Siempre me ha interesado la religión y he intentado entender el hecho religioso, lo espiritual. Desde adolescente me he preocupado por entender las religiones, y de leer sobre ellas y en ellas. Algunos libros han sido especialmente interesantes, como El tratado de ateología, de Michael Onfray, o la novela de divulgación El viaje de Teo, de Catherine Clement. Otras lecturas han sido inspiradoras como San Juan, Santa Teresa, fragmentos de los evangelios o del Corán, el Siddhartha de Herman Hesse, o el Li Chin, La diosa Blanca de Graves.
Con todo esto os quiero decir que el hecho religioso es consustancial al hombre, al igual que la espiritualidad, y que la discusión sobre los dioses es antiquísima y enriquece totalmente el debate antropológico. Este libro que nos ocupa es especial, extraño, caótico, visceral, vomitivo, extraordinario.
Fernando Vallejo intenta resolver cuentas pendientes con los grandes monoteísmos, así se desliza con virulencia sobre el cristianismo y la historia de la iglesia denunciando sus desmanes y cuestionando la figura de Jesús, los Apóstoles y de sus dirigentes. Su camino intenta ser exhaustivo, pero cae en el desorden, está escrito a golpes, a martillazos, a vómitos, y eso me desconcierta, pero hace que entienda la necesidad y honradez del escritor. Puedo estar de acuerdo o no, eso no importa, yo no dejo de ser un ateo católico convencido de que el hombre comparte sustancia, materia y esencia con el universo, que la inteligencia que rige la física, la astronomía, está presente en cada una de nuestras células, pero desde luego no puedo permanecer al margen, ni quedar indiferente ante sus tesis, básicamente: jesús no existió, y todo el tinglado de la iglesia contemporánea nace en el 313 por obra y gracia de Constantino, más o menos. Todo es falso, todos los escritos están manipulados e interpolados, no existieron evangelistas, no existió ni Pedro ni Pablo, por lo tanto todo es una gran pantomima de poder y corrupción. No digo que no pueda ser. No menos salvaje es respecto al Islam y a su profeta Mahoma.
Dentro de sus fantasmas particulares yo destacaría el análisis del papado de Juan Pablo II y de Benedicto, el actual papa, muy interesante.
En fin, cáustico y demoledor, Saramago dixit, libro para estómagos fueres, para quien esté dispuesto a abrir su mente y aceptar que la realidad puede ser diferente a la que nos han enseñado, y que todo lo que sabemos, no deja de ser mera especulación o falsedad, directamente. Vaya.
El libro lo tenemos en España en Alfaguara, os dejo la sinopsis:
Durante los veintiséis años del pontificado del polaco Karol Wojtyla (más conocido como Juan Pablo II), la población mundial aumentó en dos mil millones. A una cifra tal había llegado nuestra especie en 1930, después de millones de años de existencia sobre la Tierra. Nadie más responsable de ese aumento desmesurado que él, que anduvo por ciento treinta países de los cinco continentes predicando contra el control natal, llamándose defensor de la vida porque defendía un óvulo fecundado por un espermatozoide, el zigoto, que tiene el tamaño de una amiba. Hoy somos siete mil millones y el daño hecho es irreparable. Esta es la última de las más grandes infamias de la Iglesia. Las ocho cruzadas que devastaron la llamada Tierra Santa, el exterminio de las civilizaciones indígenas de América, la oposición a la libertad de conciencia y de palabra y a todo avance de la ciencia, la cohonestación de la esclavitud, la degradación de la mujer, la Inquisición, he ahí otras, a las que hay que sumarles su indiferencia ante la suerte desventurada de los animales.
Los albigenses, a quienes el papa Inocencio III, el hombre más poderoso de su tiempo, exterminó porque le enrostraban sus riquezas, llamaron a la Iglesia de Roma «la puta de Babilonia», tomando la expresión del Apocalipsis. Dos milenios lleva delinquiendo, impune, abusando de la credibilidad del rebaño y gozando de su impúdica riqueza. La puta de Babilonia, por lo pronto, le levanta el sumario de sus más grandes crímenes, cuestionando de paso la existencia de un Ser Supremo que de existir los ha permitido, sin que haya servido hasta ahora en lo más mínimo el sacrificio de su Único Hijo.
«Es un martillo de los ortodoxos, ha escrito diatribas disparatadas, y bien ciertas, contra la Iglesia que inventó la tortura de la Inquisición. Es un azote del Papa, capaz, en sus distintas reencarnaciones, de autorizar la enfermedad de los pobres y la muerte de éstos. Martillo de ortodoxos y hereje ejerciente.»
Juan Cruz, El País
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