viernes, 6 de septiembre de 2013

Crematorio, Rafael Chirbes



No hace mucho hablaba de la importancia que tiene la literatura en lengua española. El español es una lengua que se acerca a los 500 millones de usuarios, y algunos más que empiezan a interesarse por él, por eso su literatura adquiere una dimensión universal que la hace fundamental en la comprensión del hecho artístico contemporáneo. De estas afirmaciones se podría derivar que existe una pléyade de escritores que usan, viven, y crean en nuestra lengua, y este razonamiento nos llevaría a pensar en un conjunto enorme de escritores de nuestra lengua que están cercanos a la excelencia, aunque sea por número. Pero no es necesariamente así. La literatura en el siglo XXI es un hecho global, con autores globales, con intervención de los medios de difusión masivo, las redes sociales, y las grandes editoriales que controlan los mercados a nivel mundial. Existen excelentes traductores, excelentes mecanismos de difusión y, por supuesto, excelentes escritores, por eso se podría afirmar que lo que pasa en realidad, es que tenemos una producción literaria en español al alcance de cualquier lector, francamente espectacular.

En fin, digresiones aparte, nos encontramos ante una novela escrita en español, y lo que es curioso, por un español. Pero podría ir más allá, nos encontramos ante una excelente novela escrita en español, y eso es un acontecimiento maravilloso, porque Rafael Chirbes es un escritor excelente, denso, que se preocupa de una manera obsesiva por el hecho artístico, por la resolución literaria de su obra. Es un escritor culto, un intelectual en el sentido orteguiano, un gran creador.


La novela reflexiona sobre multitud de conceptos complejos: reflexiona sobre el arte, tanto Silvia, la hija, como Rubén, el padre, son artistas, uno arquitecto, la otra restauradora; la literatura, Juan, el marido de Silvia, y Brouard son escritores, uno arquitecto, escritor, otro restaurador, crítico. Este paralelismo no es casual, es un ardid del autor para confrontar diferentes ideas sobre el hecho artístico profundas e interesantes. Habla sobre elementos geográficos: desde las piscifactorías, hasta la ordenación de la población o del territorio. Reflexiona sobre política, sobre las élites, sobre los políticos, sobre el verdadero poder y sus ramificaciones hacia la corrupción o la financiación irregular de los partidos; sobre la transición, sobre el comunismo y el socialismo, sobre el populismo o el posibilismo político. También reflexiona sobre el culto al cuerpo, sobre la obsesión por el sexo y la prostitución como un medio de ser para cierto tipo de personajes. Es una novela total, en el sentido del conglomerado de tramas, los personajes creados y su verosimilitud.

La novela está estructurada pivotando sobre el hecho luctuoso de la muerte de Matías Bertomeu, consumido por un cáncer que ha acabado con su vida en el hospital de Misent, lugar imaginario que puede ser interpretado como crea conveniente por el lector: podría ser mi sent, un valencianismo que nos evocaría el sentido que para todos los personajes tiene su localidad; pero jugando como lector a mí se me ha ocurrido, siment>ciment, un valencianismo para describir la trama de fondo de la novela: el abuso urbanístico, la corrupción en el litoral valenciano sustentado en el hormigón, en el ladrillo, en conclusión, en el cemento; no podría asegurar que esta sea la intención del autor, al menos no la intención consciente, pero nadie nos dice que no sea su intención subconsciente, por lo tanto la intención captada por el lector que, como sabéis, reconfigura la obra y la hace suya. El sonido de la palabra no paraba de evocarme ese motivo recurrente durante la lectura, las provocaciones de Rubén Bertomeu cuando habla del mármol como el pan del sándwich y del ladrillo como el jamón, o de la importancia del hormigón en la arquitectura de Nueva York o de la antigua Roma. ( El lector, a través de todas las páginas que lo han ido configurando como persona, como ente activo del hecho literario, crea un cosmos particular que le ayuda a ir recreando el hecho artístico). En fin, este hecho terrible, va dando lugar a un largo monólogo interior, con ciertas intervenciones del narrador, de varios personajes que nos van a ayudar a comprender, no solo esta localidad y el litoral valenciano, sino también los rencores, los celos y las miserias que se han ido acumulando a lo largo de dos generaciones.

El protagonista indiscutible de la novela es el muerto, Matías, el hermano menor, el bohemio, el comunista que no aceptó nunca el compromiso personal, que vivió a su aire, pero que aceptó llevar todos los negocios familiares de la madre y vivir del cuento toda la vida. Matías, seductor, intelectual de salón, pero que se pasaba los días en los bares, y las noches, que destrozó su cuerpo y su alma, que odió a su hermano, y dejó que su sobrina se enamorara de él. Matías vivo, contado con la voz del autor, y contado con las voces de todos los personajes de la novela no tiene voz propia, es el único personaje que no tiene voz propia, que no se puede defender, que no puede decir que todo es falso, porque Matías es un símbolo, diferente para cada uno de los, es el ser sobre el que pivota toda la trama, es Misent, que creció y murió en la podredumbre de sus propios excesos.

Además de la propia Misent que está siempre presente, es Rubén, arquitecto intelectual, constructor, y mafioso local que ha cimentado su fortuna en el ladrillo, el otro gran protagonista de la novela. Rubén es un viudo de setenta y tres años que se ha casado con Mónica, cuarenta años más joven, y que es considerada por todos una puta reinsertada a través del matrimonio. Rubén ha pertenecido a una generación que quería trasformar la sociedad junto con su hermano Matías, el muerto, marxista de salón, y Federico Brouard, novelista social de cierto renombre. Por eso nos encontramos ante un ser anómalo, anómalo dentro del subconsciente colectivo que identifica al constructor con un ser zafio, con un zote mafioso que ha acumulado dinero por un azar injusto; sin embargo esto es falso: entiende la configuración geográfica, la utilidad social de la arquitectura, pero también entiende que hacer dinero puede ser un fin en sí mismo. Su largo monólogo irá repasando su vida: sus trapicheos con los cárteres mexicanos y colombianos, la introducción de cocaína en España, sus años de matrimonio y viajes con su primera esposa, su relación tormentosa con unos hijos, sobre todo Silvia, ajenos y falsos, que critican a un padre triunfador, en el sentido del capital, pero que aprovechan el dinero y las posibilidades que les da la posición social del mismo. Repasará su relación con sus amigos, con su hermano, y cómo se fue alejando de ellos, cómo buscó alternativas diferentes a la rutina o a la palabra y fue creando un imperio desde su talento. O con su madre, tirana, egoísta y ausente, volcada solo en su hermano Matías.

Silvia, su hija, cuarentona insegura e insatisfecha, casa con Juan, un profesor de literatura, y a la que le pesa la conciencia de ser quien es. Amante, dinero, inseguridad, y un enamoramiento juvenil del difunto, van construyendo un personaje complejo, lleno de matices, de mentiras y verdades. Juan, su marido, obsesionado con Brouard, del que es biógrafo, representa al crítico, al fagocitador de novelas, a la impotencia por la imposibilidad de crear, por eso su rencor es contra Brouard, porque es incapaz de hacer una simple biografía. Brouard, autor de éxito literario, homosexual, es otro de los contrapuntos a Rubén, es un personaje contradictorio, fútil en ocasiones, y brillante en otras, él también tiene rencores que purgar. Mónica, esposa de Ruben, confundida con una puta, bebe sus fuentes de los programas de telebasura o de las revistas del corazón, por lo tanto es un excelente contrapunto a todos estos personajes que viven un intelectualismo en ocasiones empalagoso, artificial, al igual que sus vidas, vidas de pega, en el fondo. Mónica es real, es de carne y hueso, es un personaje tan veraz que la ves desfilar ante ti enseñando sus joyas parisinas o el canalillo de sus pechos.

Misent, que puede ser cemento o Gandía, o Denia, con la me identifico, a la que conozco, donde he vivido, porque soy de Misent, como muchos otros que sabemos exactamente dónde está, dónde se encuentra, cuál es su extensión. Yo he visto los campos desaparecer, pasar por una carretera que, año tras año, iba cambiando sin saber muy bien cómo lo hacía. He visto campos convertirse en apartamentos, en chalets, en campos de golf; he visto espacios yermos convertirse en espacios transitados por verdaderas mareas humanas; he visto desaparecer playas. Sí, yo lo he visto todo, y nadie me lo puede contar porque ha sido día a día, momento, segundo, a segundo. Yo sé lo que es Misent porque soy misentino, igual que Rafael Chirbes, por eso reflexionamos sobre ella con ese cariño y comprensión: conocemos a Rubén, a Matías, a Brouard, porque en Misent han vivido o viven todavía.

Quedan otros personajes de los que me quedo con Collado, mano derecha de Rubén, cocainómano, putero, perdido en el mundo del dinero y de la corrupción, víctima y verdugo de una época que muchos hemos vivido. Irina, prostituta, manipuladora, veleidosa, calculadora y peligrosa.

En fin, nos encontramos ante una gran novela, densa, compleja, construida con una sabiduría notable y, por supuesto, recomendable. La tenemos en Anagrama, y aquí os dejo la sinopsis:

ISBN 978-84-339-7156-2
PVP SIN IVA 19.23 €
PVP CON IVA 20 €
Nº DE PÁGINAS 424









La muerte de Matías Bertomeu, el ideólogo que cambió la revolución por la agricultura, pone en marcha los mecanismos que componenCrematorio. El dolor devuelve el reverso de vidas levantadas sobre oscuros cimientos: la del hermano de Matías, Rubén, el constructor sin escrúpulos; la de Silvia, la hija de Rubén, biempensante restauradora de arte casada con Juan Mullor, el catedrático que prepara la biografía de Federico Brouard, viejo amigo de los Bertomeu, un escritor alcohólico que vive el fracaso de sus últimos días; la de Ramón Collado, el hombre que hizo los trabajos sucios del constructor; la de Traian, el mafioso ruso, viejo socio de Rubén; y la de Mónica, la jovencísima y ambiciosa esposa. Chirbes nos ofrece un panorama terrible: la corrupción como savia que recorre todo el cuerpo de una sociedad en la que la destrucción del paisaje adquiere valor de símbolo. Chirbes despliega así un mundo abandonado por los dioses en el que las palabras y las ideas son sólo envoltorios, y el arte y la literatura, juguetes inanes. Rafael Chirbes se nos muestra, en esta gran novela, más radical, más feroz, más «Francis Bacon» y mejor escritor que nunca.

"El mundo no es una novela, pero el mundo nunca resulta tan comprensible como cuando se viste de novela. Si mi hija preguntara cómo era la España en la que nació, le diría que leyera una novela, por ejemplo Crematorio, de Chirbes." Ricardo Menéndez Salmón, El País


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