Ya sabéis que suelo intercalar clásicos con libros de más o menos actualidad, con ello consigo el doble objetivo de satisfacer mi necesidad de entretenimiento e ir leyendo o releyendo libros que significan algo en sí mismos. Y he aquí el término que andaba buscando estos últimos tiempos, algo en sí mismos, fijaros que sería una definición perfecta para mi concepto de canon: libros que significan algo en sí mismos y que consiguen significar algo para mí y para otras personas. De este modo tendríamos una doble dimensión del canon: la individual, que serían los libros que uno lee y que configuran su acerbo lector, y otro el Canon con mayúsculas, o libros que significan algo para el resto de la humanidad. Claro, sobre esto ya volveré en algún otro momento, erigirse en faro de los gustos de seis mil millones de seres humanos, pues es complejo, por eso yo recomiendo una lista muy sencilla, elaborada por el club de lectura de Noruega y que nos ofrece una selección de cien obras que constituyen el canon. 1984 está entre ellas.
Cuando leemos 1984 no sabemos muy bien ante qué nos encontramos, por un lado, parece un libro de carácter político de crítica feroz a los totalitarismos: socialismo real soviético, nazismo alemán, básicamente, ya que, además, son citados durante la trama del mismo, pero también él se adentra en las fauces de un totalitarismo absoluto. Pero solo es una primera aproximación. Una segunda aproximación nos hace pensar en una utopía, al estilo de La República de Platón, la de Tomás Moro, La ciudad de Dios, de Agustín de Hipona, François Rabelais en su extraordinaria Gargantúa, Viaje a Icaria de Étienne Cabet, La isla , de Aldous Huxley pero no, no es una Utopía o estado idealizado e inalcanzable, una ilusión del espíritu. ¿qué nos queda? Ya está, una Ucronía, una historia alternativa como Roma eterna, de Robert Silverberg, El hombre en el castillo de Philip K. Dick, pero no hay nada alternativo, nada diferente a lo ocurrido, o sí. Estamos fastidiados, porque nuestro vocabulario se agota en sí mismo. Recurrimos al término distopía, y enseguida nos vienen a la cabeza novelas como Nosotros de Yevgeni Zamiatin, novela en la que se basa la neustra y que próximamente os dejaré comentada, Señor del Mundo de Robert Hugh Benson, Mercaderes del espacio de Frederik Pohl y Cyril M. Kornbluth, Un mundo feliz de Aldous Huxley y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury. Y parece que así es más fácil enmarcarla, es una utopía que no queremos que suceda, que no puede suceder, que el autor implora que nunca se realice, pero a un tiempo cuanto hechos no acaecidos, una realidad alternativa tras la hecatombe nuclear, y también es una reflexión histórica y política. Todo esto es nuestra novela, y mucho más: es un acierto.
Pero, en realidad, lo que sucede en la novela, ¿no pasa? Si atendemos a los innumerables artículos al respecto, nos muestran como nuestro mundo se ha ido configurando con ciertos paralelismos propios de la obra de Orwell. Un Gran Hermano que casi lo controla todo, que nos puede espiar, esto es lo más fácil en la era digital, internet, videoconf, smarts, tables etc. Respecto a lo político los grandes partidos han ido erigiéndose en verdaderas sectas de verdades incuestionables, en los verdaderos neodioses de nuestro mundo. Su infalibilidad parece la del partido de la novela. No voy a hablaros de los paralelismos, de hecho la mayoría de vosotr@s ya ha leído la novela, eso significa que tenéis un criterio específico y preciso sobre qué significa qué. No, os voy a hablar de lo que he pensado conforme la leía.
Cuando empecé la relectura me encontré algo decepcionado, me parecía una ficción sencilla, inferior a la Ficción gramatical, por ejemplo, pero el sentimiento fue cambiando conforme nos adentramos en la trama, conforme Smith y Julia se aman, y aquí encuentro el primer gran hallazgo: el amor libera al hombre de su esclavitud (primer gran lema: La libertad es esclavitud) haciéndolo esclavo del otro, en la novela, del partido. El segundo hallazgo es la apariencia, el engaño absoluto de la realidad, las reflexiones sobre este punto me parecen fascinantes: la revisión sistemática de la historia, el es y no es, el doblepensar (la ignorancia es la fuerza, segundo mantra) y claro, me encuentro ante la realidad de la ausencia de pensamiento, de aceptación de lo aparente en la sociedad en que vivimos: una educación pseudodemocrática y masiva que adoctrina, que procura que no exista heterogeneidad, sino uniformidad en el pensamiento; la nueva lengua, neolengua, en la novela, que toma los hallazgos de la filología nazi y que Klemplerer explicó de una manera magistral en La lengua del Tercer Reich. Así Orwell hace todo un tratado sobre la nueva lengua que controlará todo lo dicho o expresado haciendo imposible el pensamiento crítico, gobernando, de una manera eficaz, el propio pensamiento, ordenando los deseos, y convirtiendo al individuo en una parte insignificante del nosotros consagrado por el partido. Así la ignorancia hace feliz al ciudadano ya que, incluso el mundo, le viene explicado por el otro, por el nosotros del partido . El tercer hallazgo está relacionado con el primero y el segundo, y es el análisis de la masa que divide en tres grupos (esto no es nuevo, desde la filosofía del Gilgamesh, pasando por la República de Platón) al hombre, separándolo conforme a su poder jerárquico. Este hallazgo es inquietante, y adecuado. Es posible que las clases medias en occidente hayamos encontrado un hueco ficticio en el poder, pero la crisis mundial que vivimos en 2012, nos dice claramente dónde se encuentra el poder, todo el poder, y no es en nuestras manos: mientras los ricos siguen llevando un tren de vida ofensivo, las clases medias sufren el castigo de la escasez, y la gran masa de trabajadores, llega incluso a pasar hambre en occidente.
Me gusta cuando Smith lee sobre la libertad, sobre un liberalismo prohibido creado por un Goldstein inexistente, y encuentro una doble lectura: por un lado la metaliteraria, cuando la obra de arte se cita a sí misma, y se autoescribe, me refiero a la lectura del libro de Goldstein que lee Smith; por otro evoco el concepto de enemigo imaginario, la necesidad de las oligarquías y grupos de poder de encontrar la culpabilidad de todos los males en el otro, en el extranjero, en el que no habla nuestra lengua, el que no tiene nuestra sangre, o el que piensa como otro.
Seguro que podéis decir muchas más cosas, cuando hagáis la segunda o tercera lectura, pensad en propaganda, internet, yo, soledad, amor, engaño, fidelidad, política, guerra, paz, crisis, televisión, mentiras, verdades, literatura, cine, odio, amistad, el otro, enemigo público, nacionalismo, socialismo, fascismo, democracia, partido, ideología, y veréis como todos y cada uno de estos términos tienen acomodo en su lectura. Obra absolutamente recomendable, necesaria. En ocasiones no solo importa la trama, sino la finalidad en sí misma. 1984 se vale por sí misma, se retroalimenta y pervive incluso en nuestro tiempo, un tiempo en que pensar, en el que el placer diferido se convierte en un lujo para heterodoxos.
Podéis encontrarla en Destino, pero en vez de una simple sinopsis os dejo el argumento de la Wikipedia:
Tras años trabajando para el Ministerio de la Verdad, Winston Smith se va volviendo consciente de que los retoques de la historia en los que consiste su trabajo son sólo una parte de la gran farsa en la que se basa su gobierno, y descubre la falsedad intencionada de todas las informaciones procedentes del Partido Único. En su ansia de evadir la omnipresente vigilancia del Gran Hermano (que llega inclusive a todas las casas) encuentra el amor de una joven rebelde llamada Julia, también desengañada del sistema político; ambos encarnan así una resistencia de dos contra una sociedad que se vigila a sí misma.
Juntos Winston y Julia creen afiliarse a la Hermandad, un supuesto grupo de resistencia dirigido por Emmanuel Goldstein —un personaje casi tan ubicuo y omnipresente como el propio Gran Hermano, el Enemigo del Pueblo y escritor de El Libro, el cual Winston lee hasta llegar a comprender los mecanismos del doblepensar, herramienta base de dominación del Partido—, y que es en realidad uno más de los instrumentos de control del Partido.
A través de una historia intrincada, con temas como el lavado de cerebro, el lenguaje, la psicología y la inventiva encaminados al control físico y mental de todos los individuos, la educación totalitaria de la juventud, etcétera, Orwell relata la historia trágica y aparentemente emancipadora de Winston Smith y Julia, quienes tratan de escapar de un sistema donde la intimidad y el libre pensamiento están prohibidos.
Al descubrir que los presuntos "miembros de la resistencia" formaban parte también del mecanismo represor, los protagonistas son encerrados por la Policía del pensamiento y sometidos a tortura en el Ministerio del Amor. Winston es obligado a reconocer que un enunciado evidentemente falso como 2+2=5 es en realidad verdadero. Su fortaleza sorprende a los torturadores en la Habitación 101, pero todo no es más que parte de una alienada pesadilla. Winston acaba, tras largos e inhumanos meses, aceptando interiormente que la verdad es lo que el partido dice y no lo que su intelecto deduzca, o ni siquiera lo que sus sentidos perciban. Al final Winston reencuentra a Julia, que ha sido también torturada, pero ambos son incapaces de mantener en sus mentes alguna sensación de cercanía y se separan como dos extraños; se indica entonces que la finalidad del Partido Único se había cumplido pues de hecho el amor entre Winston y Julia ha desaparecido, reemplazado por el amor hacia el Gran Hermano, único sentimiento afectuoso tolerado por el régimen. No obstante, lo único que Winston sabía era que desaparecería, de la noche a la mañana, sin dejar ni una huella o algún conocido, incluso alguna evidencia de haber existido. Sabía también como sería su muerte, siendo lo único que tuvo certeza en toda la historia.
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