Yo creo que el buen gusto se manifiesta en respetar al lector. Cuando creamos una novela sabemos el alcance de la misma, nos damos cuenta de las posibilidades dela trama o de la escritura, si queremos jugar con la lengua o contar historias encadenadas, por eso se agradece la deferencia de que cuando se opta por la historia, por una historia, que el autor se muestre generoso y haga una novela corta donde se puede contar todo y de todo sin aburrir al lector con un montón de historias sinsentido que alargan, como mero entretenimiento, la obra hasta el infinito.
La autora ha tenido buen gusto, sería la conclusión, como la protagonista, que vive obsesionada por el buen gusto y por las opiniones snob, pretenciosas y peregrinas, en algunos casos. Ya lo dije en el anterior comentario a su anterior novela: es una autora pija, bien, que diría un amigo, y me gusta porque no se esconde, al menos sus personajes no se esconden, Ginebra no se esconde, lleva ese buen gusto y refinamiento pautado en los genes con la naturalidad asombrosa de las niñas bien, lo admiro y lo respeto. Faltaría.
Por eso la novela es cómoda, elegante, bien escrita y bien estructurada, con la extensión justa, con el respeto que se merece el lector que no espera más que lo que la autora le da. Se lo agradezco. Así la obra trascurre con esa levedad generosa y cómplice que gusta, que no empalaga aunque puede hacerte reír, claro.
De este modo aborda el amor desde una perspectiva muy contemporánea, el amor en estado puro, limpio, sin embargo la protagonista no puede vivir siempre en la modernidad de las relaciones diversas, aceptar la realidad del amante casado que acaba pasándole factura, pero todo contado con sinceridad, con la precisión de una buena escritora.
A Ginebra le gustaban los comienzos —hay caminos que sólo se pueden recorrer una vez con cada persona, y sólo al principio—, con los novios, con las amigas, con los proyectos, con todas las cosas nuevas que de repente la entusiasmaban. Y se cansaba muy deprisa de todo. Cuando las cosas caían, lo hacían en picado y desde muy alto, y luego las olvidaba.
Hay algunas reflexiones que me han parecido interesantes, esta que os dejo sobre la felicidad es muy interesante y entronca con los nuevos, ya no tan nuevos, valores posmodernos donde la individualidad y el logro están por encima de otras prioridades.
—Tienes toda la razón —contestó Ginebra, muerta de risa—, los jóvenes de hoy en día sólo queremos ser felices.
—Mejor sería que os preocuparais menos por la felicidad y que madurarais antes, os ahorraríais muchos disgustos.
—¡Los ingleses sois geniales! ¡En bici por Barcelona! Norman, aquí sólo van en bici los extranjeros, los vegetarianos y los políticos en campaña. De verdad. Es realmente peligroso. Si hubieses alquilado una moto, todavía. —Y dirigiéndose a Ginebra—: Aunque tampoco le veo demasiado encima de una moto a su edad.
Y, claro, hemos hablado de amor, de un hombre casado, de Norman, de otros amores, de ser feliz independientemente de las circunstancias, de la vida del otro, incluso de nuestra vida. En ese sentido este fragmento, no exento de mala leche, me ha gustado.
Norman nunca se pondría a sus pies, y lo irónico del caso, pensó con una sonrisa triste, era que él creía que ya lo estaba.
La podemos encontrar en editorial Bruguera, aquí os dejo datos de vuestro interés.
Formato: 14 x 21 cm / ISBN: 978-84-9070-084-6
PVP: 12.00 €
Ginebra tiene veintisiete años, vive con su mejor amiga en Barcelona, pero adora Nueva York. Es estilista de moda, pero considera que poner excesivo cuidado en los detalles del vestir es una ordinariez. No soporta la falta de puntualidad, pero siempre llega tarde. Afirma ser frívola, pero se pasa el día elaborando teorías sobre cuanto la rodea. Ginebra opina que el único objetivo vital realmente serio y respetable es la búsqueda de la felicidad y de la libertad. Un día conoce a Norman, un hombre casado.
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