La verdad que seguí las aventuras del Capitán Alatriste desde sus comienzos. Desde un primer momento vi en la serie la lectura ideal para los adolescentes que no quieren leer el Lazarillo, ni encuentran gusto en los sonetos de Quevedo, o no soportan el lenguaje visual del buen teatro de Lope o Calderón. Vi, como digo, un intento muy inteligente por parte del autor, de rememorar ese lenguaje arcaizante, barroco, en lo temporal, de imitar siguiendo uno de los principios nucleadores de la literatura española, no castellana, ¡voto a Dios! esa imitatio de estilo, el hibridismo genérico, es decir la introducción de poemas, fragmentos de obras de teatro, referencias metaliterarias a los autores mencionados que se convierten en personajes reales, por lo tanto ficcionales, joder con las paradojas!, y el españolismo, el tema de España, que no nos abandona en ningún momento desde el Cid, como quijotes que somos, intentando encontrar algo de sentido a una nación que son varias y que se conocen, desde siempre también, como las españas.
Pérez Reverte es tributario de Dumas, de Scott, es un autor de novela de aventuras, donde la acción prima sobre el contenido literario; yo mismo le he oído comentar en alguna ocasión que a él no le interesan la novelas de 300 páginas en que no pasa nada, pero a mí sí, y esa es la suerte del autor.
Si lo que queremos es aventura, algo de historia, mucha información, entretenimiento, acertamos leyendo la serie, que ya va por la novela número 7, esta, la que me ocupa, es la número 6, eso creo, tampoco voy a buscar más información, es irrelevante. Hacía unos diez años que no leía a nuestro autor, y el tiempo me ha pasado factura. Me explico. Arturo Pérez Reverte gana en virtuosismo, en estilo, me sigue gustando mucho la caracterización psicológica del capitán, de Diego, los conflictos personales, la vida soldadesca, la ambientación de los escenarios: Nápoles, las islas griegas, la vida en galeras en el siglo XVII, sin embargo, ¡cómo temo los conectores contraargumentativos! esta novela es demasiado prolija en detalles técnicos, en lenguaje de marinería que la hacen densa, aburrida en muchos tramos, pesada. Las novelas de aventuras no pueden abandonar el dinamismo, la acción trepidante.Y eso no se lo puede permitir una novela que, son palabras del autor, no puede aburrir al lector.
¿Técnicamente? me parece estupenda, trabajada, documentada, abundante, un excelente uso de la lengua española, pero, paradojas, es la más aburrida, inconsistente de la serie. Hace mucho daño llevar al cine a un personaje como Alatriste, la literatura no es la misma nunca más, yo he visto a Vigo Mortensen en cada escena en que sale el capitán, y eso es un problema. Nos habla de naves, de corsarios del mediterráneo, de turcos, de guerras navales, de botines, de silencios, de África, de lo difícil que es vivir sin nada más que la honra. De todas maneras me leeré la séptima, Arturo sigue escribiendo estupendamente.
Aquí os dejo la sinopsis de Alfaguara, más bien un extracto del libro: Durante casi dos años serví con el capitán Alatriste en las galeras de Nápoles. Por eso hablaré ahora de escaramuzas, corsarios, abordajes, matanzas y saqueos. Así conocerán vuestras mercedes el modo en que el nombre de mi patria era respetado, temido y odiado también en los mares de Levante. Contaré que el diablo no tiene color, ni nación, ni bandera; y cómo, para crear el infierno en el mar o en la tierra, no eran menester más que un español y el filo de una espada. En eso, como en casi todo, mejor nos habría ido haciendo lo que otros, más atentos a la prosperidad que a la reputación, abriéndonos al mundo que habíamos descubierto y ensanchado, en vez de enrocarnos en las sotanas de los confesores reales, los privilegios de sangre, la poca afición al trabajo, la cruz y la espada, mientras se nos pudrían la inteligencia, la patria y el alma. Pero nadie nos permitió elegir. Al menos, para pasmo de la Historia, supimos cobrárselo caro al mundo, acuchillándolo hasta que no quedamos uno en pie. Dirán vuestras mercedes que ése es magro consuelo, y tienen razón. Pero nos limitábamos a hacer nuestro oficio sin entender de gobiernos, filosofías ni teologías. Pardiez. Éramos soldados.
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