miércoles, 20 de enero de 2021

Baba Yagá puso un huevo,Baba Jaga je snijela jaje, Dubravka Ugrešic

 

Leo que Nicholas Christakis, investigador de Yale dice en su nuevo libro, Apollo's arrow: the profound and enduring impact of coronavirus on the way we live, que no he leído, que el 2024 podría convertirse en un escenario postpandemia parecido a los locos años veinte, aquí dejo de leer la noticia de la BBC, paso a la imaginación y proyecto toda la pornografía apretada en mi cerebro, todas las referencias literarias y fílmicas que han descrito los felices veinte como una época de desenfreno y orgías en la calle, por imaginar, podemos imaginar incluso un mundo de sexo desenfrenado sin remedio, donde la virtud radica en hacer el amor en interminables encuentros mixtos, pero también le añado una banda sonora de jazz, de sonrisas donde el carpe diem se impone como un mantra antiguo. No lo creo, el desenfreno ya es real, las orgías sin glamour, también, la pornografía está tan presente que ya nadie le presta atención, la consumen (inciso, leo a una sexóloga decir que el porno produce impotencia, si tuviera un cuaderno de bitácora, sería un apunte en el espacio que debería recordarme la fragilidad de alma humana), porque todo se consume en una carrera sin meta, en un igualitarismo por la estupidez histórico. Vivir y respirar, no dejar que las brujas asalten nuestros sueños, ya es un esfuerzo notable.

En alguno de mis textos, yo había mencionado los eufemismos de nuevo cuño de nuestra época. Encontrarse en estado transitorio significaba estar sin trabajo. Fingí no haber captado la señal. Me ponían nerviosa sus citas, las usaba en un tono inoportuno.

Porque Baba Yagá es una bruja (es un personaje episódico, pero sus intervenciones en el cuento son clave, y difícilmente se puede decir algo acerca de ella sin mencionar al mismo tiempo el lugar que ocupa en el relato y sus vínculos con los demás personajes), es un referente del cuento popular eslavo, un personaje que sintetiza tradiciones y vertebra toda una cuentística. Estamos ante una novela que es un libro de cuetos, un ensayo o, simplemente, una novela extraña sobre las relaciones humanas, sobre la vejez y su relación con la vida.


Y ¿nosotros? Nosotros tiramos hacia delante...Mientras que la vida a menudo nos aprieta y ahoga, el cuento solo por sí mismo aboga.


Se estructura en un par de cuentos y en una parte final, extensísima, donde se analizan los propios cuentos y los diferentes símbolos que aparecen en el folklore: la obsesión de una folklorista ayuda a entender la dimensión del personaje de patas de pollo o de alambre que se come a los niños crudos.


Y ¿nosotros? Nosotros corremos hacia delante. Mientras que la vida a menudo nos pisotea, el cuento como un pájaro por el aire revolotea.


En seguida entra la anciana, en este caso la madre de una escritora, las conversaciones con la octogenaria son delirantes y únicas, llenas de cotidianeidad y familiaridad, entrañables, aunque subyaga toda una vida de reproches. La agilidad es imprescindible, porque una de las cosas que me ha sorprendido es la capacidad de mezclar géneros, estilos y finalidades, me gusta sentir, como lector, esa propuesta de experimentación.

―Ya no están los asquerosos…―dijo.

―¿Quién no está?

―Pues ellos, los estofados…

―¡Querrás decir los “estorninos”!

―Eso es lo que he dicho, estofados.

―Los estorninos son pájaros, y el estofado es un plato…

―Pues es lo que he dicho…

―¿Qué has dicho?

―Que ya no están los asquerosos…

Y luego añadió de manera un tanto enigmática…

―Tal como llegaron, se fueron…


Hay aspectos que me resultan atractivos como las voces que denuncian la transformación del ser humano en la terrible lucha que desde el siglo XIX se libra contra la anomia, contra una individualidad que nos viene grande, contra un ego impuesto y creado.

 

Más por casualidad que intencionadamente, Mr Shake había descubierto la obsesión fundamental de nuestra época, y de ahí su éxito. Con la desaparición de todas las ideologías, a la imaginación humana le quedaba el cuerpo como único refugio. El cuerpo humano es el único territorio que su dueño puede controlar, hacer adelgazar, empequeñecer, inflar, aumentar, moldear, endurecer y adaptar a su ideal, llámese este ideal Brad Pitt o Nicole Kidman.


Así Baba deambula, disfrazada de los personajes mayores, todas tienen algo que la caracteriza, por entre los cuentos expandiendo su poder y acercándose al alma de sus víctimas para que descubran algo de su yo.

 

Pupa tenía una gracia con la que las desarmaba y constantemente las empujaba a ser sus sustitutas.


Además tiene reflejos brillantes que hacen que sea posible el análisis de aspectos de la Europa del Este, de las miserias, de la libertad y de las promesas perdidas.

 

Lo que más les dolió, sin embargo, fue que ni siquiera se les rindiera reconocimiento moral. Ya nadie mencionaba la lucha clandestina en la que ellos habían participado durante años. Lo único que les quedaba era enfrentarse diariamente a los resultados de la libertad por la que habían sacrificado su juventud. El entorno había cambiado, mientras que ellos seguían igual: en un piso pequeño, con una pequeña pensión, con los dos o tres amigos que les quedaban, perdedores igual que ellos. Habían luchado y vencido al Gran Hermano, y ahora veían Big Brother Show todos los días en la televisión. Los rusos emprendieron la segunda ocupación de una manera suave, no con tanques como antaño, sino con dinero contante y sonante.


Los elementos del cuento son constantes, me encantan las diferentes conclusiones que me recuerdan a nuestro “y fueron felices y comieron perdices” que juega con rimas sencillas y ritmos que no dejan margen a la imaginación del lector, es un cuento, la intención es la del cuento y su forma, también. Es todo un tratado de cómo ha de ser, jugando metaliterariamente, trabajando la exposición argumental, explicando las diferencias con lo real y dotando a todos los personajes de algo excepcional, un don oculto que los une en lo singular. Por eso son tan importantes ls referencias constantes al hecho de que el lector se encuentra ante un cuento, ayudan, como he señalado, a crear ese ambiente irreal en el que esperamos la sorpresa de la resolución.


Pero nos quedaremos despiertos, para que el cuento no se nos escape dejándonos boquiabiertos…

Pero, como la vida se vive lentamente y el cuento, sin embargo, se cuenta enseguida, nosotros aquí queremos acelerar un poco, y ya ralentizaremos más tarde el ritmo para contar la breve historia de la enemistad entre Beba y su cuerpo…

Porque mientras la vida aúlla, retumba y relampaguea, el cuento, cual moscardón, bordonea…

Pero mientras en la vida el hombre vagabundea sin rumbo ni tregua, el cuento anda con botas de siete leguas.


De los muchos fragmentos que me han llamado la atención me ha interesado cuando el lamento por e hecho de que no nos enseñan a morir. La muerte es tabú en la sociedad de la opulencia sin vejez, que se contrapone a la cultura de la pose juvenil industrializada, en la vanidad insoportable de los medios y en la medicina de la eterna juventud, así el balneario aparece como alegoría a la estética del cuerpo, a la búsqueda de la fuente de la eterna juventud, al destierro de la vejez como algo feo y curable, así se convierte el hombre en un monstruo irreconocible de belleza de ciencia ficción. Por eso la importancia de Baba como espejo revolucionario de la vejez ante la impasibilidad acomodada del hombre (quienes hemos vivido con abuelas en casa, hemos compartido la vejez como un hecho físico y psicológico, entendemos, quiero creer, la muerte y la senectud como consustanciales e inherentes y sabemos convivir con lo que representa).

 

Todas las culturas primitivas sabían cómo enfrentarse a la vejez. Las reglas eran sencillas: cuando los viejos ya no eran capaces de contribuir a la economía familiar, los dejaban morir o los ayudaban a abandonar este mundo. Como en esa película japonesa en l que el hijo mete a la madre en una cesta y la lleva ala cima de una montaña para que muera allí. Incluso los elefantes son más listos que los humanos a este respecto. Cuando llega su hora, se separan de la manada, se van a su cementerio, se tumban sobre los huesos de otros elefantes y esperan a convertirse ellos mismo en huesos. Y, sin embargo, los hipócritas de hoy en día, que se escandalizan por el primitivismo de las antiguas costumbres, aterrorizan a sus ancianos sin sentir una pizca de remordimiento. No son capaces de matarlos, ni de ocuparse de ellos, ni de construirles unos establecimientos apropiados, ni de organizarles un servicio de cuidados digno. Los abandonan en dispensarios de muerte, en residencias de ancianos, o los que tienen influencias alargan su estancia en las unidades gerontológicas de los hospitales, con la esperanza de que los viejos la palmen antes de que alguien se dé cuenta de que su estancia allí carece de sentido. Los dálmatas tratan con más cariño a sus burros que a sus ancianos. Cuando los borricos envejecen, los llevan en barca a unos islotes deshabitados y los dejan morir allí.

Los cuentos, como construcciones literarias, no solo ofrecen una trama más o menos elaborada, la sucesión de acontecimientos condensados para que el lector se sumerja en el devenir de acciones y personajes, sino que la autora, además, es capaz de construir las bases de una teoría que rivalice con Labov o Popp.

Pocas personas pueden jactarse de tener guionista a su gusto. Quién sabe, tal vez las oficinas burocráticas del señor Destino se parecen a Hollywood o a Bollywood, tal vez allí, en vez de millones de funcionarios diligentes, trabajan millones de chapuceros, que copian, reelaboran, machacan y emborronan el papel. Tal vez incluso existen departamentos, y unos se ocupan del argumento, otros de los diálogos y los terceros de los personajes, y quizá por eso nuestras vidas parecen un mejunje indescriptible. En cuanto nacemos, a todos nos ponen en la mano un paquetito invisible con las pisas, y todos empezamos a explorar nuestras vidas como boy scouts. Cada uno con sus coordenadas invisibles en la mano. Y tal vez de ahí, de este correteo nervioso, viene nuestro monstruoso desconocimiento de las vidas ajenas, de las vidas de las personas que más queremos…

 Ya he dicho que la última parte es un ensayo que mezcla el trabajo de una folclorista, mezclado con metaliteratura y discursos políticos. Novela, pues, poliédrica, entretenida, compleja, diferente.


 Que se ponen en marcha las muejres africanas con los cuellos presos de anillos de metal; que se ponen en marcha las mujeres de clítoris mutilados y vaginas cosidas; que se ponen en marcha las mujeres con pechos y labios de silicona, con rostros-bótox y sonrisas clonadas; que se ponen en marcha también los millones de mujeres hambrientas que paren niños hambrientos… Que se ponen en marcha los millones de mujeres que rezan a os dioses varones y a sus representantes en la tierra, ancianos impúdicos tocados con us gorritos púrpura, blancos dorados y negros, con tiaras, birretas, cufias, camauros, feces y turbantes, estos sustitutos simbólicos del pene, estas “antenas” con ayuda de las cuales comunican con sus dioses sin ser estorbados.

 

En impedimenta.


ISBN: 978-84-17553-39-5

Encuad: Rústica

Formato:13 x 20 cm

Páginas:376

PVP: 22,80 €

 

Un magistral cuento de cuentos que, lleno de ingenio y perspicacia, pone en el punto de mira la archiconocida figura de la anciana perversa. Un viaje fascinante en el que Baba Yagá, adoptando numerosos disfraces, nos invita a explorar el mundo de los mitos y a reflexionar sobre la identidad, los estereotipos femeninos y el poder de las fábulas.

Baba Yagá es una criatura oscura y solitaria, una bruja que rapta niños y vive en el bosque, en una casa que se sustenta sobre patas de gallina. Pero también viaja a través de las historias, y en cada una de ellas adopta una nueva forma: una escritora que regresa a la Bulgaria natal de su madre, que, atormentada por la vejez, le pide que visite los lugares a los que ella ya no podrá volver; un trío de ancianas misteriosas que se hospedan durante unos días en un spa especializado en tratamientos de longevidad; y una folclorista que investiga incansable la figura tradicional de la bruja. Ancianas, esposas, madres, hijas, amantes. Todas ellas confluyen en Baba Yagá. A caballo entre la autobiografía, el ensayo y el relato sobrenatural, su historia se convierte en la de Medusa, Medea y tantas otras figuras malditas, dibujando un tríptico apasionante sobre cómo aparecen y desaparecen las mujeres de la memoria colectiva.


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