Nos acercamos a Navidades y algunos seguimos vivos, en realidad la mayoría, hemos aguantado, trabajado y abierto los institutos, coles etc., como un dique de contención ante esta ola extraña e incomprendida que asola sin asolar del todo y mata sin hacerlo del todo, no como en las pelis apocalípticas donde un virus se escapa de un laboratorio y hay mutaciones que propician que muera hasta el apuntador, no, este es otro tipo de escape, más sutil, aunque los medios se han convertido a esta nueva religión que nos dicta hasta como hemos de cagar, amén, sea dicho sin discusión, sin reflexión, amén cuando suben los datos y, milagro, se aumentan las pruebas, amén cuando bajan porque lo hacen ellas también, bienvenidos a este nuevo orden de prudencia imprudente, a esta sociedad feliz y anestesiada ahora vacunada.
Llegué al mundo durante la ofensiva del
Tet, en los primeros días del nuevo año del Mono, cuando las largas hileras d
petardos colgadas frente a las casas estallaban en polifonía con el ruido de
las metralletas.
Pero yo, querido lector, vengo a hablaros de mi libro, sobre esto os predicaré en mi próxima homilía, porque el tiempo me apremia y quiero finiquitar mis lecturas de 2020 antes de que finalice este estupendo año donde todos nos hemos descarado e, incluso algunos, vaya, han descubierto qué bello es vivir. Porque esa es la esencia de Ru, vivir, respirar, alejarse de la pandemia, del dolor de la muerte, de la guerra y de la postguerra de un Vietnam descarnado por franceses y norteamericanos y, posteriormente, masacrado por el comunismo. Pandemia, pues, que se revela esclarecedora en su verdadera dimensión de capacidad de revertir el orden vital de la ciudadanía. Thúy vive feliz en el Sur, en una familia con todas las comodidades burguesas, pero eso lo evoca a partir del éxodo, de la huida, de su paso por Malaysia hacia el Canadá, en sus recuerdos de una niñez que no puede devolverle más que esas evocaciones que propicia la literatura. Ru es un buen libro, un libro hermoso y triste en cuanto que nos recuerda la fragilidad del hombre y la profunda estupidez del gobernante que se olvida del bien común, de la virtú para satisfacer un fin en sí como es el poder y su capacidad para modificar, mediante ingeniería social, las sociedades a su antojo como si fueran trabajos especulativos universitarios (es muy probable que no sean más que eso). Por este motivo una de las claves que hemos de descubrir en una buena obra, o en realidad es la clave que descubre una buena obra, está en el grado de incorrección política que expresa, porque esa clave radica en que se dice lo que el pensamiento predominante no deja decir ni insinuar, porque el advenimiento de un nuevo régimen no es la ocupación del paraíso, sino el disfrute del infierno.
De pequeña, creía que la guerra y la paz
eran antónimos. Y, sin embargo, viví en paz mientras Vietnam ardía, y sólo supe
de la guerra después de que Vietnam hubiese guardado sus armas. Creo que la
guerra y la paz son, de hecho, amigas y se burlan de nosotros. Nos tratan como
enemigos cuando les place, cuando les conviene, sin preocuparse por la
definición o el papel que les damos. Tal vez no debamos confiar en la
apariencia de la una o de la otra para elegir la dirección de nuestra mirada.
La literatura oriental tiene ese punto de belleza que nos fascina para hacerla muy atractiva al paladar de un buen lector. Es cierto que es breve como algunas novelas de Oé, ¿y? Por eso me gusta que sea sensible sin miedo a la corrección política imperante, ni miedo a exponer la dureza de la postguerra, o de esa huida que no deja de ser siempre un viaje iniciático, el refugio temporal en el campo de refugiados o el viaje hasta América. Todo muy inteligente, la verdad.
Y también, donde una mano tendida no es
ya un gesto, sino un momento de amor, prolongado hasta el sueño, hasta el despertar,
hasta lo cotidiano.
En periférica,
Nº de páginas:200
Editorial:PERIFERICA
Idioma:CASTELLANO
Encuadernación:Tapa blanda
ISBN:9788418264009
Año de edición:2020
Plaza de edición:CÁCERES
Traductor:MANUEL SERRAT CRESPO
La palabra Ru, elegida por Kim Thúy como
título de esta bellísima novela, significa «canción de cuna» en vietnamita, su
lengua materna, y «arroyuelo» en francés, su lengua de adopción. Tomando la
forma del caudal de un arroyo (leve, continuo), la narración navega, a través
de pequeñas escenas, lúcidas y precisas, engarzadas como los eslabones de una
cadena, por los recuerdos de la protagonista, desde una infancia de ensueño y
privilegio en Saigón a la huida precipitada del país en una barcaza, el paso
por un campo de refugiados en Malasia y el comienzo de una nueva vida de
inmigrante, junto a su familia, en Canadá.
Thúy recrea con gran delicadeza y
luminosidad una historia que tardó treinta años en decidirse a escribir: la
suya propia. Impelida por el deber de recordar, la novela no elude el relato de
las dificultades a las que ha de enfrentarse un ser humano abocado a un proceso
de reinvención impuesto por el exilio. Sin embargo, su punto de partida es la
serenidad y la gratitud de quien, pese a todo, se siente en la obligación de
ser feliz.
«En la escritura de Kim Thúy hay un
contraste entre el horror y la belleza. Como si la palabra (poética, sensible)
superase el mal y, en cierto momento, lo anonadase. Si podemos “hacer belleza”
contando con el horror, entonces el horror pasa simplemente a formar parte de
los dolores de la vida: una reducción a sus miserables e inhóspitos contornos.»
Alejandro Gándara, El Mundo
«Kim Thúy escribe con la misma
delicadeza y sinceridad sobre una infancia marcada por la brutalidad que sobre
los placeres de la paz cotidiana. Un libro valiente y conmovedor, que muestra
los complicados procesos de la supervivencia emocional.» Eva Hoffman
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