La densidad en un libro se puede medir por el ritmo de lectura. Si nos fijamos la mayoría de los best seller se leen en un suspiro y de hecho hacemos comentarios del tipo: pues me lo he leído en una noche, me tumbé en la hamaca y no he podido parar hasta devorar sus 800 páginas. Vaya, es cierto, si me paro a pensar es cierto, sin duda. Pero, ¿qué pasa con los libros que solo tienen 300 o 400 páginas y tardamos en leerlos dos, tres o cuatro semanas? o, incluso, nunca llegamos a leerlos. La densidad no es un signo de calidad, hay libros muy pesados que demuestran la máxima de que la sintaxis es el reflejo del orden cerebral del autor, pero sí que existen libros que, a pesar de su densidad, de su dificultad, del ritmo lento de lectura, nos atrapan, nos hacen pensar, nos hacen vivir ese mundo explicado que es la literatura.
Este libro de Chirbes es así, denso, complejo, abrupto por momentos, irreal, real, verídico. El autor opta por el monólogo interior enmarcado por dos capítulos, el primero y el tercero, a modo de presentación de la trama. La muerte aparece en el primero, y en el último el recuerdo de lo que fuimos, otra especie de muerte. Porque de eso se trata, de muerte, de reflejar lo que fuimos y ya no somos, de explicarnos que el futuro nunca más se parecerá a aquel que conocimos en la época de Crematorio.
Adonde fue toda esa gente que pasabas deprisa ante nuestros ojos, adonde iban, en qué pararon. Agua que se traga el fregadero, laberinto de cañerías, cloacas, filtros y balsas depuradoras, tubos que van a dar a la mar. [...] Ahora nos toca vivir la vida que llega después de la vida.
La densidad se muestra en el pantano, en la marjal que todo lo rige, que permanece a pesar de su podredumbre,
En torno a mí, fangales de tierra oscura a cuya composición se han iincorporado los vegetales podridos durante miles de años.
Pero, paradoja, da vida, la crea, la renueva, porque de eso se trata, de renovar la vida, de ser de nuevo, de reencontrarnos con lo esencial.
Obviamente, vivimos menos emputecidos, vivimos desengolfados, o con resaca de golfeo. En el ambiente se palpan nuevos valores, virtudes franciscanas: se aprecia de nuevo la lentitud, el paseo tranquilo al atardecer, que es caridiosaludable, incluso se mira con otros ojos el pobretería:me atrevería a decir que está de moda ser pobre y que te embarguen la casa y el coche( si yo te contara, amigo promotor. Imagino que estarás poco más o menos como yo). Te sacan en la tele como protagonista de reportajes si te desahucian o te echan de la empresa, te convierten en héroe.
El libro destila mala leche, no podría ser de otro modo, no se para en lo políticamente correcto, ni en lo incorrecto. La escritura lo invade todo, las palabras dicen muchas cosas, lo que quieren decir y sus contrarios. La palabra es la gran protagonista, por lo tanto, de esta magnífica obra, la palabra que matiza lo vivido, que nos lo rememora, que nos hace enfrentarnos con lo que quisimos ser o fuimos. Todo es lícito, todos los temas caben en la densidad de la ciénaga: las putas, la trata de blancas, tema recurrente también en Crematorio, las andanzas profesionales, la guerra civil, la represión franquista, las relaciones familiares, el desapego de los hermanos, la avaricia,los negocios, las tertulias de bar, el egoísmo, el abuso, la inmigración, la construcción que solo trae pobreza, todo es posible con la palabra precisa, con el pensamiento claro. Pero la marjal dura, llena de cañas, principio y final de la vida, leitmotiv que articula la voz de toda una comarca, es una presencia infinita, alegoría del principio y el final, de la permanencia y la catarsis.
Algo así le ocurre al pantano: la insalubridad, la fetidez, lo ayudan a mantenerse intacto, preservan su inocencia, o lo redimen, y constituyen su peculiar forma de pureza, variante de la ingravidez que concede su reticencia a encajar en otro mundo que no sea el suyo.
La acción se centra de nuevo en la Safor, en la Marina, con Olba como centro: cercana a Misent, a la marjal, al mar.
Olba es tranquilo, y, si quieres ajetreo, tienes Misent a una decena de kilómetros, y Benidorm a medio centenar, y Valencia a apenas cien.
Ese paraje tan familiar, tan vivido por mí desde hace años: la trasformación de la Marina de Dénia de paraje virgen a hormigón feucho y turbio, las carreteras que bordean la ciénaga, el Molinell con sus redes para pescar anguilas, lubinas o lisas, el Montgó lejano, Titán reconocible en cualquier distancia, el olor a mar del puerto, los pescadores, la gente paseando por la calle Campos o el centro comercial de Ondara, todo es cercano, real, pero irreal, literario: los monólogos son palabra, ordenados, claros, aunque en ocasiones caen en la reiteración del pensamiento. Los diálogos no son dinámicos, son lo que son, recurso narrativo para hacer veraz el discurso, para elaborar lo literariamente relevante. Es escritura en estado puro, es trama inteligente y bien trabada: no hay concesiones al lector, no hay concesiones esperables, todo es suposición, creación, trabajo. La muerte está presente, pero nos la imaginamos, el adiós de Esteban nuclea la acción central, pero nunca muere en el papel, lo hace en nuestra imaginación, porque de eso se trata, de hacer novela, de hacer literatura.
Del libro podemos estar hablando mucho rato, de su cinismo, de su inteligencia, de la resolución redonda del segundo capítulo, Localización de exteriores, donde Esteban vuelve a su hogar primigenio, a dónde fue feliz por primera vez para reencontrarse con la tierra, con el fango que atesora en su interior los detritus, lo orgánico de millones de años de muerte y vida. Pero perefiero que os lancéis a su lectura: primero hacerlo con Crematorio, y luego con En la orilla. Los tenemos en Anagrama, y aquí os dejos datos y comentarios muy interesantes.
ISBN 978-84-339-3425-3
PVP sin IVA €
PVP con IVA 14.99 €
Nº de páginas 440
El hallazgo de un cadáver en el pantano de Olba pone en marcha la narración. Su protagonista, Esteban, se ha visto obligado a cerrar la carpintería de la que era dueño, dejando en el paro a los que trabajaban para él. Mientras se encarga de cuidar a su padre, enfermo en fase terminal, Esteban indaga en los motivos de una ruina que asume en su doble papel de víctima y de verdugo, y entre cuyos escombros encontramos los valores que han regido una sociedad, un mundo y un tiempo. La novela nos obliga a mirar hacia ese espacio fangoso que siempre estuvo ahí, aunque durante años nadie parecía estar dispuesto a asumirlo, a la vez lugar de uso y abismo donde se han ocultado delitos y se han lavado conciencias privadas y públicas. Heredero de la mejor tradición del realismo, el estilo de En la orilla se sostiene por un lenguaje directo y un tono obsesivo que atrapa al lector desde la primera línea volviéndolo cómplice.
«La cara oculta, el patio trasero y sórdido de Crematorio, que siempre estuvo ahí pero al que nadie miraba. Desde allí, desde las aguas podridas del pantano ha escrito Rafael Chirbes En la orilla… Una historia llena de vidas derrotadas, de sueños rotos, de la mejor literatura… La novela es de una densidad literaria y una carga simbólica apabullantes. Retumban las voces desde el estercolero, y en ese patio trasero que teníamos olvidado todo son sueños rotos. … El que mejor definió a Rafael Chirbes fue Vázquez Montalbán, con el que tenía tantas afinidades. “Chirbes, una isla que se esfuerza por serlo”, escribió. Ciertamente Chirbes es un solitario, ajeno a modas y generaciones» (Blanca Berasátegui, El Cultural, El Mundo).
«La gran novela de la crisis. La corrosiva voz de Rafael Chirbes retrata en su obra En la orilla un universo de paro y desilusión… En el fondo, una es la cara B de la otra. Si Crematorio era el pelotazo y la burbuja inmobiliaria pilotados por un arquitecto valenciano que cambió ideales políticos por corrupción política, En la orilla es el largo y resacoso invierno que sigue a aquella fiesta. Y que todavía dura… Reich-Ranicki proclamó en su programa de televisión que La larga marcha, su quinta novela, era “el libro que necesitaba Europa”» (Javier Rodríguez Marcos, El País).
«Sirviéndose de la primera y la tercera persona, el estilo indirecto libre y el monólogo, además de diversas voces que van tomando la palabra, nos ofrece un fresco variado y completo: un microcosmos representativo del conjunto del país… El lector avezado que es Chirbes reutiliza con sagacidad nuestra tradición literaria, haciéndola suya, sobre todo el motivo calderoniano de la existencia como representación teatral; y en el logrado desenlace, el tema del ubi sunt, remedando las coplas de Jorge Manrique. La obra, por lo que se refiere al tratamiento del cuerpo, a su envejecimiento y podredumbre, se nutre también de la pintura de Francis Bacon y Lucien Freud, como en su anterior obra… De cómo el mundo aparece gobernado por los pecados capitales: la avaricia, la ira, la lujuria y la gula sobre todo. Por ello, podría emparentarse la narración con la pintura de El Bosco o con algunas obras de Brecht y Kurt Weill…Una gran novela que no deberían dejar de leer quienes quieran entender mejor el terrorífico arranque del siglo XXI, un tiempo sin dioses, plagado de trepas y seres corruptos, en el que el capitalismo financiero, con la complicidad de los Gobiernos conservadores y la pasividad de los socialdemócratas, ha ido acabando con el Estado de bienestar» (Fernando Valls, El País).
«Hay libros que se leen como purgas, como latigazos que le conmueven a uno hasta lo más hondo y este es uno de ellos… Chirbes, como tantos grandes novelistas desde Balzac a Faulkner, viene escribiendo el mismo libro –o la misma “comedia humana”– desde hace muchos libros, y en En la orilla volvemos a encontrarnos con todos sus temas: desde las ilusiones (colectivas) perdidas a los engaños (individuales) aceptados, desde los meteóricos ascensos a las más fulminantes derrotas y abandonos, desde los mecanismos nada sutiles de la explotación a la angustia universal de la irreversibilidad del tiempo… Para mi gusto, la mejor novela española acerca de la crisis y, en todo caso, una de las cuatro o cinco más importantes del último lustro» (Manuel Rodríguez Rivero, El País).
«Ahondando en el carácter depredador de la condición humana, el valor resolutivo del dinero o la decrepitud de la vejez, esta novela, de lectura torrencial e imprescindible, nos sumerge en un derrumbe social de imprevisibles consecuencias morales. Con un inmejorable desarrollo psicológico de los personajes, esa desazonante intriga anclada en la oscura posguerra y una muy lograda atmósfera asfixiante, estas páginas impresionan en la honesta dignidad de una crítica social planteada sin prejuicios ni maniqueísmos. Pero ésta no es sólo una novela sobre la crisis, porque aborda también algunos lacerantes aspectos de nuestra desorientada época, como la explotadora globalidad comercial o una tiránica telefonía móvil, síntomas aquí de una moderna, árida, deshumanización del presente. Llevando hasta el límite el mejor realismo crítico, Chirbes acierta plenamente con esta impresionante historia de fracasos y rencores» (Jesús Ferrer, La Razón).
«Una de las mejores prosas que hay hoy en castellano, tanto por la fuerza rítmica como por la brillantez de las evocaciones. Rafael Chirbes es ya definitivamente el cronista moral de la realidad española reciente, con un realismo que ciertamente es muy fiel a las situaciones cotidianas y con momentos de álgida inspiración» (J. M. Pozuelo Yvancos, ABC).
«Después de la magistral Crematorio, Rafael Chirbes publica En la orilla, para describir y descifrar una geografía desoladora. Nadie como Chirbes, tal vez Manuel Longares, escribe en relieve la realidad más cercana; nadie logra atrapar al lector y dejarlo sin aliento ante la emoción, la tensión, el desgarro, la denuncia. Con un estilo poderoso, cifrado, torrencial, las historias que cada una de las voces narra o confiesa forman una enciclopedia de la desolación… Literatura en estado puro, sentido de las palabras y relato de cosas que suceden, no el limbo, sino aquí mismo, hacen de esta novela la historia íntima y brutal de las naciones. Mil veces soberbia» (Fernando R. Lafuente, ABC).
«De su mano maestra En la orilla nos proporciona una visión crítica, pesimista, muy corrosiva, pero también lúcida, de la condición humana, de los perversos mecanismos que rigen el funcionamiento de la sociedad, del hombre enfrentado al triunfo y al fracaso. Y esa visión inmisericorde de la familia, retratada con dureza como un microcosmos social donde los engaños, el poder destructor del dinero, la codicia o la envidia degradan a sus integrantes… En la orilla es una gran novela que retrata de manera descarnada lo que está siendo el arranque de este brutal siglo XXI, un tiempo plagado de trepas y seres corruptos, en el que el capitalismo financiero, con la complicidad de los gobiernos conservadores y la pasividad de los socialdemócratas, ha ido acabando con el llamado estado del bienestar, esa gran fiesta a la que nos dijeron que estábamos todos invitados y de la que ahora nos expulsan a patadas» (Javier García Recio, La Opinión de Málaga).
«Sí hay un realismo duro, en efecto, en las páginas de este libro, pero también una renovación contemporánea de éste. Hay una verdadera estética del deterioro e incluso un manierismo en su descripción y una metaforización de la podredumbre moral como un trasunto de la podredumbre física que se inaugura en la primera línea de la primera página: «El primero en ver la carroña es Ahmed Ouallahi»… Y hay la sabiduría del escritor en el arte de narrar, de pasar de la tradicional y convencional tercera persona omnisciente a la primera o de ambas a los diálogos» (Iñaki Ezquerra, El Correo Español).
«Todos los que piensen que en el realismo social no hay estética literaria que valga tendrían que leer a Chirbes para convencerse de lo contrario. En la orilla es un monumental fresco barroco de la España actual, concebido con deslumbrante rigor sintáctico. Cómo él mismo ha señalado, de la novela parten terminales en todas las direcciones. Con sonido coral de fondo, el orfeón va dando paso a diferentes solistas que cuentan la historia desde distintos ángulos. Por el relato desfilan el dinero –ésta es una novela sobre el vil metal–, la corrupción, el terrorismo, la inmigración, el desarraigo, la prostitución, el fracaso existencial, la ambición sin límites y un pantano que lo preside todo y que sobrevuela la historia como un símbolo del fango y de la podredumbre que han envuelto los últimos años del país… En la orilla es una novela densa que encierra tensión en cada párrafo. Las palabras, afiladas como cuchillos, se agolpan a veces de modo obsesivo en largos monólogos. Otras veces son las narraciones en primera y tercera persona las que se ocupan del relato, que va desvelando los fantasmas de una existencia gris, las decepciones y el derrumbe familiar» (Luis M. Alonso, La Nueva España).
Qué cosas, desde que vi tu anuncio en el apartado " qué leo?" he tenido cierta impaciencia por saber que lo estabas leyendo. Algo así como si hubiera recomendado a alguien ir a algún sitio muy divertido y sabiendo que va a ser muy feliz en ese sitio,aguardara su vuelta para que me confirmara que así había sido.
ResponderEliminarSé que me sigues.
Besos blogueros, me dejo caer pronto.