La lectura de los clásicos se hace compleja en tiempos modernos al menos por dos razones: una de carácter temporal y otra de carácter moral y afectivo. La complejidad temporal radica en la distancia: sintáctica, gramatical y léxica, ya que, en muchas ocasiones, el lector moderno se encuentra ante arcaísmos, giros o elementos sintácticos lejanos a sus conocimientos culturales. La otra dificultad es afectiva, porque existe una presión cultural que nos empuja a leer o sí o también estos clásicos que conforman el canon, esto hace que queramos leerlos aunque nuestra distancia frente a ellos sea infinita; de este problema afectivo se deriva uno moral, una obligación para con nuestra cultura para que nos guste y nos encontremos cómodos con su lectura. Sin embargo, hemos de ser honrados con nosotros mismos. ¿He leído, de verdad, El Quijote, Gargantúa y Pantagruel, La Iliada, La divina comedia, En busca del tiempo perdido, El Ulises? Nuestra respuesta nos sorprenderá a nosotros mismos, y debemos aceptar que no siempre es posible adentrarnos en una lectura placentera con libros que nos son, en muchos sentidos, distantes y engorrosos.
La lectura es un acto de placer, y para un profesional, un fin en sí mismo. Un lector contemporáneo debe buscar dimensiones que le hagan la vida más sencilla, que le hagan disfrutar e identificarse con procesos y dimensiones diferentes a los que experimenta en su propia vida. Por eso no debe avergonzarnos no haber leído el Quijote, o El cantar del mío Cid, o La Celestina, para nada, porque el hecho de no habernos encontrado cómodos de no haberlos entendido, o, simplemente, de haber sentido una distancia insalvable, solo son indicios de que vivimos en nuestro tiempo. Yo también he sentido esa desafección con clásicos de Lope o Calderón, a los que adoro, o con Jovellanos o el Padre Isla, me cuestan, y no pasa nada, no me siento de ninguna manera, no creo haber traicionado la confianza que la sociedad ha depositado en mí como profesor de Literatura, para nada, sé que soy producto de mi tiempo y que, a mi pesar, no siempre conecto con todos los libros. La lectura, para mí, es un acto íntimo de reconstrucción literaria, de creación por parte del lector de lo leído, por ello, necesito cierta competencia, pero también, cierta cercanía a la obra a la que me enfrento, cierta pasión que me haga poder rehacerla.
Leo una vez más El estudiante de Salamanca porque se la recomiendo a mis alumnos. La lectura ha sido en voz alta, se la he dramatizado. He visto en sus caras la distancia que les separa con la forma, las dificultades de entender su léxico, de adentrarse totalmente en la trama; sin embargo, aquí está lo hermoso, les he explicado el libro desde una perspectiva contemporánea. Me importa poco que conozcan más o menos la métrica empleada, su rima, su retórica, son elementos que podrán conocer en profundidad si un día se dedican a la filología. Me interesa que se centren en la trama, que se adentren en la dificultad del personaje de don Juan, encarnado en la figura de don Félix, que sepan que el eterno adolescente satánico, cruel, ausente de sí, valiente y herético, es una consecuencia de la tradición, y la tradición es bueno conocerla, saber de ella, entenderla para entendernos a nosotros mismos: Aquí tenemos una muestra de la tradición enlazada a Wikipedia para que podáis disfrutar del hipertexto. El infamador de Juan de la Cueva (1581), El Hércules de Ocaña de Luis Vélez de Guevara, El burlador de Sevilla y convidado de piedra, 1630 de Tirso de Molina; Tan largo me lo fiais, atribuida a Andrés de Claramonte. Los romances, con el tema del convidado de piedra. Antonio de Zamora (No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague, 1713), Molière, Dom Juan ou le festin de Pierre, 1665; Clarisa Harlowe de Samuel Richardson; Lorenzo da Ponte, libretista de Mozart, Don Giovanni, 1787; Choderlos de Laclos, y sus Las amistades peligrosas, 1782, Lord Byron, Don Juan, 1819-1824, incompleto por su muerte, José de Espronceda ,el Don Félix de Montemar de su El estudiante de Salamanca, 1840,José Zorrilla (Don Juan Tenorio, 1844), Azorín, Gonzalo Torrente Ballester Don Juan; Johann Christian Grabbe, Alejandro Dumas, Carlo Goldoni, Edmond Rostand,Max Frisch.
Entender, pues, que don Juan es una consecuencia de los deseos recónditos del hombre de desafiar a lo divino, de conectar con su parte irracional, con el deseo y la pasión, con el dolor y la muerte. Don Felix, en este caso, es un personaje romántico: rebelde, temerario, que conecta con su parte irracional frente al racionalismo moral y civil del siglo anterior; es un personaje al que le parece bien que el sueño de la razón produzca monstruos porque, en cierta medida, también produce el arte, la literatura, la vida, la aventura. Don Felix se mueve bien entre los espectros, entre el goticismo que se impone en esa época y que, curiosamente, conecta con la nuestra a través del negro, del gusto por la muerte y las calaveras, por lo siniestro, por el gusto de los cementerios y zombies, por los vampiros y por la noche espectral y espeluznante. Ellos, mis alumnos, los oidores lectores de la obra, conectan con ella por lo que tiene de actual, de fantástica, de literaria, por lo que les hace ser, por su imaginación, por los puntos de unión que encuentran con sus juegos de ordenador, con sus películas, con su universo imaginario, y es aquí donde conectamos, donde su universo, el mío, y el de Espronceda confluyen en puntos y lazos afectivos.
Por eso leo de vez en cuando a los clásicos, y por eso lo leo en voz alta, para que todos sepan que, aunque estemos muy lejos de ellos, pueden conectar con nuestro universo pospostmoderno, con nuestra alma tecnológica, con nuestra apatía por el placer diferido, porque, así lo vivo, los clásicos pueden ser tan actuales como el mejor best seller para consumir, pero en muchos casos, necesitan de la pasión de la explicación para hacer cercano lo lejano, presente lo ausente, conocido lo ignoto.
Yo manejo la edición de Cátedra, y os dejo su sinopsis y datos por si queréis, u os atrevéis, a leer un libro del siglo XIX.
Colección: Letras Hispánicas
Páginas: 128
Precio: 7,80 €
ISBN: 978-84-376-0010-9
Formato: Papel
«El estudiante de Salamanca», de José de Espronceda (1808-1842), contiene una textura bien trabada, casi clásica y al mismo tiempo compendia en sí todos los ingredientes formales e internos que hemos dado en llamar románticos. Y de tal modo configurados, que muy pocos dudarían en tomar esta obra como paradigma del Romanticismo español. Benito Varela Jácome, preparador de la edición, pone de relieve esa trabazón estructural que, en una lectura apasionada, a veces se pierde entre el tema subyugante y la rotundidad de las estrofas.
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