Hace tiempo que no entraba en el blog, no
por que no tenga ganas, las tengo, sino porque tanto escribir, tanto leer no me dejan
tiempo para respirar lo que me gusta, la literatura, no tanto como crítico, he
escrito y conferenciado sobre el canon y Chirbes, ergo algo de felicidad me
queda, sino como lector, como letra herido, como parásito de las letras. Leo,
no se puede vivir sin leer, no nos engañemos, podemos vivir en un sofá viendo
diez horas de televisión diaria, claro, comer, cagar y dormir, si podemos después
de la ausencia de ejercicio físico, sin embargo siempre he pensado que eso no es
vivir, es pasar, es deambular en silencio por un mundo, por otra parte, lleno
de ruidos y desconciertos.
Así que leo esta hermosa novela, nouvelle,
novela corta, en cualquier caso una delicia para el lector que necesita
reencontrarse con la escritura, con la buena literatura, con la genialidad y el
pulso creados. Shostakóvich aparece de nuevo en mi vida de golpe, con un
altavoz manipulado por Barnes que recrea una biografía que es más una obra
ficcional, aun trabajando datos ciertos, más o menos contrastados por las otras
biografías de referencia. No importa la realidad de Shostakóvich, o sí,
vamos, que no iba con la intención de llenar los vacíos intelectuales, curiosos
que recrea en mí el compositor, buscaba una novela sabiendo lo poco aficionado
que soy a las vidas ajenas. Pequeño inciso, debo ser un hipócrita de tomo y
lomo, acaso, ¿qué es la literatura sino la usurpación, recreación de otras
vidas? ¿Llega a tal mi cinismo que me intento convencer de que no me interesan
las vidas reales y gozo con las ficcionales? Aparte del inciso, reflexión o apunte
que hago para no olvidarme, sí, un rotundo sí, soy un lector cínico e hipócrita
que prefiero lo recreado a lo vivido, otra anotación, ¡como si lo vivido no
fuera más que una recreación ficcional del personaje!.
Así que voy con el coche y escucho una
interpretación de Keith Jarret de Shostakóvich, los 24 preludios
y fugas, veo la novela de Barnes y me lanzo a ella sabiendo, después de la
experiencia de Arthur y George, que me iba a encantar. Así ha sido.
El personaje muestra toda la contradicción
humana, toda la fuerza creadora y los miedos que produce el Poder, para ser más
concreto, el poder soviético, el poder de Stalin, el control sobre las mentes y
el pensamiento, el control sobre la creación artística, la determinación de la
definición por parte de los comisarios, la ausencia de talento en la dirección
de lo humano, el control del alma, el miedo como recurso, el sometimiento del yo
al difuminado espíritu del pueblo, la determinación de ese espíritu por el
mandarín, por el burócrata ejecutor. Todo esto lo capta la novela. Lo demás es
la historia de vida de Shostakóvich. (en wikipedia tenéis un montón de información
sobre el compositor, ahora, si lo que queréis es reflexionar y leer, entonces
podéis encontraros con esta novela)
Muchas veces he comentado que las primeras
palabras de un libro nos pueden determinar la lectura posterior, sabes, vamos,
que te va a encantar, que vas a disfrutar cada coma, cada palabra, lo sabes
porque el libro encuentra el pulso de lo que va a decir y todo lo demás, lo
escrito, no es más que una consecuencia de lo expuesto en breves palabras.
Recordaba haber
mirado desde el estrado del director, donde estaba sentado, hacia el palco de
las autoridades. Stalin estaba escondido detrás de una cortinilla, una
presencia ausente hacia la cual se volvían, aduladores, los demás distinguidos
camaradas, a sabiendas de que a ellos también les observaban.
Les observaban, esa
presencia ausente que controla las almas y determina el futuro, (leed el
comentario del Cero y el Infinito) que recrea la historia de la
colectividad y someta al yo al designio del gran observador (leed el cometario
de 1984) La consecuencia del ser creador, del yo burgués, como determina
el marxismo, es la reivindicación de lo singular frente a lo colectivo, el
pensamiento frente a la obediencia sin fisuras ni espacios críticos.
Pero era probable
que pareciera exactamente lo que era: un hombre, como miles de otros en la
ciudad, aguardando su detención noche tras noche.
Por eso el empeño de destruir el yo, de
aniquilar el pensamiento diverso, la necesidad de la uniformidad frente a la heterodoxia.
El alma debe ser asumida por el Estado, por la fuerza fagocitadora de los
burócratas de la feliz gobernación que asimilan la doctrina y ofrecen un mundo feliz.
También había
aprendido cosas sobre la destrucción del alma humana. Bueno, la vida no era un
camino de rosas, como decía el refrán. Había tres maneras de destruir un alma:
con lo que otros te hacían; con lo que otros te hacían hacer, y con lo que tú,
voluntariamente, elegías hacer. Cualquiera de los tres métodos era suficiente,
aunque si se combinaban los tres el resultado era irresistible.
Dice Espinosa que el Poder solo conoce
hechos, efectivamente, solo conoce control, efectos de las decisiones, y Barnes
lo recoge sin titubeos, hereda la tradición de denuncia del totalitarismo
ideológico, de la Escuela de mandarines que pretende el control absoluto
de la masa sin pensamiento, modelando y determinando al antojo de ese poder, de
sus mandarines, las almas y los futuros de los hombres.
El Poder sólo
conocía hechos, y su lenguaje consistía en expresiones y eufemismos encaminados
a divulgar u ocultar estos hechos.
Porque si el poder controla todo, el arte deja
de ser una manifestación del genio, de la pasión y vulnerabilidad individual y
se convierte en un instrumento, por eso el creador es un trabajador, un
asalariado del Poder que determina y dirige, pierde sentido la idea romántica
del yo creador, y se convierte en un arma más de control; de ahí que el
mandarín no necesite saber música, en este caso, debe saber la doctrina y la
ortodoxia, todo yo es enemigo del pueblo, dixit, todo acto de individualidad es
una contrarrevolución, todo acto creativo fuera del utilitarismo es un canto de
cisne, una reivindicación burguesa de la singularidad.
Parecía haber pasado
muy poco tiempo desde que todos se estaban riendo de la definición de un
musicólogo que daba el profesor Nikolayev. Imaginad que estamos comiendo huevos
revueltos, decía el profesor. Los ha preparado Pasha, mi cocinero, y vosotros y
yo los estamos comiendo. Viene un hombre que no ha cocinado los huevos y no los
está comiendo, pero habla de ellos como si no tuvieran secretos para él: eso es
un musicólogo.
Pero también habla del músico, de sus
contradicciones, también, a través del viaje cronológico, nos presenta al
autor, al genio. Me interesa no tanto el personaje, ya lo he dicho, como la
atribución de contradicciones, el ser y la nada, el yo frente al ellos.
Entiendo que lo presenta con brillantez.
Cuando todo lo demás
fallaba, cuando sólo parecía haber insensatez en el mundo, se aferraba a esto:
a que la buena música sería siempre buena música, y que la gran música era
inexpugnable. Se podían tocar los preludios y las fugas de Bach con cualquier tempo,
con cualquier dinámica, y seguiría siendo gran música, a prueba incluso del
pobre manazas que tocaba el teclado con diez pulgares. Y de la misma manera no
se podía tocar cínicamente una música semejante…
Bueno, quizá esto
respondiera a su pregunta sobre la honestidad personal y artística; la falta de
la primera no contaminaba necesariamente la segunda…
La línea de cobardía
era la única que avanzaba recta y segura en su vida.
Gran novela que se convierte en una lectura
imprescindible para este verano. En Anagrama. Aquí os dejo datos
de interés.
ISBN
|
978-84-339-7955-1
|
EAN
|
9788433979551
|
PVP SIN IVA
|
16,25 €
|
PVP CON IVA
|
16,90 €
|
NÚM. DE PÁGINAS
|
208
|
COLECCIÓN
|
|
CÓDIGO
|
PN 924
|
TRADUCCIÓN
|
Jaime Zulaika
|
PUBLICACIÓN
|
04/05/2016
|
El 26 de enero de
1936 el todopoderoso Iósif Stalin asiste a una representación de Lady Macbeth
de Mtsensk de Dmitri Shostakóvich en el Bolshoi de Moscú. Lo hace desde el
palco reservado al gobierno y oculto tras una cortinilla. El compositor sabe
que está allí y se muestra intranquilo. Dos días después aparece en Pravda un
demoledor editorial que lo acusa de desviacionista y decadente. Un editorial
aprobado o acaso escrito de su puño y letra por el propio Stalin.
Son los años del Gran Terror, y el músico sabe que una acusación como ésa puede significar la deportación a Siberia o directamente la muerte. Pero Shostakóvich sobrevive, compondrá música heroica y patriótica durante la Segunda Guerra Mundial y el régimen comunista lo enviará como uno de sus representantes al Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial en Nueva York, donde repetirá, sin salirse jamás del guión, aquello que le dictan los comisarios políticos.
La historia de Shostakóvich y Stalin es un ejemplo particularmente desolador de las relaciones entre el arte y el poder. Uno de los más grandes compositores del siglo XX adaptó su arte a la estética oficial, abjuró de amigos y maestros, se postró ante el dictador para sobrevivir en un periodo en el que sus conocidos caían como moscas. Él salvó el pellejo y, ya muerto Stalin, acabó consagrado como uno de los grandes creadores soviéticos, pero por el camino dejó una parte de su alma, de su dignidad y de su ambición artística.
Son los años del Gran Terror, y el músico sabe que una acusación como ésa puede significar la deportación a Siberia o directamente la muerte. Pero Shostakóvich sobrevive, compondrá música heroica y patriótica durante la Segunda Guerra Mundial y el régimen comunista lo enviará como uno de sus representantes al Congreso Cultural y Científico por la Paz Mundial en Nueva York, donde repetirá, sin salirse jamás del guión, aquello que le dictan los comisarios políticos.
La historia de Shostakóvich y Stalin es un ejemplo particularmente desolador de las relaciones entre el arte y el poder. Uno de los más grandes compositores del siglo XX adaptó su arte a la estética oficial, abjuró de amigos y maestros, se postró ante el dictador para sobrevivir en un periodo en el que sus conocidos caían como moscas. Él salvó el pellejo y, ya muerto Stalin, acabó consagrado como uno de los grandes creadores soviéticos, pero por el camino dejó una parte de su alma, de su dignidad y de su ambición artística.
En esta breve
novela, tan hermosa como terrible, Julian Barnes reconstruye la vida del músico
–los recuerdos de su infancia y su convulsa vida íntima, las relaciones con sus
esposas, sus amantes y su hija–, pero sobre todo aborda las dolorosas
decisiones que tuvo que tomar en unos momentos históricos sombríos, e indaga en
el miedo y la culpa, en la dificultad de comportarse con honestidad en tiempos
de barbarie, y en la difícil supervivencia del arte en esos años aciagos.
«Una novela profundamente conmovedora, una concisa obra maestra que rastrea la batalla durante toda una vida entre la conciencia y la obra de un hombre y las exigencias insoportables del totalitarismo» (Alex Preston, The Guardian).
«Brillante y sombría, la nueva novela de Barnes se abre con una escena que parece sacada de un cuento de Chéjov. Inteligente y repleta de talento literario. Una elegante meditación ficcionada sobre los conflictos de un genio de la música y su complicidad con el poder» (Peter Kemp, The Sunday Times).
«Una compleja meditación sobre la fuerza, las limitaciones y la capacidad de resistencia del arte» (Alex Clark, The Observer).
«Una novela cautivadora sobre el arte y el poder, sobre el coraje y la cobardía, y los caprichos del destino… Barnes plasma con brillantez el atormentado estado de ánimo del compositor… Es un libro breve, pero con una intensísima carga emocional» (Sebastian Shakespeare, Tatler).
«Reflexiva, inteligente y de muy grata lectura» (GQ). «Su mejor novela hasta el momento» (Charlotte Heathcote, The Daily Express).
«Una novela profundamente conmovedora, una concisa obra maestra que rastrea la batalla durante toda una vida entre la conciencia y la obra de un hombre y las exigencias insoportables del totalitarismo» (Alex Preston, The Guardian).
«Brillante y sombría, la nueva novela de Barnes se abre con una escena que parece sacada de un cuento de Chéjov. Inteligente y repleta de talento literario. Una elegante meditación ficcionada sobre los conflictos de un genio de la música y su complicidad con el poder» (Peter Kemp, The Sunday Times).
«Una compleja meditación sobre la fuerza, las limitaciones y la capacidad de resistencia del arte» (Alex Clark, The Observer).
«Una novela cautivadora sobre el arte y el poder, sobre el coraje y la cobardía, y los caprichos del destino… Barnes plasma con brillantez el atormentado estado de ánimo del compositor… Es un libro breve, pero con una intensísima carga emocional» (Sebastian Shakespeare, Tatler).
«Reflexiva, inteligente y de muy grata lectura» (GQ). «Su mejor novela hasta el momento» (Charlotte Heathcote, The Daily Express).
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