sábado, 7 de noviembre de 2020

Mañana en la batalla piensa en mí, Javier Marías

 

El deseo se manifiesta como una ceguera líquida que se instala en el corazón y que no deja que respiremos con tranquilidad, ni que analicemos todas las dimensiones derivadas de la pasión incontrolable, el deseo, así, parece una enfermedad del alma que no se puede domar, una alucinación en la que nosotros nos convertimos en esclavos de nosotros mismos y de lo otro, derivando nuestra inteligencia hacia el abismo del placer y del dolor, porque la pasión incontrolable, no os engañéis, es dolor, es contradicción que contrapone la satisfacción con la culpa, de ahí esa pérdida momentánea de lucidez que se manifiesta en la dulce locura que acapara lo deseado, esa pérdida del yo confluyendo en el objeto venerado, lo irracional se impone momentáneamente a lo esperado, y es dulce, es amargo, es vital.

Por eso he tardado seis meses en hablaros de este libro, de atreverme a adentrarme en el mito. En principio quería hablaros de la trascendencia de lo sagrado, de cómo influye en nuestras vidas y contribuye a dar sentido a lo intangible, de cómo mitifiqué a Javier Marías a través de sus inteligentísimos artículos y de cómo opté por no leer sus novelas, como el cobarde que siempre he sido, prefería no enfrentarme a la posible muerte del héroe o, siendo más exagerado, a la caída de un mito. Por eso seguía fielmente lo que decía, lo que opinaba, lo que hablaba, apreciaba su palabra y disfrutaba con un deseo que me inflamaba y que, como todo deseo, me quemaba hasta lo irracional; una y otra vez lo rechazaba, lo posponía, lo dejaba en una cuarentena que, lejos de mitigar la necesidad del objeto deseado, lo convertía en una quimera ontológica que me desesperaba. Por eso decidí solucionarlo, dar salida a mi inquietud de lector-pecador ( es probable que es eso lo que sea después de miles de libros sin leer ninguno del autor). Leí blogs, investigué, busqué cuál era su mejor novela, qué gilipollez, para que el golpe fuera definitivo, para que el dolor/amor se sublimara al leer al mejor autor vivo que escribe en español. Me decidí por un libro de trescientas y pico páginas que debería tener, en el mejor de los casos, doscientas y prescindir de los diálogos.

Lo primero que leí fue esto:


Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que no verá más su rostro cuyo nombre recuerda. Nadie piensa nunca que nadie vaya a morir en el momento más inadecuado a pesar de que eso sucede todo el tiempo, y creemos que nadie que no esté previsto habrá de morir junto a nosotros.


Así que mi corazón saltó de alegría. Sabéis lo aficionado que soy a los buenos comienzos, a esa genialidad de algunos autores que son capaces de sintetizar lo que quieren decir, de lo que van a hablar, en un párrafo. La novela queda compediada, queda mostrada y desnuda porque nos anuncia la trama, el dolor, el miedo, las contradicciones, la culpa de quien se encuentra con la muerta y del muerto mismo que fallece satisfaciendo su deseo, o sin hacerlo, o en la mecánica del engaño, o en la dinámica de vivir la vida, la suya, al margen de su devenir vital, y el otro, la víctima, el facilitador de la pasión, el insatisfecho que se convierte en paradigma real de lo que significa desviarse de la norma: pecado y expiación, culpa y dolor; así la moral se nos anuncia sin decir nada más, con tan solo seis líneas el lector comprende la dimensión y el carácter de la novela, y cree, quiere ser engañado, que será una literatura del alma, arte por el arte, placer diferido, al fin y al cabo.

Esta es la entrada más importante de mi blog porque me enfrento a mí mismo, a mi deseo y a mi miedo por hacer esta reseña porque su lectura fue contradictoria, porque me enfadé mucho, me cabreé, disfruté, pero nada superó a esas seis líneas del principio. Fue un dolor importante que me puso ante el espejo de mi yo lector, de mi capacidad crítica y así supe que la objetividad es imposible en este blog, os decepciono, porque todo lo que sentí fue furia y amor. Antes de escribir esta entrada busqué si algún colega había sentido lo mismo que yo y leí la mejor recomendación de todas mejor no en el blog Libros prohibidos, que resumía perfectamente todo lo que yo había sentido. Luego pensé si la literatura no deja de ser una industria más de sublimación comercial de una excelencia laberíntica que se mueve en bloques de interés, es decir, los grupos apoyan a sus escritores y los lanzan, luego estos publican en sus editoriales y se convierte todo en una gran pantomima, así que te sientes inclinado a pensar en qué sería de los libros sin el apoyo del establishment (palabra tan en la boca de todos con las elecciones estadounidenses) y si serían lanzados al mercado sin un nombre, no lo sé. No me malinterpretéis, Javier Marías es un escritor excelso, muy poca gente está capacitada para escribir ese inicio de una novela o trabajar periodos muy largos e incisivos donde el tiempo se detiene y la trama importa lo justo, donde el trabajo de escribir adquiere sentido porque consiste en construir la vida y dotar de sentido a las palabras que juegan consigo mismas para la construcción de la obra artística.


Aunque me miró no abandonó su expresión cavilosa, y pude ver bien sus ojos de color cerveza, de mirada franca pero rasgados como los de un tártaro, no creo que en aquellos momentos me vieran, se dirigían a mí pero no los sentí posados, era como si me bordearan o me pasaran por alto, y en seguida volvieron a fijarse en la fosa o hueco o abismo con lo que ahora me pareció zozobra, como si Deán estuviera algo incómodo además de tan serio con su cara alargada y extraña, quizá como si hubiera ido a parar a una celebración que a él no podía pertenecerle porque era femenina tan sólo, un intruso necesario pero en el fondo decorativo, el marido de la recién llegada en cuyo honor o era ya memoria, y él era el viudo se reunían todas aquellas personas, nomás de treinta, en realidad no conocemos a tanta gente.


Aclarado, no puedo dejar de pensar en cómo los críticos modulan el gusto del lector, en su importancia, en por qué se es más o menos amable con este o este otro autor, por qué se ignoran autores capaces, por qué se promociona a presentadoras de televisión o gente del famoseo, por qué se denigra a excelentes escritores que no publican porque no pueden ser promocionados, en el fondo, por qué la crítica no ejerce su función de mostrar, descubrir y analizar. El nombre, la fama y la industria. Me viene a la cabeza un excelente artículo de Ignacio Echevarría en el que reflexiona sobre un libro de ensayos de Cynthia Ozick en que habla de los autores, de la función de la crítica. Si nosotros, lectores, no somos capaces de ser veraces, de decir lo que pensamos, de trasmitir lo que leemos, la industria se lo come todo. No quiero pensar que la literatura desaparecerá, somos legión los que amamos las literaturas, incluso la canónica, como yo, por eso debemos mostrar, descubrir y analizar. En cierta manera el libro no es ajeno a este debate sobre la literatura, reflexiona sobre las escrituras, sobre profesionalizar y subprofesionalizar, sobre los negros, las envidias, el ambiente mercantil de la escritura. Me parece fascinante e incómodo porque extiende sobre la creación la duda. Se ama o se odia, ese es el tono del libro.


Hay quien contrata los servicios de escritores célebres y en activo (casi todos se venden, o aun se prestan gratis, por hacer contactos e influir y lanzar mensajes), en la creencia de que el estilo de estos, por lo general pretencioso y florido, realzará sus discursos y embellecerá sus lemas, sin darse cuenta de que los autores famosos y veteranos son los menos indicados para esta clase de tareas abyectas, en las que la personalidad del que escribe no sólo debe borrarse, sino interpretar y encarnar la del prócer al que sirve, algo a los que estas figuras no suelen estar dispuestas: es decir, más que pensar en lo que diría el ministro reinante, piensan en lo que dirían ellos si fueran ministros reinantes, idea que no les desagrada e hipótesis en la que no les cuesta ponerse.


Sin embargo a pesar de sus logros (amor y deseo) la novela cae en juegos innecesarios que agobian la lectura (dolor). La escena con la prostituta Victoria parece un juego de ficción alambicado y barroco, la propia tensión de la trama se traslada a la estructura y a los diálogos e incluso a las evocaciones de Celia. El libro se sigue desarrollando en diferentes escenarios que ayudan a diseccionar al personaje a conocerlo, a entender su cobardía y sus decisiones, pero ese esfuerzo del autor por la literatura es su peor enemigo. Sinceramente pierde en lo cotidiano y gana en lo reflexivo.


No había leído nada en los periódicos sobre aquel travestido niña con la cabeza aplastada contra la acera, suelo detenerme en este tipo de noticias por mi trabajo. Celia era algo novelera y algo mentirosa, pero no hasta esos extremos ni solía fabular desgracias, su carácter es optimista y ufano. Si embargo, pensé, si ella era ella llevaría en efecto un tiempo ejerciendo de puta y ya lo sería por tanto, habría conocido el medio y no tendría por qué inventar nada, y eso explicaría su talante más agrio y su léxico más abrupto y su dicción más áspera, todo se contagia.


Como apunta el blog del que os he hablado antes, la lectura es una sensación, la crítica se ejerce en una doble dimensión: la profesional, no es el caso, requiere otro público y otro trabajo, pero es fundamental para que la literatura, la buena literatura sobreviva, debéis leer el artículo que os he dejado; o la exposición pública de las impresiones que uno tiene tras enfrentarse a la lectura. Sabemos que yo opto por esta segunda. Os dejo esta breve reflexión del epílogo, que corresponde a un discurso en Caracas, donde explora la dimensión ficcional de la novela y su capacidad de construir espacios de sucesos que devienen en realidades lectoras. Como podéis observar no me he parado a explorar la relación del título con Shakespeare, ni su uso como leitmotiv a lo largo de la novela, ¿veis? Esa es la misión de los críticos.


Quizá ocurra más bien que las novelas suceden por el hecho de existir y ser leídas, y, bien mirado, al cabo del tiempo tiene más realidad Don Quijoe que ninguno de sus contemporáneos históricos de la España del siglo XVII; Sherlock Holmes ha sucedido en mayor medida a la Reina Victoria, porque además sigue sucediendo una vez y otra, como si fuera un rito; la Francia de principios de siglo más verdadera y perdurable, más ‘ visitable’ , es sin duda la que aparece en En busca del tiempo perdido; e imagino que para ustedes la imagen más auténtica de su país estará mezclada con las páginas inventadas de Rómulo Gallegos. Una novela no sólo cuenta, sino que nos permite asistir a una historia o a unos acontecimientos o a un pensamiento, y al asistir comprendemos.


Lo dicho, me encanta como articulista. Amar u odiar. Sin duda debes leerla. En Alfaguara.


Nº de páginas: 432

Editorial: ALFAGUARA

Idioma: CASTELLANO

Encuadernación: Tapa blanda

ISBN: 9788420405322

Año de edición: 2010


Una intensa narración sobre asuntos que nos atañen a todos: sobre el ocultamiento, los hechos y las intenciones; sobre el actuar sin saber y la voluntad que casi nunca se cumple; sobre la negación de las personas que una vez quisimos y el olvido y la indecisión; sobre la despedida, y también sobre el engaño.

La hechizante primera frase de esta novela ya dice mucho, quizá demasiado: «Nadie piensa nunca que pueda ir a encontrarse con una muerta entre los brazos y que ya no verá más su rostro cuyo nombre recuerda».

Esto es lo que ocurre al narrador, Víctor Francés, guionista de televisión y «negro» o «escritor fantasma», encargado de redactar los discursos de la gente importante e ignorante. Recientemente divorciado, es invitado a cenar a su casa por Marta Téllez, mujer casada cuyo marido está de viaje y madre de un niño de dos años. Tras la cena galante, el hombre y la mujer pasan al dormitorio donde, «aún medio vestidos y medio desvestidos», ella empieza a sentirse mal hasta que agoniza y muere en una escena sobrecogedora.

Esa infidelidad no consumada se convierte así en una especie de «encantamiento», con problemas bien reales e inmediatos: qué hacer con el cadáver, avisar o no avisar, qué hacer respecto al marido, qué hacer con el niño dormido, qué diferencia hay entre ...

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