lunes, 6 de marzo de 2023

Verdes valles colinas rojas. 2 Los cuerpos desnudos, Ramiro Pinilla

 


Por fin me decido a escribir en este blog. He tenido la necesidad de un tiempo de silencio. No significa, para nada, que no haya leído, aunque tampoco lo he hecho con las ganas de otras etapas de mi vida. La verdad que busco la calma, estar tranquilo para poder ver las cosas con claridad. Hoy, pienso en la historia como disciplina, en sus fuentes, en cómo determina la perspectiva de lo que ha acontecido; sin embargo, las pequeñas historias, en muchas ocasiones, no pueden estar recogidas en visiones macro. Hay acontecimientos que generan tramas, que se generan a través de acciones individuales y que no pueden ser reflejadas en las grandes visiones que intentan darnos un punto de vista global. Ahí tiene su espacio la literatura, no en explicar lo que explica la historia, sino en contar lo que la historia no puede contar: el devenir de una familia, las sensaciones vividas por un personaje ante un determinado acontecimiento histórico, ese tipo de cosas que determina lo literario. Una novela puede permitirse lujos, es decir, puede tener una perspectiva absolutamente subjetiva porque no deja de ser la que tiene el personaje, la que ve o siente. Ese punto de vista nutre de sentido la obra y le da la dimensión que el lector espera, es decir, no que nos cuenten lo que ha pasado, sino que nos exponga cómo se ha vivido.

Este segundo volumen de la trilogía llega hasta la guerra civil. Sigue centrándose en las familias Baskado y Altube, en la configuración política que llevará al Estatuto de autonomía del País vasco, o en cómo el nacionalismo vasco va configurándose como una red clientelar de empresarios, sindicatos y un pueblo que se entiende como un todo orgánico. Es interesante, no solo la parte histórica, los delirios nacionalistas, o, más adelante, la perspectiva anarquista en la guerra, sino también las relaciones que se establecen entre los personajes. Los hermanos Fabiola, Moisés y Jaso, la bipolaridad de Moisés, su ambigüedad sexual que da lugar a una comuna libre que representa lo primigenio, el buen salvaje: la desnudez, el pansexualismo y la inocencia. Esos capítulos son hipnóticos, las acciones son repetitivas, pero ahí radica la grandeza de la literatura que atrapa al lector en una tupida red de la que no se puede escapar.

Así la novela va trascurriendo hasta la guerra civil, hasta los meses de guerra en el País vasco, el posicionamiento del PNV, de los comunistas, socialistas y, sobre todo, de los anarquistas representados por Matías y Flora, la superioridad militar de Franco, la repetición de los días en las trincheras, la figura de Roque Altube, la simbología de los acontecimientos, todo consigue crear un fresco particularísimo y brillante de los cimientos del País vasco actual.

Ya me fascinó el aranismo en la primera parte de la trilogía, ese carácter mitológico de la pureza del vasco, la esencia que impregna los espacios, la xenofobia, la cortedad de miras que roza el ridículo. La desnudez de los hermanos como símbolo de la pureza vasca que se convierte en un espectáculo ridículo, aunque puro.


¡No, si a tu hermana le da por pecar bajo nuestro viejo techo! —grita ama—. Me esforcé durante toda una vida por mantener a esta familia en el seno de la iglesia católica y seguir siendo el pueblo elegido de Dios…

Los vascos fueron antes que la Iglesia católica y que tods las iglesias— dice Martxel.


La parte más mítica que evoca esa arcadia inmaculada, un paraíso terrenal, el mar, las montañas, un hecho diferencial profundo que debe regirlo todo frente a la vida, al progreso, a los problemas laborales, a la industrialización, retratan una concepción del País vasco que está escrita a fuego en muchos vascos.


No me podías haber dado mayor disgusto, Roque. ¡Un sindicato entre nosotros!¿Para qué?¿No comprendes que nosotros no hacemos las cosas como ellos? Los vascos nos sentimos hermanos unos de otros, nunca nos enfrentamos, nuestras diferencias las solucionamos sin guerras, con buena voluntad. Debajo de los sindicatos hay odio y rencor… ¡Y tú vienes a mi propia casa a hablarme de un sindicato! —dice la marquesa.


Así, el nacionalismo entiende que el pueblo es el cuerpo, que hay una unidad en lo universal que les caracteriza y los aísla.


Jesucristo no predicó la violencia y nosotros somos cristianos. Predicó el amor. Tanto los patronos como los trabajadores hemos de tener buena voluntad para llegar a entendernos. En nuestra sociedad vasca nunca ha habido guerra entre ricos y pobres, pues unos y otros, por encima de todo, siempre se han sentido vascos. Y sé que tú también lo sientes así, pero no sé qué te pasa —dice Juan.


Toda la parte del libro sobre los cuerpos desnudos me ha parecido fantástica, el simbolismo con que se inicia la novela, la vuelta a ese adanismo liberador de los primeros hombres que fueron vascos, la esencia incorrupta, el buen salvaje roussoniano, el socialismo que ha de hacer a toda la humanidad libre, sin cadenas, sin ropas que aten. No se predica en el desierto, sino en el mar de Getxo, una revolución con la autenticidad de quien se sabe poseída por el don divino de la bondad, no tiene desperdicio.


Al tocar con mis manos la caja también he tocado un trapo. Es banco. Y cuando levanto la cabeza y veo que la señorita Fabiola o quien sea está desnuda, sé que el trapo es la sábana blanca con que se disfraza.

Mi voz esperanzada os convoca a todos, los ofendidos y humillados, los hambrientos, los que viven en cuevas, los que rechazan las cadenas que les ponen al nacer y buscan la explosión de los sentidos y de todas las libertades de sus cuerpos desnudos… ¡la revolución social como preámbulo de la revolución de la carne! O al revés, ¡la nueva Humanidad purificada de hipocresías y de ese lenguaje que nunca toca nuestras profundidades inventado por los malditos dioses que nos ordenan mantenernos en la ceguera y en lo que no es, el retorno a las fuentes de lo que fuimos cuando no sabíamos que lo éramos y que ahora lo podríamos ser sabiendo que es la felicidad que nadie nos prometió, pero que se nos debe!¡Ofrezco mi cuerpo al amigo mar que me entrega su enormidad y extiende mi voz hasta los más escondidos y míseros rincones donde habitan los humildes que abrazarán mi desesperado anhelo —dice la señorita Fabiola o quien sea.


Así pues, la novela es hipnótica, se repite, juega con el concepto y lo estruja, lo vuelve del derecho y del revés, luego vuelve sobre el mismo y vuelve a empezar. Así trascurre entre las alucinaciones esquizofrénicas de los hermanos, hasta los albores de la guerra, el debate entre las ideologías de izquierdas y el adanismo nacionalista, los primeros temores, los personajes encajando en el laberinto opresivo del pueblo, es tan brillante que no podía dejar de leer, de disfrutar de esta hipnosis que me lleva a no pensar más que en las palabras.


Lo que Flora vertió en la Campa del Roble no fue un anarquismo mal digerido, ni siquiera llegó al anarquismo de los panfletos. No prometió la justicia social, ni la igualdad entre los hombres, ni menos aún la Revolución, con mayúscula, la rebelión de los trabajadores contra el poder burgués hasta sustituirlo por el poder obrero. Flora sí que habló de libertad, pero no de la libertad de las masas sino del individuo.


Como he dicho, la guerra es parte de la historia, vemos cómo va entrando en las familias, poco a poco, sin pausa y cómo la barbarie se instala casi de repente.


El 22 de julio a Otxandiano le cupo el triste honor de estrenar el terror venido del cielo. Lo poco que se sabía de aquellas cuatro primeras jornadas de guerra había empezado a familiarizar a la gente con algunas formas de matar, las clásicas, incluidos los cañones que destrozaban cuerpos a distancias. Pero aquella bandada de pajarracos Breguet XIX que arrojó bombas, sobre una población habitada alertó de los efectos devastadores del arma aérea.


La guerra en las trincheras con los tres ejércitos: el vasco, el socialista y el anarquista; los trimotores, el miedo y los muertos, la rutina de la batalla se desarrolla de manera magistral, no es posible dejar de leer la vida de los Baskardo, las pérdidas de Roque, el embarazo de Flora impactante y la reiteración que consigue sobrecoger al lector.


Durante los bombardeos no toda la gente se tumba esperando la muerte. A los que les entra el histérico se levantan y echan a correr dando gritos y los cazas los mandan otra vez a tierra para siempre. Ni uno solo de estos que se levantan llega a dar más de veinte pasos.


En Tusquets.


Nº de páginas:776

Editorial:TUSQUETS EDITORES

Idioma:CASTELLANO

Encuadernación:Tapa blanda

ISBN:9788483103043

Año de edición:2005

Plaza de edición:BARCELONA

Fecha de lanzamiento:01/05/2005

Alto:22.5 cm

Ancho:15 cm

Grueso:4 cm

Peso:1070 gr

Colección:ANDANZAS

Número:5

Un hirviente microcosmos de vidas entretejidas con la Historia que se verán sacudidas de manera irreparable por la Guerra Civil.

Moisés Baskardo vuelve de Ceilán completamente trastornado y quiere casarse todavía con Andrea, su amor adolescente. Alterna momentos en que abraza la causa nacionalista, con otros de iluminado dispuesto a fundar un nuevo orden. Conseguirá convencer a sus hermanos Josafat y Fabiola para retirarse juntos a Oiarzena, un caserío derruido donde poner en práctica una vida libre y sin prejuicios. Pero el pansexualismo de la comuna acabará gestando una tragedia shakespeariana de la mano de Flora, la hija de Fabiola y Roque. Entretanto, en pleno ascenso económico, Efrén y su madre siguen empeñados en que el imperio de los Baskardo pase a manos de Cándido, los empresarios del hierro auspician la Hermandad de Obreros Vascos, un equívoco sindicato nacionalista, y prosiguen las disputas sobre el mostrador de la Venta, reclamado por la Iglesia.

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