lunes, 12 de octubre de 2015

La cena, diner Het, Herman Koch


La novela no ha permanecido al margen de los gustos e imaginario de la burguesía, sería imposible, ya que nace con el gusto burgués y como una manifestación más del entretenimiento. Es cierto que el entretenimiento del que yo hablo es un entretenimiento ficcional, es la fuga a los universos paralelos que nos levan a otras vidas y a otras verdades que, en muchos casos, están tan cerca de nuestras verdades que asustan. Así decimos, me ha parecido muy veraz, muy real, con esto queremos decir que nos hemos identificado con sus argumentos y con la construcción que pueda haber hecho de la trama.
Esta novela toma estos ingredientes de los que os he hablado y nos acerca a lo ficcional real, es decir, a lo literario, y lo hace con un fin. Este fin puede ser moral o metafísico, si es posible separar ambos perfiles, ya que reflexiona sobre los límites de lo que es moralmente aceptable o no, y de conceptos como la culpa o el pecado, el castigo o el equilibrio entre el bien y el mal. Los personajes, sobre todo el padre que cuenta la novela en primera persona y ha sido capaz de romper los límites de lo políticamente correcto, en su propia vida, y dejarse llevar por el primitivismo de la violencia o de los comentarios no eufemísticos y almibarados por la corrección política; los personajes, decía, están a la altura de los fines de la trama, y van configurándose en sus miserias y verdades con flash backs que nos ayudan a considerar y entender las relaciones familiares y los lazos, que se puedan haber ido construyendo a lo largo de la existencia. Esto se reflejará en la relación de odio amor de los hermanos, con un Serge, candidato a primer ministro, plano, vacuo, en un sentido público inmoral, construcción paradigmática del perfecto político occidental, preso de debates vacíos y superficiales y poseedor de una moral de esclavo, lejos de cierta virtú esperable en el gobernante. Y Paul, profesor de historia, quemado con la profesión y con las normas encorsetadas del buen pensar, como cáncer que corrompe el verdadero sentido de lo humano. Violento, sumiso con su esposa, y protector con su hijo, protagonista real junto con su primo del hecho desencadenante que mediatiza la historia. Ha roto los límites de la moral judeo cristiana y se ha adentrado en una ética, personal, claro, pero también pública, compleja, difícilmente asumible por el occidental contemporáneo, donde cierta eugenesia social es factible, y el asesinato no es más que una herramienta natural de control. Este impacto con nuestra manera de pensar nos hace mantener cierta prevención como lectores, pero romper nosotros también nuestros tabúes es una necesidad apra abrir la mente y avanzar en la comprensión misma del bien y el mal.
Pero especial atención merece lo que os he comentado de la relación con su propio hijo, explorando los límites de la ética, como disciplina filosófica que aborda la moral, porque es aquí donde la mala leche y la ironía adquieren una dimensión propia y una fortaleza narrativa importante. Nuevamente nos encontramos con una reflexión sobre el opulento occidente, sobre esta generación de privilegiados ajenos a la miseria y al dolor, a la muerte violenta y a la guerra, padres de otra generación, nueva, esclava de las redes sociales y de lo icónico visual, de una laxitud de normas, o de una reeducación de las normas para hacer posible una visión particular de lo devenido. Los hijos, los nuestros, como paradigma de nuestro fracaso, de nuestra tibieza y de la laxitud de nuestros valores, de la readecuación constante de los mismos para hacer posible nuestra posición de privilegio.  Ante esta nueva adolescencia los padres parecen perplejos, acomplejados, parece que ellos no la vivieron o no se acuerdan de ella y andan enfangados hasta las rodillas preguntándose qué coño tengo que hacer para no perder a este capullo.

-Esbocé una sonrisa bastante estúpida y fuera de lugar, pero había decidido que ése sería mi planteamiento: hacerme un poco el tonto, el padre algo ingenuo que no se escandaliza porque su hijo maltrate a un mendigo o prenda fuego a un indigente. Sí, ingenuo era lo mejor, no me costaría mucho representar ese papel, pues en definitiva eso era: un ingenuo-

La novela es cruel, cruelmente veraz, porque en ella son sacrificados todos y cada uno de los seres inferiores que pueden poner en entredicho nuestro estatus quo, nuestra visión del mundo. Solo los esclavos son susceptibles de morir o de fracasar, y el nuevo hombre, el que mira al horizonte, puede establecer unos principios morales adecuados a sus necesidades. Miremos la tele. Veamos los flujos de inmigrantes, observemos a los refugiados caminar por esta Europa bienpensante, cerremos los ojos y digamos en voz alta "acepto compartir mi mundo con vosotros" Abramos los ojos, ¿qué ha pasado? Porque no olvidemos que en toda la novela subyace una discusión oral sobre el poder del castigo sobre la necesidad de eliminar a los elementos indeseables, así rompe el tabú; no es un caso de eugenesia social, o sí, o de limpieza étnica, auqneu obviamente se convertiría en ello. La novela nos dice ¿pero no os dáis cuenta de que no discutimos sobre algunos temas porque nos lo prohibimos a nosotros mismos y así sabemos qué pensar, o lo que es peor, adquirimos argumentos vacuosal peso? No os engañéis, somos carne de cañón de imbéciles que piinesan por nosotros, y son peligrosos.

y pensad en los miles o decenas de miles de personas de las que podríamos librarnos como si fuesen un dolor de muelas. Solo desde el punto de vista estadístico es imposible que todas esas personas fuesen buena gente, con independencia del bando al que pertenecieran. La injusticia está más bien en el hecho de que los cabrones también van a engrosar la lista de víctimas inocentes. Que sus nombres también aparecen en los monumentos de guerra.(...)
No, la gente civilizada no arroja a otras personas por la ventana. Y tampoco disparan una pistola sin querer durante el traslado de la comisaría ala prisión. Pero aquí no estamos hablando de personas de bien, sino de gente cuya desaparición todo el mundo acogería con un suspiro de alivio.
Vayamos a la novela que se estructura siguiendo la estructura de una cena en la que uno de los comensales, Paul, irá descubriendo, con una ironía y mala leche notables, pero descarnada y dolorosa, el cómo y el porqué de las razones de su vida en pareja, de sus relaciones con su hermano, Serge, con su cuñada, y sobre todo con Michael, su hijo quinceañero, malcriado adolescente, paradigma de una generación de europeos ajenos al dolor, al hambre, y con una ética vacua que los hace vivir en la superficialidad lineal de la nada, obsesionados con los youtubers, las marcas, la estética de las redes sociales que no dejan de ser el síntoma evidente dela decadencia moral y la ausencia de valores firmes en una Europa vieja, y como he dicho, sin virtú.
 "Todas las familias felices se parecen entre sí, pero cada familia desdichada ofrece un carácter peculiar", reza la primera frase de Ana Karenina, de Tolstoi. Solo me atrevería a añadir que las familias desdichadas, y sobre todo los matrimonios desdichados, nunca pueden estar solos. Cuantos más testigos tengan, mejor. La desdicha busca siempre compañía. La desdicha no soporta el silencio, sobre todo los silencios incómodos que se producen cuando se está a solas.

Este malestar en la cultura, esta necesidad de saciar lo inmediatamente cualquier instinto, esta falta de paciencia y de postergar las soluciones, la paciencia, son un síntoma del vivir al borde, rápidamente, sin construir una base sólida. 

Intuyo que mi hermano folla igual que come, que se cuela dentro de su mujer tal como se zampa uno de esos enormes bocadillos de croqueta, u después el hambre queda saciada.


Las reflexiones sobre el mundo contemporáneo no dejan de ser un reflejo de todo esto de lo que os he hablado, y la cena no es más que un reflejo de lo que somos, de nuestro vacío, de la ausencia de una perspectiva clara, de unos principios a los que aferrarnos, de una duda absoluta respecto a la existencia. La autocomplacencia como un cáncer que nos deja ciegos hacia el mundo.

Lo que más llamaba la atención del plato de Claire era el vacío inconmensurable. Ya sé que en los restaurantes selectos siempre se prima la calidad sobre la cantidad, pero hay vacíos y vacíos. Allí el vacío, la parte del plato en que no había nada de comida, rozaba la paradoja.(...)
Serge y Babette tenían una casita en la Dordoña, adonde iban cada año con los niños. Eran de esos holandeses que consideran que todo lo francés es "tan especial", desde los croissants hasta la baguette con camembert, pasando por los coches franceses -tenían uno de los modelos más caros de Peugeot-, la chanson francesa y el cine francés. Aún no se habían percatado de que la población autóctona de la Dordoña aborrece a los holandeses.

No olvidemos que la novela es una mordaz reflexión sobre nuestra fachada de personas superiores, de europeos que están por encima de ciertas prácticas y costumbres "poco civilizadas", esta crítica al tabú, a lo políticamente correcto, al ocultamiento de los instintos, a lo civilizado, va deslizándose por la novela como hemos podido ir leyendo.

Detrás de su cabeza había un póster enorme de una organización humanitaria, ya no recuerdo si Oxfam o UNICEF Mostraba una tierra árida y resquebrajada donde no quería crecer nada, y abajo ala izquierda aparecía un niño cubierto de harapos que tendía una escuálida mano.
Aquel póster hizo que me pusiera aún más alerta. Probablemente, el director estaba en contra del calentamiento global y la injusticia en general. Quizá no comía carne de mamíferos y era antiamericano o, al menos, anti Bush, una opinión que daba a la gente carta blanca para no pensar nada más. Quien estaba contra Bush era alguien justo, y por tanto podía comportarse en su entorno inmediato como un cabrón.(...)

Desde el punto de vista de lo puramente literario me ha encantado el cinismo del escritor cuando quiere preservar la inocencia, la intimidad de los personajes y crea espacios privados que "no interesan al lector" como una manera absurda de preservar el yo que está siendo destrozado por la propia acción de la trama.

No diré en qué hospital estaba Clair...
a nadie interesa saber el nombre del hospital donde estaba Claire, pero por otra parte quiero advertir a todo el mundo que se mantenga alejado de ese lugar.

La novela la tenemos en Salamandra y aquí tenéis datos de vuestro interés.


Título original: Het Diner

ISBN: 978-84-9838-303-4

Número de páginas: 288

Tipo de edición: Rústica con solapas

Sello editorial: Salamandra

Colección: Narrativa

PVP: 17,50 €

ISBN e-book: 978-84-15629-03-0

¿Hasta dónde es capaz de llegar un padre para encubrir a un hijo que comete un delito injustificable? ¿Debe prevalecer el instinto de protección paterna, o la lealtad a unas normas sociales que garantizan la coherencia y la fortaleza del grupo? Estas y otras preguntas de igual calibre surgen como dardos durante la lectura de La cena, una novela ácida y provocadora que apunta sin miramientos a toda una clase social acomodada de los Países Bajos y, por extensión, de toda Europa, instalada en una inercia de autosatisfacción y complacencia, e indiferente hacia el devenir de la generación que ha de sucederla.

Dos parejas se han citado a cenar en un moderno y exclusivo restaurante de Ámsterdam. Mientras saborean el aperitivo y charlan con aparente despreocupación sobre la última película de moda y sus planes para las vacaciones, son conscientes de que, tarde o temprano, deberán abordar el incierto y acuciante asunto que los ha llevado a reunirse: el futuro de Michel y Rick, sus hijos de quince años, que según algunos indicios podrían estar envueltos en un caso de violencia grave. Así pues, tras los postres, cuando la cena llegue a sus últimos compases, la tensión entre los comensales habrá alcanzado su punto culminante y la cadena de secretos y revelaciones confluirán en un final dramático en el que nadie podrá esgrimir su inocencia.

Tras cosechar un éxito inmediato y arrollador en Holanda —copó las listas de bestsellers, y ya ha vendido más de 340 mil ejemplares—, La cena ganó el Premio del Público y fue declarado Libro del Año 2009.

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