viernes, 18 de octubre de 2024

En la lucha final, Rafael Chirbes

 


Vivimos inmersos en nuestro entorno, más grande o pequeño, muchas veces ajenos al gran mundo. En realidad, no es un gran mundo, ese ficcional universo de placeres y glamour, es una proyección de lo más cinematográfica de lo que es la vida. Es una ficción hiperbólica, pornográfica, en que todo se nos presenta en primer plano: la belleza, el dinero y el poder. El anhelo obedece más a las proyecciones que a las realidades, a cierta impostura del nuevo rico, a la necesidad de ostentación tan occidental y novedosa. Si somos capaces de poner en primer plano nuestra vida en las redes sociales, cómo no vamos a querer salir en una revista de moda. Pues claro que queremos y eso lleva a la necesidad, de muchas personas, de ascenso social insatisfecho, a una lucha implacable por llegar a un sitio que, probablemente no existe o, al menos, no es tal y como habían imaginado.

Esa ascensión requiere de pericia y de suerte, pero también requiere falta de escrúpulos, ausencia de lealtades y de infidelidad absoluta a unos principios estándares. Querer ser, en cualquier ámbito, o llegar a ser, en muchas ocasiones, requiere de estómago y de una ausencia alarmante, para los espectadores de sofá, de unos principios universales. Pero esto también es ficción. La lucha por el éxito no tiene que ser entendida de una manera negativa, obedece a otros patrones que no son los acostumbrados, sin embargo, si observamos con detenimiento nuestro entorno, vemos cómo nuestro compañero nos traiciona por un café a cambio de hacer una hora menos en aquel puesto tan poco atractivo. Después vendrán los disfraces, la apariencia de honradez, el cubrir nuestra honra con explicaciones peregrinas, pero la realidad es que se habrá luchado por ascender, aunque sea a la habitación de al lado.

En el mundo de la creación puede pasar lo mismo, debería pasar lo mismo, no es ajeno a la realidad del mundo. Querer publicar, tener éxito, que venga la fama, que se acceda a la ilusión de poder, a que en las fiestas seamos el centro de atención, todo esto es goloso, crea acólitos. La novela navega en esta ficción, una más, de lo humano, y lo hace con la maestría habitual de mi admirado Chirbes, de este autor que tanto me ha dado y del que tanto he escrito y hablado. Tiene una capacidad innata para el análisis de lo humano, para exponer la vergüenza de lo humano, para mostrar la indecencia del comportamiento. Hay principios universales, como la amistad, que no tienen importancia cuando de lo que se trata es de ser la proyección de uno mismo. Fausto sobrevuela nuestro imaginario.

El libro cuenta una historia sencilla con la maestría de hacer fácil lo pretendidamente complejo. El hecho de que un escritor esté en el centro de la acción vuelve a situar a la literatura como protagonista, con sus miserias morales y sus contradicciones previsibles.

 

A cuantos escribimos nos duele tener que admitir que lo esencial no está en los libros, sino en el antes y en el después; que la medicina con la que uno se cura no se guarda en el interior de las palabras, sino en torno a ellas. La medicina de José estaba en limpiar el polvo de la mesa, afilar el lápiz y acariciar la superficie del cuaderno, como si fuese de terciopelo, todos los días a la misma hora de la tarde. Y el tónico que le permitía advertir enseguida los efectos de esa medicina lo encontraba en la admiración de Concha y de sus amigos, en las críticas a sus libros publicadas en periódicos y revistas; en los dominicales que hablaban de esa vida que él se inventaba para prensa; en la televisión, que hacía reconocible su rostro a los vecinos, a los porteros, a los taxistas.

 

La disección de la vida, de las relaciones, se hace con precisión quirúrgica, con brillantez, adentrándose en la contradicción inherente a estas.

 

Desde hace algún tiempo —y a Concha le gustaba hacer coincidir ese tiempo con la llegada de Ricardo—, nadie parecía tener fronteras estables. Ellos mismos —José, Lucas y Concha— eran (ella lo explica de otra manera) una especie de territorios deshabitados, cambiantes, ocupados por los vencedores provisionales, que luego se iban dejando el campo lleno de despojos y los bosques repletos de sospechas (ella dice: «Estábamos como a merced de alguien. Como si todo el mundo pudiera entrar libremente y llevarse algo de nosotros»).

 

El personaje de Ricardo usa el diario como excusa para amplificar su voz y mostrar su gusto por la heroína, su homosexualidad, además de para descubrir la verdadera dimensión de su faceta de escritor. Lo que me gusta es la precisión y la facilidad con la que compone la escritura.

 

11 de noviembre

Los tipos excepcionales comparten los sórdidos espacios repetitivos con los tipos más vulgares: sólo cambia la rutilante materia del disfraz. Sin S. vuelve a llenárseme todo de repliegues misteriosos: hay en mí monedas valiosas, por más que estén sucias, y espacios queme convierten otra vez en mí mismo.

 

En Anagrama.

  

ISBN 978-84-339-0918-3

EAN 9788433909183

PVP CON IVA     7.8 €

NÚM. DE PÁGINAS    192

COLECCIÓN      Narrativas hispánicas

CÓDIGO   NH 108

PUBLICACIÓN  01/02/1991

 

En la novela de Rafael Chirbes, situada en el Madrid contemporáneo, desvelados por un narrador que aún no ha conseguido las credenciales para pertenecer al grupo cuyas peripecias relata, desfilan los miembros de una nueva clase social, los que ahora pelean en un estrecho cuerpo a cuerpo por el poder y sus migajas, y viven con el sordo y continuo temor a la caída. Amelia, importante colaboradora en una editorial, que vive con Carlos, el «rico» del grupo, pero mantiene fugaces amoríos con otros; José, escritor de éxito, que utiliza la literatura para ocultarse; Concha, su mujer, que defiende despiadadamente el espacio conquistado en una clase social superior que siempre la fascinara; Ricardo Alcántara, el enigmático personaje que, después de un largo exilio, regresa al grupo quince años después...

 

Todos ellos paradigmas ejemplares de una clase social cuya única aspiración verdadera es subir cada día un escalón más, aunque se deleiten en recordar de vez en cuando, con pegajosa nostalgia, los días en que amaban la literatura y la justicia y soñaban con ser protagonistas en la gloriosa «lucha final».

 

Rafael Chirbes, que se revelara en Mimoun, esa «hermosa e inquietante novela», en palabras de Carmen Martín Gaite, como una de las voces más personales e interesantes de la actual narrativa española, confirma con En la lucha final todas las esperanzas depositadas en él. Novela densa y ambiciosa, complejo fresco de una escena política y cultural fácilmente identificable, nos muestra a un narrador espléndido con total dominio de sus recursos, a un urdidor de historias y personajes que, como en toda la gran literatura, alcanzan una entidad y verosimilitud iluminadoras.

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