domingo, 16 de agosto de 2020

El idioma imposible, El día del Watusi-3, Francisco Casavella

Transitamos en nuestras contradicciones como navegantes expertos, sin embargo, en ocasiones, nos alcanza el temor a no ser capaces de administrarlas y vivir con ellas, subida y bajada, meta y caídas, sobrevivir a las traiciones que nos dejan perplejos por insospechadas, tranquilidad y excitación, necesidad de adentrarnos en el universo paralelo de nuestra imaginación y, al mismo tiempo, ser veraces con nosotros mismos y vivir la realidad que aparece ante nosotros. Somos pura contradicción, seres al borde de un abismo irreconocible que viven sus temores alucinados porque no los conocen, y si los conocen, no es fácil mirarlos a la cara.
Llegamos a los ochenta, llegamos a la caída de Fernando, llegamos a las consecuencias de la traición, de ser consciente de lo que significa ser un lacayo, de haber reído, en algún momento, que podía vivir la importancia de ser hombre. Pero su destino es el que es, no olvidemos que es un pícaro y no puede codearse con el poder, es marginal, es una parte presente del sistema, pero marginal, residual. Así Fernando cambia, se trasforma por obligación y se reinventa para concentrarse en su parte oscura, en lo que realmente es, este determinismo funciona muy bien para la historia ya que le deja al autor el margen suficiente para ir enlazando conmese presente de 1995 en el que escribe el informe, para adentrarse, a un tiempo, en la descripción de la  España que fue para ser. 

Así, poco a poco, nos iremos adentrando en los años 80, y aquí mis recuerdos vienen vívidos, reales. En ocasiones no sé si esos recuerdos son el resultado de las películas que vi, Yo Cristina F, los libros que leí o, de verdad son resultado de vivencias adolescentes. Recuerdo las jeringuillas en los parques, incluso en la playa; recuerdo los grupos musicales que escuchaba, ocasionalmente, en emisoras piratas, fundamental que fueran piratas; recuerdo las calles empapeladas con cartelería de los partidos políticos; recuerdo la fascinación de lo que llamaban la libertad; recuerdo el chocolate y el polen, las anfetas y. Y sí, de todo esto habla el informe que se ofrece a ese Lector al que Fernando se dirige, a ese que deberá conocer su vida y su búsqueda obsesiva del Watusi. Es así.


Me dirijo hacia las amplias avenidas del centro por si Elsa ha acabado sus gestiones y me la vuelvo a encontrar. He olvidado que cada fin de semana cumple con el ritual de comprar un octavo de gramo de caballo para dejar luego que los efectos la lleven a una plácida deriva a través de ambientes diversos que acaba varándose durante horas en una de las terrazas de nuestra plaza. Está muy guapa cuando se pica, excitante, no quiero perder la oportunidad si se presenta. Aunque me temo que esa sensual excitación no es por mí, ni mucho menos; parece que la heroína la haga consciente sábado y domingo de algo que ignora el resto de la semana, cuando me busca por los bares y subimos hasta la zona alta y patrullamos y reímos y nos morimos de vergüenza. Porque el ansia que hace buscarnos y acompañarnos y reírnos no parece tener origen en el instinto; los gestos y las caricias fugaces no resuelven un ímpetu.

Llega el turno a lo cultural que sustituye a lo político, en cierta medida, llega el turno a entender las influencias que vinieron y las capacidades que desarrollamos como civilización y  como cultura encontrada, el libro se detiene en varios aspectos que son interesantes por el retrato que evoca recuerdos y, así, también el autor puede informarnos, como lectores, de lo que fue la vida de Fernando, testigo de cada uno de los avatares que configuraron la España de lo que llamamos la transición.


Al amparo de la noche, fueron a husmear en la basura del imperio, que llegaba en forma de revistas, discos, películas, en  hiperbólico relato de algún viajero y, desde luego, como leyenda; y no solo una leyenda de gestas y gestos, sino una verdadera propensión al mito. Por ejemplo, Elsa, y ese es mi mejor ejemplo, mencionaba las actividades de algunos grupos ingleses o americanos con un exagerado entusiasmo en el que una anécdota casi siempre trivial, más allá del arrebato de una canción o la belleza de un cantante, se convertía en hito de un mundo paralelo. Y volvía a ser la Edad de Oro "1977", en "Nueva York", en el "CBGB". Eran esas comillas, esas fotos de mujeres seductoras y tipos con aura en portadas de cartón, las que, evaporadas de los surcos del disco, de la cinta del casete, se volvían fuente de espirales que se desarrollaban en hélices y una nueva vida. Si muchos pensaban igual, no es extraño que los grupos musicales brotaran como hongos en ese inmenso vertedero de felicidad posible.Todo el mundo quería formar un grupo, cruzar el límite de ese tiempo y espacio peculiares. Los sótanos se llenaron de ilusos haciendo ruido; los chicos y chica corrieron por la calle cuando su maqueta o su priimer y único single sonaron en la radio por primera y última vez.


En este ambiente cultural llegó la movida, así sin más, el despertar, la necesidad de expresar todo lo que teníamos dentro, ser creativos, auténticos, reales siendo imaginativos, me acuerdo de mi amigo Manolo debía de ser 1982/83 vino de USA y traía algún disco, me acuerdo del Made in Japan y otro de Emerson Lake and Palmer y el despertar que esa muestra ínfima, pero potente, de música vedada fue un amanecer. El libro destripa las diferentes épocas con precisión, con verdadera inteligencia y consigue un retrato veraz. Vargas Llosa comentaba este agosto en el diario El País que “la buena literatura es siempre subversiva y las buenas novelas son permanentes motores de cambio social” por eso el fresco es ese retrato que nos muestra de donde venimos y adonde vamos.


Los nombres de los grupos eran manifiestos de una personalidad quimérica: Rebeldes, Negativos, Secretos, Canguros, Zombies, Ilegales, Enemigos, Burros, Mestizos, Ratones, Especialistas, Novbios, Vulpes, Rápidos, Decibelios, Coyotes, Nikis... O eran cinematográficos, o televisivos: Alphaville, Polansky y el Ardor, La Frontera, Gabinete Caligari, Los intocables, Los Persuasores, Melodrama, Dinarama. O eran una llamada a lo primitivo; Trogloditas, Hombre de Pekín. O eran acrónimos, o en su remedo, iniciales sin las cuales no hay quien pueda declarar una guerra sucia: UA, TNT, PVP, KK de Luxe, PP Tan Solo. O eran futuristas: Ovifornia, Sci, La Fundación, Radio Futura, New Buildings, Esplendor Geométrico, Aviador Dro y sus Obreros Especializados. O restablecían paraísos perdidos: Berlín, Objetivo Birmania, Brighton 64, Minuit Polonia. O explotaban las técnicas de un desquiciado apetito humano: Kamenbert, Mermelada, Glutamato Yeyé, Ultratruita, Semen-Up. Y en la línea irracional, otros abogaban, tal que una amiga mía, por ser invencibles en el desastre: Johnny Juerga y los que remontan el Pisuerga, Psicópatas del  Norte, Claustrofobia, Kaka p'al Mono, Dios, Danza Invisible, Un pingüino en mi ascensor, 091, Toreros Muertos. O, finalmente, con ayuda del cutrerío empresarial, de la frase hecha, o del ingenio dopado, buscaban una utópica empresa binaria: Derribos Arias, Siniestro Total, Golpes Bajos, Parálisis Permanente, ejecutivos Agresivios, Gatos Locos, Nervios Rotos, Delincuencia Sonora, Seres Vacíos, Nacha Pop, Liquid Car, Último Resorte, Peor Imposible, Sindicato Malone, Aerolíneas Federales, Disciplina Inglesa, Quinto Congreso...


Y poco a poco el sueño de modernidad da paso a la modernidad real de la Expo de Sevilla, pero como el Lector debe estar centrado en Barcelona, en la Olimpiada. El 92. el bisturí es certero, demoledor, retrata sin miedo la realidad obviada, las mentiras contadas y nos deja en brazos de la realidad impuesta. El fresco no decae ni una sola vez porque el talento y la visión de la literatura son únicas, siempre os lo digo, solo la literatura es capaz de crear dimensiones que supuestamente no existen y de recrear, analizar y ofrecer a través de un simple paseo por la palabra, la posibilidad de desentrañar lo que fue para ser.


Todos menos sagaces en su mutación que el antiguo falangista cuya voz iba a elevarse muy pronto una octava sobre sus habituales tonos gélidos parfa anunciar "¡Barsalona!" a un auditorio entusiasta donde el borbón se abrazaba al antiguo marxista radical, cumplidos los sueños de la nueva plutocracia, y de la antigua, y de su eterna simbiosis proyectada hacia el futuro.


Ya vimos en la segunda parte su visión y desprecio del nacionalismo catalán tan presente, tan actual, tan asfixiante, con una capacidad de visionario y capaz de describir su realidad burguesa y xenófoba, elitista, claro, su romanticismo atávico, por supuesto, y lo hace con la ironía que no abandona, con la inteligencia del artista.


Daviud Trabal luce un aspecto característico que no ha alterado el breve exilio madrileño: vestimenta de cura seglar, sobre la que el labio superior, en permanente erección, ensaya un mohín oxoniano que fracasa en rictus de constante olfateador de mierda; el pelo blanqueado como el sepulcro de un pasado, de sus costumbres premodernas, antes del diseño, mucho antes de los simulacros, cuando se reunía de modo clandestino con un grupo de extremo nacionalismo, exacerbado maoísmo, exuberante semiología y exaltado psicoanálisis y, hartos de repasar las estrategias para conseguir la independencia y hacer la revolución, se repartían las carteras de los ministerios del futuro estado utópico y a él le designaban, por romántico, ministro de la marina.


En toda esta construcción que no deja de ser un juego monumental, la literatura es la única que es capaz de permanecer coherente, la única que a través del juego triunfa, bien con las tramas, con las historias enlazadas, bien con las referencias al narrador, al lector, o al espectador, porque nosotros somos informados, es cierto, pero al tiempo construimos el relato con nuestros datos, los aportados, no deja de ser eso una novela, un informe que nosotros reconstruimos con nuestras inferencias, conocimientos y umbrales, nuestra mente, nuestra sabiduría. Es tremendamente hermoso, y una responsabilidad única; así, los personajes, Fernando, no dejan de ser actores extraviados en busca de autor. tú lo saber, y yo también.


¿Me paga (o me pagaba) el Lector por ejercitarme en le comentario de texto? No, es evidente. Me pagas por averiguar lo que descifré en los poemas y fragmentos de aquel manuscrito. No era difícil, no hacía falta llamar a un equipo de criptólogos. Ahí supe tu nombre, Lector. Por eso me pagas. Para averiguar tu nombre. El nombre que yo te arrebato en un contagio de muerte.


Os dejo, para finalizar, un fragmento impagable que resume a la perfección el sentido ideológico y político del libro, que refleja la realidad, la nuestra, la que acabas de ver en la tele o en las redes, tan actual que asombra. Recordad, el poder hace y deshace.


Y menos, gente como Shido Nakini. Así que Shido y su séquito hicieron turismo selectivo en reuniones de empresarios ávidos de inversión extranjera una vez se hubieran celebrado las olimpiadas y se hiciese pública la recesión económica que se había estado ocultando para que ninguna queja civil empañase el lógico derroche del magno evento.


El día del Watusi se compone de tres libros, el tercero, del que os hablo, se publica por Mondadori en 2003 y, años después, publicará los tres volúmenes Anagrama en 2016.


Estamos en 1995. Fernando Atienza vive en Barcelona donde, durante un tiempo, se gana la vida vendiendo drogas y vaga en compañía de yonquis y delincuentes. Este es el retrato de la Barcelona de los años ochenta; un escenario de música pop naciente y chutes a todo ritmo, sin distinciones de color o de clase social. Fernando ha conocido a Elsa, el gran amor de su vida, una yonqui de clase media que se convierte en compañera inseparable de nuestro narrador.


En El idioma imposible, tercera y última parte de El día del Watusi, Fernando Atienza termina de contar su historia, disfrazada de informe confidencial.

Atienza, traicionado por los mentores cuyas peripecias se contaban en Viento y joyas, se ve arrastrado de nuevo a la frontera con la vida criminal. Escondido en las callejuelas que rodean las Ramblas de Barcelona, abandonando a su familia y convertido en pequeño traficante de anfetaminas, el protagonista vivirá el intento de un nuevo renacer. Es entonces cuando conoce a Elsa Basora, el amor de su vida, quien le llevará de la mano por un nuevo país en el que se habla «el idioma imposible».

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