lunes, 23 de marzo de 2015

Deseo, Lust,Elfriede Jelinek


Me encantan los debates sesudos de los grandes académicos que saben tanto sobre el punto y coma en la obra de Cervantes, y que no se dedican a entretenimientos pueriles como esta
modernor que nos avasalla sin piedad de una literatura sin elevado tono moral. Claro, moral o ética burguesa, complaciente, bienpensada, políticamente correcta, lineal, poética, impecable en su factura para que nuestra alma, débil, sensible, se eleve cual pajarillo hacia la inmensidad del cielo infinito. Solo existe una literatura, una convención, un canon, una forma de construir el discurso.
Pero, ¡oh disgusto de sabios!, otras gentes alteran el discurso, se pasan por el forro la trama, la superponen, la destrozan, la adulteran, juegan con el lector, hacen elipsis e hipérboles incontrolables (¡Qué falta de delicadeza para con el sufrido y estúpido lector!), utilizan un realismo sórdido, sucio, y muestran lo más bajo del instinto humano, sus bajezas, sus miserias, su dolor, su mierda, en definitiva. Y eso es intolerable. Debe erradicarse, como la música rock y ese pop que perpetúa la adolescencia en adulteces, ¡toma palabro! De escaparate. Solo una música, solo un arte, solo una dirección.
Pero los autores son obcecados: experimentan, trabajan los argumentos, respetan al lector, bucean en sus miserias, las nuestras y suyas, y ofrecen productos sin manufacturar, alejados del armonioso canon, de la sensible apreciación de los prohombres tocados por una sabiduría enciclopédica tan útil en el mundo de la información masiva. ¿Literatura como arma? ¡Por Dios! Anatema ¿Literatura como expresión y denuncia? ¡Locos drogadictos! Por eso otorgar el Nobel de literatura a esta no literatura, académico dixit, es un sacrilegio, un atentado a una institución absolutamente impecable con el canon. ¡Amén, hijos míos!
Jelinek se caga en nuestro estómago, se ríe de nosotros, nos denuncia, nos escupe en nuestra moral, nos abruma con su inteligencia, con su talento, con su prosa enérgica y demoledora, obcecada, cruel, salvaje, con su denuncia, con su ira, su rabia, su deseo de orinar en la cara de los hombres. Porque quiere hacer todo eso y más, quiere partirnos la cara, hacer que abramos los ojos ante la miseria de la pequeña vida burguesa, de la vida encerrada en un consumo que no podemos pagar, esclavizados a los bancos, a las hipotecas, a los coches que no podemos pagar, de las casas que nos dan la falsa apariencia de seguridad. Y eso no es tolerable, cómo va a ser tolerable decirnos que podemos vivir con mucho menos y ser felices, que podemos respetar a nuestra pareja y ser nosotros mismos, que podemos ser dignos, y no unos putos esclavos, vaya con el mitin.
Pero yo soy un zoquete, un modesto lector que disfruta de la literatura cuando le estremece, que las historias las ve en los telefilmes, que las letras son un arma de destrucción masiva, una herramienta única en este mundo colapsado por las imágenes. La palabra es la única realidad, la que nos configura como seres, la que nos ofrece, aunque remotamente, la posibilidad de ser nosotros mismos.
El libro se adentra en la relación obsesiva y oprimente de una apareja en la que el hombre reproduce las pautas típicas del patriarcado dominante y esclaviza sexualmente a su mujer como si fuera su animal doméstico, atándola con cadenas invisibles compuestas por artículos de lujo que, claro, son los que le gustan a él. Pornográfica, satírica, irónica, con una mala leche antológica, es capaz de aunar en un mismo enunciado tres tramas diferentes, con flash backs, elipsis sin concesiones, metáforas, imágenes e hipérboles complejas.
El sexo, obsceno, pornográfico, sucio, zafio, incoherente, animal, deshumanizado, como una representación del juego de poder, como una imagen de la subyugación moderna, de la falta de respuesta ante los abusos, como una alegoría terriblemente cruel del destino gregario de los hombres y mujeres.

Él le abre el cráneo sobre su rabo, se hunde en ella y, de propina, le pellizca fuerte el trasero. Echa su frente para atrás, con tal fuerza que la nuca le cruje desairada, y sorbe los labios de su vagina, todo a un tiempo, para poder ver con sus ojos la vida sobre ella.

No necesita aletas, nunca se pondría un trozo de plástico así sobre su cabecita roja sólo para seguir estando sano.

El hombre siempre dispuesto a someter a la mujer, a vejarla, a dominarla, a poseerla cosificándola sin descanso, incluso delante de su hijo menor, convirtiéndola en objeto.

Ahora, el hombre querría estar a solas con su divina mujer.
El hombre siempre está dispuesto y satisfecho de sí mismo.
Enseguida piensa apurar a fondo ala mujer por lo menos dos veces, anuncia.
Es implacable como la muerte. Espera de su mujer que siempre esté dispuesta a sacarse el corazón, ponérselo en la lengua como un hostia y demostrar que también el resto del cuerpo está listo para su Señor. 
La mujer sometida, lejos de la liberación prometida: se emperifolla, busca también carne joven, alucina porque el mundo en el que vive la oprime, la degrada, es poco más que una esclava de los deseos de los hombres. La escritura como un vómito espeso, metafórico, como el semen que eyacula, como la orina que mea cuando levanta la pata para marcar el territorio de la bestia, todo desbocado, inusual, vicio y deseo descontrolado, sexo, mucho sexo en la rutina asfixiante y alcohólica de Gerti, 

Le ha prohibido el vuelo tempestuoso del alcohol, pero ella sigue escanciándose vino alegremente.
 
En el matrimonio escaparate donde ella recibe sumisa al animal.Su amante joven o su hijo no son una meta en sí mismos, porque ella es víctima de su propia atonía, de su ausencia de lucha, es por eso que su liberación se convierte en su cárcel.

Las mujeres, alimentadas con esperanzas, viven del recuerdo, los hombres, en cambio, del instante, que les pertenece y, cuidado con el mimo, se puede descomponer en un montoncito de tiempo que también les pertenece. 

Ella no quiere refrescarse en su agudo chorro, pero tiene que hacerlo, el amor lo exige. Tiene que cuidarlo, limpiarlo con la lengua y secarlo con los cabellos.
El padre ha descargado un montón de esperma, la madre ha de limpiar y dejarlo todo en condiciones. Lo que no lame, tiene que recogerlo con un trapo. El director le quita los restos del vestido y la observa mientras limpia y trenza, mientras teje y cose los trozos. Primero sus pechos caen hacia delante, después oscilan ante la mujer, mientras ella pule y restaura,Él pellizca sus pezones entre el pulgar, el índice y el corazón, y los retuerce como si quisiera enroscar una bombilla de un microscosmos. Golpea con su iracundo y pesado mondongo, que por delante aparece, una clara ventana al cielo,en la abertura de sus pantalones, y por detrás contra los muslos de ella. Cuando ella se inclina, tiene que abrir las piernas. Ahora él puede coger con una mano toda su higuera, y hacer de sus dedos furiosos paseantes. Por lo demás, cuando ella mantiene cerradas las piernas él puede situarse encima de ella y orinarle en la boca. Qué ¿que no puede? Le golpeamos la rodilla hacia arriba y damos una palmada (¡aplausos, aplausos!) en los suaves labios de su coño, que en seguida se abrirán, chasqueando levemente, y nosotros, los hombres, tendremos que dar enseguida con la jarra encima de la mesa. Si aún no puede humedecerse, tiraremos con fuerza para abajo de todo su sexo femenino cogiéndolo del pelo, hasta que ella doble las rodillas y, abierta al máximo, se hunda sobre la caja torácica del señor director.

El hombre utiliza y ensucia a la mujer como al papel que fabrica.


las mujeres se quedan en casa y esperan a que las revistas ilustradas les muestren lo bien que están, porque están recogidas y secas en los pañales de usar y tirar de sus feos trabajos domésticos. Pero que´suerte...¡sus amables jinetes gustan de montarlas!
Pronto el jefe vendrá al establo a por nosotras, bestezuelas, que estamos atadas a la cadena de nuestros deseos y somos pateadas.

Pero no solamente habla de las relaciones conyugales, enfermizas y de dominación, también denuncia los atentados al medio ambiente a través de la fábrica o de las pistas de esquí; las constantes alusiones a la animalización, los establos y el estiércol en su doble sentido de la existencia como ganado; la alienación de los obreros; la trivialidad de la vida desahogada y trivial de la jet set etc, convirtiendo el libro en un fresco sobre la vacuidad del mundo contemporáneo.

Una carpa de luz y seres vivos en la que se fabrica papel. La competencia aprieta las clavijas a este lugar, y cepilla a todos los empleados hasta dejarlos convertidos en finas tablitas lo más iguales posible.
Las mujeres del pueblo sólo son un anexo a la carne de los hombres, no, no os envidio. Y los hombres caen como heno seco sobre los impresos de los ordenadores, donde su destino está apuntado junto con las horas que tienen que hacer para poder tocar felizmente las mejores cuerdas de la vida.

Los hombres tienen que producir hasta que pasan a la jubilación. Hasta que están pagados todos los plazos de lo que durante toda su vida, con los ojos cerrados, creían poseer, sólo porque, invitados, podían ocuparlo, mientras sus mujeres han extorsionado la vida de las cosas con su continuo uso. Sólo las mujeres están realmente en casa. Los hombres trotan por entre la hojarasca en la noche, y saltan a la pista de baile. La fábrica de papel
El departamento de protección del medio ambiente toma cuidadosamente pruebas de aguas corrompidas y burbujeantes, pero en alguna parte ya se está abriendo una nueva herida en la Naturaleza, a la que todos tienen que acudir corriendo.
pero hoy en día nadie pide la baja sin pensárselo antes. De lo contrario, la empresa en la que hemos encontrado un sitio para vivir y una pareja para amar frunciría el ceño.
Y tampoco los gobernantes saben la solución al dilema. El trabajo disminuye, la gente aumenta y hace todo lo posible para que todo siga igual y ellos mismos puedan seguir también.
Ahora proseguimos nuestro camino inconstante, dejando solamente débiles huellas en el asfalto de las carreteras y a nuestros hijos un televisor en color y un vídeo por cabeza.
El deporte, esa dolorosa nadería,

Debemos, por lo tanto, leer dejándonos ir, obviando nuestra comodidad burguesa de lectores tetradimensionales y dejarnos fluir por esta dimensión enfermiza, por esta literatura valiente, subjetiva y en ocasiones poética, que te atrapa en la alucinación sin remedio. Lees y quieres seguir leyendo, dejándote ir hacia ninguna parte, explorando el subconsciente de los personajes, su ira, sus miedos, sus complejos, sus perversiones, sus fantasmas. 
Que no os engañe, no os dejéis atrapar por los elementos de la trama, la historia es una excusa para atizaros en la conciencia, nada más, y nada menos. La autora quiere deciros que la vida no es así, que la liberación de la mujer es otra cosa, que las relaciones de pareja o materno filiales, tampoco son lo que esperamos. Y hemos de aceptar la bronca con humildad, sin ofendernos, sin escandalizarnos, dejando que las palabras nos penetren, nos sacudan, porque es la única manera de poder mirar al mundo con los ojos en alto.

La novela la tenemos en la editorial Destino, ahora Planeta, os dejo cositas interesantes. 

Fecha de publicación: 23/11/2004
240 páginas
ISBN: 978-84-233-3694-4
Código: 164026
Formato: 14,5 x 22,7 cm.
Presentación: Rústica con solapas
Colección: Áncora & Delfin

Esta novela, que provocó un notable escándalo en su país en el momento de su publicación, supone un prodigioso ejercicio narrativo tanto desde el punto de vista del estilo como del estructural. El lenguaje crudo y preciso y el elevado tono erótico de Deseo, rompe con todas las convenciones de lo que se ha venido llamando la literatura femenina. El director de una fábrica de papel, atemorizado por los peligros del sida, se fija de nuevo en su esposa para hacer uso de ella como de las prostitutas que había frecuentado hasta entonces. En la confortable residencia del matrimonio se suceden unas escenas de extraña obscenidad y de violencia inusitada, bajo la mirada de su propio hijo, como una crónica de los diferentes mecanismos posibles de dominación en el seno de la pareja. La mujer, desesperada, encontrará otro amante más joven que, a la postre, le convertirá en su nuevo verdugo.

Deseo, que se ha comparado con Historia del ojo, de Bataille por la crudeza de su prosa, es una dura crítica contra la presunta placidez de la burguesía y su supuesta liberación sexual

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