaba en el libro de la madre de Naomi.(...)
la religión es su enemigo, como lo es de todo lo que pueda aliviar las penas de la vida sobre la tierra. Es de amor propio de lo que te estoy hablando. De amor propio.(...)
Ella y las demás chicas estaban firmemente encauzadas hacia el matrimonio; las mujeres de más edad que no se habían casado, ya fueran solteronas empedernidas o discretas aventureras como Fern, no podían esperar compasión de ellas.(...)
El sexo me parecía rendición, no de la mujer al hombre, sino de la persona al cuerpo, un acto de fe pura, la libertad en la humildad. Yacía inundada de esas implicaciones y descubrimientos, como alguien suspendido en agua clara, tibia e irresistiblemente en movimiento, toda la noche.
Bautizo. Llega la aceptación de sí, la madurez, la mujer que emerge, literalmente del río, con voz propia, que determina su destino con esa fuerza que te turba a lo largo de toda la novela.
Forcejeé por debajo del agua exactamente como cualquiera forcejearía en un sueño así, con una sensación de desesperación que no era del todo inmediata, que tenía que abrirse camino hacia arriba a través de capas de incredulidad. Sin embargo pensé que él podía ahogarme. Realmente lo pensé. (...)
Si hubiéramos sido mayores seguramente habríamos aguantado, habríamos regateado el precio de la reconciliación, habríamos explicado, justificado y tal vez perdonado lo ocurrido, y habríamos afrontado el futuro con ello a cuestas, pero la niñez nos quedaba lo bastante cerca para creer en la absoluta seriedad y carácter definitivo de una pelea, en lo imperdonables que eran unos golpes. Habíamos visto el uno en el otro lo que no podíamos soportar, y no teníamos ni idea de que la gente lo ve y continúa, y odia, pelea y trata de matarse de varias maneras, y luego se quiere un poco más.
Epílogo. El Fotógrafo. Siempre Jubilee en el corazón.
La Princesa Ida. El relato sigue avanzando con fuerza, y ella, nuestra heroína, sigue contándonos con toda la fuerza de su adolescencia la vida, la evolución de los hombres y mujeres, de su propia existencia. Su familia, sus tías que van desapareciendo de la trama, la abuela, todo ayuda en la configuración-construcción del mundo de Del en el condado de Wawanash. Me interesa el amor lleno de distancia en un universo muy propio de su madre, la vendedora de enciclopedias.
Mi madre no podía evitar —nunca pudo— emocionarse y ponerse sentimental al recordarlo; la niña que había sido la llenaba de asombro. Oh, si existiera un momento en el tiempo, un momento en el que pudiéramos elegir ser juzgados, lo más desnudos posible, asediados, triunfantes, ese tendría que ser su momento. Más tarde llegarían las concesiones y tal vez la equivocación; allí ella era absurda e inexpugnable.(...)
Como os he dicho me interesa lo bien que describe el proceso adolescente respecto a una madre tan peculiar como la suya.
Por dos centavos se habría embarcado en una larga explicación sobre la historia de su educación, las nueve millas hasta la ciudad y los orinales. ¿Quién más tenía una madre así? Las niñas me lanzaban miradas de reojo, satisfechas y compasivas. De pronto no podía soportar nada de ella, el tono de su voz, el modo irreflexivo y precipitado con que se movía, sus gestos absurdamente briosos (en cualquier momento volcaría el tintero sobre el escritorio del director), y sobre todo su ingenuidad, ese no darse cuenta de que la gente se reía, creer que iba a salir impune.
La edad de la fe. Hace un fresco muy interesante recorriendo las diferentes iglesias como parte del paisaje que configura moralmente al pueblo. El crecimiento de Del también es espiritual, un crecimiento de descubrimiento y de contradicciones en la fe.
Pertenecíamos —por lo menos mi padre y la familia de mi padre— a la Iglesia unida de Jubilee, y mi hermano Owen y yo habíamos sido bautizados en ella de recién nacidos, lo que demostraba una sorprendente debilidad o generosidad por parte de mi madre; tal vez el parto la ablandó o la dejó confusa.(...)
La iglesia católica era la más extremista. Blanca y de madera, con una sencilla cruz misionera, se erguía sobre una colina en el extremo septentrional de la ciudad y ofrecía a los católicos servicios tan extraños y misteriosos como los hindúes, con sus ídolos, sus confesiones y los tiznones negros del Miércoles de Ceniza. En el colegio los católicos formaban una tribu pequeña pero no amedrentada, eran de procedencia irlandesa en su mayoría, y no se quedaban en la clase de educación religiosa, sino que se les permitía bajar al sótano, donde golpeaban las tuberías.(...)
Los baptistas también eran extremistas, pero de una forma algo cómica y en absoluto siniestra. Ninguna persona prominente o de elevada posición social iba a la iglesia baptista, por lo que alguien como Pork Childs, que repartía el carbón y recogía la basura de la ciudad, podía llegar a ser en ella una figura destacada, un miembro del consejo. Los baptistas no podían bailar ni ir al cine; las señoras baptistas no podían pintarse los labios. Pero sus himnos eran conmovedores, jubilosos y optimistas, y, a pesar de la austeridad de sus vidas, en ninguna otra religión encontrabas una alegría más prosaica.(...)
De los presbiterianos podía decirse que eran los restos, los que se habían negado a abrazar la Iglesia unida. Casi todos eran ancianos y hacían campaña en contra del entrenamiento de hockey de los domingos y los salmos cantados.(...)
La cuarta iglesia era la anglicana, y nadie sabía o hablaba mucho de ella. En Jubilee no tenía el prestigio ni el dinero asociados a ella en las ciudades donde quedaban vestigios del viejo Pacto de Familia o alguna clase de institución militar o social que la mantuviera en marcha.(...)
Siempre había contemplado a Dios como una posibilidad; de pronto se había apoderado de mí un auténtico anhelo de Él. Él era una necesidad. Pero quería palabras alentadoras, pruebas de que Él estaba realmente allí. No se lo podía decir a nadie, pero para eso iba a la iglesia.(...)
El ritual, que en otras circunstancias podría haber parecido totalmente artificial, falto de vida, tenía aquí una especie de dignidad desesperada. La riqueza de las palabras frente a la pobreza del lugar.(...)
¿Crees que Dios mantiene con vida su alma? ¿Sabes qué es el alma? ¿Crees en Dios?
Cambios y ceremonias. Y llegan los chicos. A lo largo del relato se va construyendo con una complejidad psicológica llena de ternura y simpleza un aspecto más de la personalidad de Del. Su amistad, sus relaciones en el colegio o el primer enamoramiento distante, narrado con esa maestría que va haciendo que la historia crezca como por casualidad, al igual que la pequeña protagonista.
El odio de los chicos era peligroso, era penetrante y vivo, un legado prodigioso, como la espada de Arturo arrancada de la piedra del libro de lectura de séptimo. El odio de las chicas, en comparación, parecía confuso y lacrimógeno, amargamente defensivo. Los chicos se te echaban encima en sus bicicletas y hendían el aire por donde habías pasado, grandiosamente, sin piedad, como si lamentaran no tener cuchillos en las ruedas. Y decían cualquier cosa.(...)
Era lo normal en Jubilee; la lectura era como mascar chicle, un hábito que se abandonaba cuando la seriedad y las satisfacciones de la vida adulta tomaban el relevo. Sobre todo persistía entre las mujeres solteras, pero habría sido vergonzoso en un hombre.(...)
Vidas de niñas y mujeres. Y llega el deseo irracional, turbio, pero que impregna todos los poros de su piel. Es indeterminado, irracional, fruto de la curiosidad y de los cambios en el cuerpo explicados de una manera maravillosa, sin eufemismos, con la crudeza de la verdad individual, pero con la sensibilidad y ternura de Munro.
El pelo italiano negro en sus axilas. La sombra negra en las comisuras de sus bocas. «Se desarrollan antes en esos climas cálidos.» Católicos. Un hombre te pagaba para que le dejaras hacértelo. ¿Qué te decía? ¿Te quitaba la ropa o esperaba que lo hicieras tú? ¿Se quitaba los pantalones o solo se los desabrochaba y apuntaba su miembro hacia ti? Era la transición, el puente entre un comportamiento normal, conocido y posible, y el acto bestial y mágico, lo que no podía imaginar. Nada de todo eso estaba en el libro de la madre de Naomi.(...)
la religión es su enemigo, como lo es de todo lo que pueda aliviar las penas de la vida sobre la tierra. Es de amor propio de lo que te estoy hablando. De amor propio.(...)
Ella y las demás chicas estaban firmemente encauzadas hacia el matrimonio; las mujeres de más edad que no se habían casado, ya fueran solteronas empedernidas o discretas aventureras como Fern, no podían esperar compasión de ellas.(...)
El sexo me parecía rendición, no de la mujer al hombre, sino de la persona al cuerpo, un acto de fe pura, la libertad en la humildad. Yacía inundada de esas implicaciones y descubrimientos, como alguien suspendido en agua clara, tibia e irresistiblemente en movimiento, toda la noche.
Bautizo. Llega la aceptación de sí, la madurez, la mujer que emerge, literalmente del río, con voz propia, que determina su destino con esa fuerza que te turba a lo largo de toda la novela.
Forcejeé por debajo del agua exactamente como cualquiera forcejearía en un sueño así, con una sensación de desesperación que no era del todo inmediata, que tenía que abrirse camino hacia arriba a través de capas de incredulidad. Sin embargo pensé que él podía ahogarme. Realmente lo pensé. (...)
Si hubiéramos sido mayores seguramente habríamos aguantado, habríamos regateado el precio de la reconciliación, habríamos explicado, justificado y tal vez perdonado lo ocurrido, y habríamos afrontado el futuro con ello a cuestas, pero la niñez nos quedaba lo bastante cerca para creer en la absoluta seriedad y carácter definitivo de una pelea, en lo imperdonables que eran unos golpes. Habíamos visto el uno en el otro lo que no podíamos soportar, y no teníamos ni idea de que la gente lo ve y continúa, y odia, pelea y trata de matarse de varias maneras, y luego se quiere un poco más.
Epílogo. El Fotógrafo. Siempre Jubilee en el corazón.
La novela es un ejercicio de honestidad, sensibilidad y recreación del personaje femenino, extraordinaria, integrando el paisaje en la personalidad. He disfrutado mucho. La podemos encontrar en Debolsillo,y aquí os dejo datos de vuestro interés.
Título: La vida de las mujeres
Autor (es): Alice Munro
Traductor: AURORA ECHEVARRIA PEREZ
Sello: DEBOLSILLO
Precio sin IVA: 9.57 €
Precio con IVA: 9.95 €
Fecha publicación: 10/2012
Idioma: Español
Formato, páginas: BOLSILLO, 376
Medidas: 125 X 190 mm
ISBN: 9788499898582
EAN: 9788499898582
Temáticas: Contemporánea
Colección: Contemporanea
Edad recomendada: Adultos
En el centro de esta deliciosa novela hallamos a Del Jordan, una chiquilla que vive con sus padres en el pueblo de Jubilee y nos narra su día a día, su relación con la familia, los vecinos y los amigos. A través de sus ojos observamos el mundo y compartimos el provecho que saca de lo que ve. Del compadece la poquedad del padre, admira el arrojo de la madre y comprende que tarde o temprano llega el momento en que hay que elegir entre una risueña mediocridad -hogar, iglesia, matrimonio, hijos- y otras opciones más interesantes y arriesgadas. Ese descubrimiento es también el de la vocación literaria, una suerte de llamada, de deber para con el mundo.
«Lo asombroso es ver que hace cuarenta años Munro estaba ya en posesión y pleno dominio de su hermoso instrumento verbal, por encima de todo eficaz, que ahora me parece único. Y envidiable.»
Robert Saladrigas, Cultura/s, La Vanguardia
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