Hay críticos que han dado fe como notarios de una realidad evanescente, de la muerte de la novela, de la ausencia de la novela en el siglo XX o de cualquier otra chorrada por el estilo. Una de las cosas buenas que ha tenido el siglo XX, muy acentuado en el XXI, es la capacidad de ser moderno o antiguo al antojo, es decir, no hay que seguir modas para ser, hay que ser para estar a la moda, o no, porque las redes y el conocimiento global han hecho que podamos conocer las tendencias, las novedades u otras literaturas al instante. Últimamente, está de moda la novela tuit, al estilo sintético de la novela folletín del diecinueve: a través de post de 140 caracteres se construye la trama y se busca el estilo y, curiosidades de la fama, ha tenido un éxito apabullante entre la manada. Nuevo best seller al antojo del consumidor: gratis y por entregas, poco esfuerzo. Ja.
Los periodistas son amigos de la
especulación; siempre andan preguntando a los novelistas si la novela ha muerto
o está moribunda. No olvidemos que Juan Diego había arrancado las primeras
novelas que leyó de los fuegos eternos del ‘basurero’; se había quemado las
manos salvando libros. Uno no le pregunta a un lector del basurero si la novela
ha muerto o está moribunda.
Dicho esto me centro en la novela que os
traigo. No es una novedad que me sienta fascinado por los grandes autores que
han decidido, de una manera más o menos consciente, no abandonar la gran novela
del diecinueve y mantenerse fieles a la construcción mastodóntica de tramas,
ambientes y psicologías. De entre estos autores, apoyado por la gran industria,
Irving emerge con una voz propia mostrando su sabiduría y su oficio de
escribidor de historias manteniendo constantes los temas que más le gustan: las
relaciones familiares, el abandono, la sexualidad, los ambientes, el abandono y
la búsqueda de la identidad.
En esta novela, pues, vemos todas las virtudes
de un gran narrador y sus defectos: reiteración en la trama para asentar los
caminos de esta, excesos descriptivos, reiteración en las características
tópicas de algunos personajes, pero no me importan porque obedecen al oficio,
al hacer de una manera particular, de un yo creativo identificable y eso me
parece grande, que existan los elementos suficientes de identificación de una
autor y que podamos verlos de una manera efectiva.
La lectura, el ser lector, aparece como parte
de la trama, no se concibe esta sin la otra y los elementos que apoyan la historia,
que la desencadenarán y que darán lugar a la aceleración del recuerdo y la
memoria, lo ficcional, son consecuencia de la misma, por eso son tan importantes
las referencias a los libros o al hecho de ser un escritor, porque así la
memoria, de la que os he hablado, adquiere una dimensión propia que puede construir
la novela a su antojo. Nos sería posible sin este ambiente, la irrupción de la
pareja fantasmal de madre e hija, que se convierten en un vehículo intermedio,
materializadas, pero fantasías, en el tránsito entre la vida y la muerte, es
decir, entre las dimensiones poliédricas de lo que acontece.
El hermano Pepe se habría asombrado de la
gran cantidad de lectura de basurero que había devorado Juan Diego y lo
atentamente que Lupe lo había escuchado. El padre Alfonso y el padre Octavio
creían haber expurgado la biblioteca jesuita del material de lectura menos
pertinente y más sedicioso, pero el joven lector del vertedero había rescatado
muchos libros peligrosos de los fuegos eternos del ‘basurero’.
Las alusiones y reflexiones sobre el hecho de
salvar la novela, de darle ese lugar que le corresponde en el imaginario
lector, son constantes: desde la actitud de Juan Diego y su obra de salvar los
libros de la quema del basurero, metáfora muy potente de cierto estado de la
literatura, hasta los guiños maravillosos a la gran novela decimonónica y a su
carácter burgués.
Pero ¿encontrarían esas pobres mujeres a
algún hombre que leyera novelas? (Juan Diego tenía sus dudas.)
Además de las reflexiones sobre la naturaleza
de la historia y su construcción,
Por cómo se desarrollan los recuerdos o
los sueños relacionados con los seres queridos —aquellos que se han ido—, es
inevitable que el final de la historia se adelante al resto de la narración.
Uno no tiene la opción de elegir la cronología de lo que sueña, ni el orden de
los incidentes en los recuerdos que uno conserva de alguien. En su mente —en
sus sueños, en su memoria—, a veces la narración empieza por el epílogo.
Por eso tributa a la gran escritura, recuerda
a los grandes autores que he ido viendo presentes en su novelística, ese arte
de hacer novelas que tan importante me ha parecido siempre y que tanto he
respetado como crítico y como lector.
Y cuando Juan Diego presentaba a esos
cuatro novelistas decimonónicos a sus alumnos de escritura creativa —«mis
maestros», llamaba a Hawthorne, Melville, Hardy y Dickens—, nunca dejaba de
mencionar también a Shakespeare.
Un hecho imprescindible en el hecho
novelístico y que me ha hecho especular mucho últimamente, es el relacionado
con el carácter autobiográfico, o biográfico, de lo escrito. Siempre he
mantenido que el buen escritor toma la realidad que conoce e inventa para
adecuarla a lo que quiere contar: anécdotas propias, ajenas, espacios
conocidos; sin embargo no copia la realidad ni habla de sí mismo, sino del
personaje que construye a partir de lo reconocible. En este fragmento se
reflexiona sobre ello y me parece interesante.
Quizá fue esa faceta autodidacta de donde el
lector del basurero sacó la idea de que un narrador «crea» personajes, e
«inventa» una historia; no se limita a escribir sobre las personas que conoce,
ni a contar su propia historia, y llamar a eso novela.
En las personas reales de su vida, Juan Diego
encontraba demasiadas contradicciones e incógnitas; las personas reales eran
demasiado incompletas para servir como personajes de una novela, pensaba Juan
Diego. Y era capaz de inventar una historia mejor que la que le había ocurrido
a él; el lector del basurero consideraba que su propia historia era «demasiado
incompleta» para una novela.
Una novela muy interesante. La tenemos en Tusquets,
y aquí os dejo datos de vuestro interés.
- Nº de páginas: 640 págs.
- Encuadernación: Tapa blanda
- Editorial: TUSQUETS EDITORES
- Lengua: CASTELLANO
- ISBN: 9788490662496
Juan Diego, un maduro y exitoso escritor
de origen mexicano que reside en Iowa, acepta una invitación a viajar a
Filipinas para hablar de sus novelas. En el curso del viaje, lleno de
peripecias y mujeres insinuantes, sus sueños y recuerdos, no se sabe si por
efecto (o falta) de la medicación que debe tomar, le retrotraen a su infancia:
Juan Diego fue uno de los llamados «niños de la basura», crecido en un inmenso
vertedero de Oaxaca. Si él leía con pasión los libros que rescataba entre la
inmundicia, a su vez su hermanastra Lupe, una niña muy peculiar, era capaz de
leer —peligrosamente— la mente de quienes la rodeaban y entrever su futuro.
Hijos de una prostituta, ambos sobrevivieron gracias a la protección de uno de
los capos del vertedero, hasta que, cuando Juan Diego tenía ya catorce años,
sufrió un accidente que cambió su destino para siempre.
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