Nadie dijo que vivir fuera fácil. A pesar de que los medios se empeñan en mostrarnos una idílica posibilidad de vivir la vida, la realidad se empeña en demostrarnos que esto no es cierto. La vida tiene sinsabores constantes con momentos dulces, eso es cierto, pero tener el marco mental anclado en la fantasía de la felicidad, no hace bien a nadie. Así, cuando llega la enfermedad, el dolor, propio o ajeno, parece que nuestro mundo se viene abajo, que se desmorona esa realidad idealmente proyectada que todos, en teoría, nos merecemos. Cuando la enfermedad es del padre, se derrumban los mitos, la vulnerabilidad se hace presente y las consecuencias son evidentes. El padre en la habitación de un hospital. Tú en la misma habitación en el sillón de cortesía, mirando por la ventana, si hay ventana, e intentando identificar a la persona que está a tu lado con lo que tú pensabas que fue tu padre; si fue bueno, buscando ese amor que te brindó en ese cuerpo que se va ausentando; si no lo fue, queriendo saber por qué estás ahí dándole la mano, acompañando sus recuerdos en los momentos finales. Nada es lo que parece y nosotros, ni mucho menos, actuamos como creímos que íbamos a actuar.
La
novela transita en ese campo, entre la habitación del hospital y el deterioro
físico y cognitivo del padre, del que fue. Lleva el tiempo de la memoria, no
tanto de los recuerdos del autor, que los tiene, sino de la memoria, de la reconstrucción
de quién fue el padre, de qué hizo, cuáles fueron sus méritos, cómo influyó en
la vida del autor. El libro es sencillo, trascurre como por casualidad por entre
las historias que configuran parcialmente ese padre que recuerda el autor.
Porque el padre personaje es una construcción parcial de quien fue, no es una
búsqueda sistemática de todo lo que fue. La diferencia es notable, porque la
escritura se centra en lo que el autor intuye caracteriza mejor a este. No es
el amor. Son las acciones.
Así
aparece el viaje a estados Unidos, el avión, el cargamento de vacas o cerdos, la
hermana y el disco de Pink Floyd. Ese disco fue uno de los que se acercó a mí
en mi adolescencia (bien sabido es mi amor por ese grupo en particular) y desde
que apareció en las librerías, no puedo dejar de asociar la portada del disco
con la portada del libro y después de leerlo, cómo la palabra madre se apropia
del espacio cuando ella, expresamente, es otra parte de otra historia. Eso me
ha gustado, lo entiendo y me entiendo. Cuando mi padre pasó por ahí, me di
cuenta de que la historia que debería contar era la de mi padre, por eso, mi
madre fue un fantasma en la trama, esa era otra historia.
Nunca
se vuelve al punto de partida. El padre se marcha, pero su entorno nos habla de
una manera que debemos interpretar. No entendemos las cosas como las entendía
él, pero las interpretamos con lo que hemos aprendido. Es nuestra vida la que
influye en sus recuerdos, la que se ha configurado con sus acciones, por eso
nuestra interpretación es válida, porque no tocamos de oído.
He
venido a La Coruña a ver a mi madre. Estoy sentado en el despacho que fue de mi
padre, aún con sus libros y papeles alrededor. Hemos tirado una gran cantidad
de cosas pero queda mucho trabajo de revisión que mis hermanas y yo vamos
demorando; sabemos que nuestra madre nunca lo hará. Ver los objetos de un
muerto, objetos de su cotidianidad y sin el valor específico que el viviente
les otorgaba, produce la sensación de una colección de cosas halladas en una
preciadísima excavación arqueológica, y no obstante inservibles.
En lo
literario admiro mucho a nuestro autor, disfruto con su literatura salpicada de
elementos no literarios (si existen, en todo caso, elementos no literarios), no
canónicos, de reflexiones que he hecho tantas veces y que he defendido en
multitud de espacios. Este libro lo he leído tan pronto por dos cosas: como he
dicho, la portada y su inequívoca relación icónica con Athom Heart Mother,
con sus significados; y el viaje del padre fallecido. Tal vez haya quien no
entienda ese camino o la necesidad que algunos hemos tenido de escribir sobre la
muerte, pero buscar en nosotros es lo más importante para sabernos, para
entender nuestras ausencias y las suyas, las distancias. Algo queremos.
La
identidad, la pregunta, «¿quién hay ahí?», formulada ante un rostro que conoces
perfectamente, un rostro que se puede decir que fue tuyo, vino a mi cabeza y se
fue muchas veces durante esos meses, y dependiendo del techo de la habitación
del hotel en la que me encontrara, del paisaje tras la ventanilla del tren que
mis ojos miraran, de los rostros del auditorio que tuviera delante en tanto
daba una conferencia, o de la Tierra avistada desde la ventanilla de un avión,
obtuve siempre respuestas distintas. Entendí que el problema de la identidad es
el único asunto acerca del que merece la pena pensar, y también el único del
cual es imposible llegar a resultado alguno. Desde entonces dos ideas dominan
mi día a día: 1) la realidad no es la realidad sino un deseo, 2) la identidad
es una alucinación del ego.
Los
pensamientos se suceden ala ritmo de la escritura y de la construcción de la
memoria, porque de eso se trata: la memoria como construcción sistemática, reelaboración
de los recuerdos que se seleccionan. Hay algo en esa construcción que me
fascina y es la capacidad de que el constructo vaya siempre en la dirección que
nos interesa. Conscientemente o no.
Palpé
la factura del café, 1,5 euros. Las facturas son objetos aparentemente
inútiles. No valen sino para sobrecodificar lo que el tendero y el cliente ya
han codificado de palabra: «son 1,5 euros»,«aquí tiene los 1,5 euros». Las
facturas son magistrales redundancias inventadas por los Estados para extraer
réditos, y sin embargo cumplen la fundamental función de dejar un registro
escrito de lo ocurrido; la superioridad de la escritura sobre la oralidad puede
que sea la más importante herramienta creada por el humano, a la misma altura
que el fuego; las cosas han existido —y existen— en la medida en que en algún
lugar han sido indexadas.
La
cotidianeidad de la convivencia se va mostrando por la presencia del autor en
el hospital con recuerdos y el padre va configurándose como una presencia de
antaño, difusa, un recuerdo fuerte, pero distante, alejado y de repente aparece
con la enfermedad, el deterioro, el camino hacia el final que lo va invadiendo
todo lentamente, cada espacio, cada idea, cada momento hasta que la presencia
del sufrimiento y luego de la muerte, lo acapara todo.
Es
entonces cuando la muerte, como un éter que lo impregnase todo, hace su
aparición en una familia, se instala no como un hecho sino como un cuerpo que,
tan presente como escurridizo, acompañará a sus miembros por esa tierra que
para ellos ya nunca será redonda. La familia que deja entrar tal aciaga
presencia está perdida. La idea de la muerte y de lo que es su preámbulo, la
enfermedad, los dominará en los más mínimos detalles, condicionará sus
conversaciones, sus fiestas, sus reuniones, les impedirá crecer y atalayar el
otro lado de la Tierra.
La
tenemos en Seix Barral
Temáticas
Novela contemporánea, Novela literaria
Publicación
8 may 2024
Colección
Biblioteca Breve
Presentación
Rústica con solapas
Formato
13.3 x 23 cm
Editorial
Seix Barral
ISBN 978-84-322-4360-8
Páginas
240
Código
0010345228
Una
apasionante novela biográfica que recorre todo un siglo a partir de la memoria
familiar.
En
1967, poco antes del nacimiento de Agustín Fernández Mallo, su padre, un hombre
nacido un pequeño pueblo leonés, veterinario de profesión y firme creyente en
la ciencia y el progreso, se embarcó en un viaje pionero por Estados Unidos con
el objetivo de traer una veintena de vacas en un avión hasta Galicia. Casi
medio siglo después, será el escritor quien realice su propio periplo por
tierras americanas, tratando de reconstruir los pasos de su progenitor antes de
que éste pierda la memoria.
Madre de corazón atómico recorre un siglo de
Historia de España a través de una red de historias y leyendas familiares, de
gente anónima que ha vivido la guerra civil, la posguerra, la democracia y el
cambio de siglo. Como afirma el narrador, «la vida escribe la ficción que
nosotros jamás nos atreveremos a escribir».
Estamos ante la novela más impactante del
mejor Agustín Fernández Mallo, su libro más personal y, a la vez, más
universal, una narración que aborda la condición humana al completo y que
propone entender la muerte no como el final de un camino, sino como un
principio, la última lección de vida de un ser querido.
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