Ya sabéis que estamos varias entradas con la novela actual, así que, fiel a mi promesa, sigo leyendo a autores y autoras que podríamos encasillar en este grupo. Es difícil, la autora que os traigo tiene una trayectoria, una novelística detrás que la afianza, sin embargo su edad, por ejemplo, me sirve para mi propósito, que no es otro que conocer de primera mano el panorama de las letras en nuestro país.
Recién leí un artículo, no me acuerdo del nombre del autor, que decía que la producción narrativa española era, en el siglo XX, pobre. Afirmación alucinada, búsqueda inagotable del minuto de gloria, somos hooligans en este país extrañado de sí mismo, pero inagotable en su vocación de destruir lo cercano, el trabajo bien hecho. Somos la leche, de verdad, pero ya sabéis que la curiosidad me espoleó, vaya si lo hizo, por eso me encuentro aquí, ante vosotros, dispuesto a hablaros de Farándula.
Farándula, más que nada por evitar el sensacionalismo y para que, si estáis cansados de leerme podáis dejarlo, me ha encantado, así, a lo bruto. Me ha parecido un libro fresco, con un sentido del humor muy nuestro: retranca y mala hostia, (me encanta) y un lenguaje sin concesiones al sentimentalismo, a nada que sea el lector acomodado. Es un libro mordaz, valiente, asesino, un libro necesario, un libro, una novela que trasporta al lector a sus contradicciones, que le hace reír a carcajadas, que le hace reír socarronamente, que le hace reír, al fin y al cabo, con esa salud tan bronca de los bares españoles. Es, lo digo con absoluta sinceridad, el libro más divertido que he leído escrito por una escritora. Ya sabéis, soy muy pesado, que a veces le doy vuelta a si existe o no una especie de literatura femenina, no sé, si hay algo en su lenguaje diferente, característico. No es el caso, en el fondo no creo que sea tan simple, pienso que hay literatura sin más, a lo bruto, ficción y libros bien o mal escritos, y eso es mucho más aproximado a la realidad que me rodea.
Se habían acostado juntos, pero dejaron de hacerlo porque se aburrían mientras follaban.
Se habían acostado juntos, pero dejaron de hacerlo porque se aburrían mientras follaban.
¿De qué habla? De la farándula, del teatro, del cine, de los espectadores, de las envidias, de la crueldad, de la falta de generosidad, de política, de miseria, del mundo del teatro, de los reallity, toma anglicismo, de lo vacuo, de lo kitch. Es un libro que aborda lo que muchos hemos pensado, que si los actores comprometidos, que si los que tiene mucho dinero, que si los comunistas de oro que viven el París, sí, pero también se preoucpa de los que comen fritanga, de los que viven con el síndrome de Diógenes, de los que no cobran por actuar. Libro valiente.
Le parecía un insulto actuar por un porcentaje de la taquilla(...)
Un primer plano de la bruja anoréxica permite distinguir un instante de suma perversidad concentrado en una media sonrisa atravesada por el brillo de un diente. Sonido de un corazón palpitante a punto de romper los niveles de normalidad del electrocardiograma(...)
Las damas de beneficencia, travestidas en actores de éxito, se esfuerzan, se preocupan, no pueden dormir por las noches, comen lexatines, orfidales, trankimacines, atarax, dormidinas, m&m’s, conguitos, se lo comen todo, a sus hijos, a sus caniches, a los peces de colores de sus inabarcables peceras, para que nada cambie: los ricos buenos se preocupan y hacen felices a esos pobres que viven en roulottes, chabolas o en el piso de los abuelitos, y aguan la leche del desayuno de sus criaturas. Los pobres aguan la leche de sus criaturas porque, cuando ellos eran pequeños, sacaban malas notas en la escuela, porque habían sido indolentes, vagos, puede que hasta viciosos.
Por ejemplo vamos a fijarnos en el comienzo, ya os he dicho en alguna ocasión, lo importante que es un buen comienzo: voraz, trepidante, destila mala leche, ironía y sarcasmo, todo ello escribiendo muy bien.
Valeria Falcón, una mujer de nombre aéreo, espectacular, y aspecto endeble, anodino, cruzaba a buen paso la Puerta del Sol. Se dirigía, como todos los jueves sobre las siete de la tarde, hacia la casa de Ana Urrutia, una vieja actriz que, igual que Greta Garbo, supo retirarse antes del descascarillado del cutis y el deterioro de las fundas dentales, y consiguió que algunas veces el público de cierta edad se preguntara: «¿La Urrutia se ha muerto o aún vive?»
Qué logradas están las descripciones de los personajes, pero que muy bien logradas.
Charlotte Saint-Clair le saca diez centímetros a su marido, pero cuando él la ciñe por la cintura, está claro quién es la yegua y quién el jockey. Quién monta a quién. A ella, jaca de lujo, le gusta que las cosas sean así. La caracteriza una extraña vocación de servicio. Una necesidad de ser dulce en el refugio más allá de los ruidos electrónicos del teléfono móvil y de las terminales del ordenador. Servir al hombre, masajearle los pies, traerle, como un perrillo, el periódico en la boca. Las zapatillas. Mover el rabo. Arf, arf, Charlotte Saint-Clair...
Le parecía un insulto actuar por un porcentaje de la taquilla(...)
Un primer plano de la bruja anoréxica permite distinguir un instante de suma perversidad concentrado en una media sonrisa atravesada por el brillo de un diente. Sonido de un corazón palpitante a punto de romper los niveles de normalidad del electrocardiograma(...)
Las damas de beneficencia, travestidas en actores de éxito, se esfuerzan, se preocupan, no pueden dormir por las noches, comen lexatines, orfidales, trankimacines, atarax, dormidinas, m&m’s, conguitos, se lo comen todo, a sus hijos, a sus caniches, a los peces de colores de sus inabarcables peceras, para que nada cambie: los ricos buenos se preocupan y hacen felices a esos pobres que viven en roulottes, chabolas o en el piso de los abuelitos, y aguan la leche del desayuno de sus criaturas. Los pobres aguan la leche de sus criaturas porque, cuando ellos eran pequeños, sacaban malas notas en la escuela, porque habían sido indolentes, vagos, puede que hasta viciosos.
Por ejemplo vamos a fijarnos en el comienzo, ya os he dicho en alguna ocasión, lo importante que es un buen comienzo: voraz, trepidante, destila mala leche, ironía y sarcasmo, todo ello escribiendo muy bien.
Valeria Falcón, una mujer de nombre aéreo, espectacular, y aspecto endeble, anodino, cruzaba a buen paso la Puerta del Sol. Se dirigía, como todos los jueves sobre las siete de la tarde, hacia la casa de Ana Urrutia, una vieja actriz que, igual que Greta Garbo, supo retirarse antes del descascarillado del cutis y el deterioro de las fundas dentales, y consiguió que algunas veces el público de cierta edad se preguntara: «¿La Urrutia se ha muerto o aún vive?»
Qué logradas están las descripciones de los personajes, pero que muy bien logradas.
Charlotte Saint-Clair le saca diez centímetros a su marido, pero cuando él la ciñe por la cintura, está claro quién es la yegua y quién el jockey. Quién monta a quién. A ella, jaca de lujo, le gusta que las cosas sean así. La caracteriza una extraña vocación de servicio. Una necesidad de ser dulce en el refugio más allá de los ruidos electrónicos del teléfono móvil y de las terminales del ordenador. Servir al hombre, masajearle los pies, traerle, como un perrillo, el periódico en la boca. Las zapatillas. Mover el rabo. Arf, arf, Charlotte Saint-Clair...
(El monólogo de Ana Urrutia en la residencia a una Julia Luján, sin desperdicio, soberbio, sobresaliente, brutal, sin concesiones.)
Me ha gustado mucho, pero mucho mucho. Lo podéis encontrar en Anagrama, y aquí os dejos datos de vuestro interés.
Valeria Falcón es una actriz de cierta notoriedad que cada jueves visita a una vieja gloria del teatro, Ana Urrutia. La Urrutia padece el síndrome de Diógenes y no tiene dónde caerse muerta. Su ocaso se solapa con la eclosión de un capullo en flor, Natalia de Miguel, una joven aspirante que enamora al cínico Lorenzo Lucas, álter ego de Addison DeWitt. Nadie tendrá derecho a destrozar la felicidad de Natalia de Miguel, una chica muy delgada que en pantalla da gordita.
Por su parte, el ganador de la copa Volpi, Daniel Valls, confronta su éxito, su dinero y su glamour con la posibilidad de su compromiso político. A menudo llega a una conclusión: «Soy un débil mental.» Charlotte Saint-Clair, su esposa, lo cuida como una geisha y odia a Valeria, gran amiga de Daniel. Un ictus, el montaje teatral de Eva al desnudo y la firma de un manifiesto descubrirán al lector: Una historia sobre el miedo a perder un sitio. El sitio. Sobre la resistencia a la metamorfosis y la conveniencia –o no– de la metamorfosis. Sobre qué significa hoy ser reaccionario. Sobre los cambios de lenguaje que reflejan cambios en el mundo. Y sobre los cambios de lenguaje que no reflejan nada. Sobre las pompas de jabón, el desprestigio de la cultura y la posibilidad del arte de intervenir en la realidad. Sobre la devaluación de la imagen pública del artista. Y su precariedad. Sobre la contradicción entre glamour y compromiso. Sobre el público. Sobre el relevo generacional y el envejecimiento. Sobre la escritura como acto de mezquindad. Sobre los actores ricos que firman manifiestos y los actores pobres que no firman nada porque nadie los tiene en cuenta. Sobre la paradoja de que sólo cuando alguien es anónimo empieza a servir para algo en su comunidad. Sobre la caridad como mal y las galas de beneficencia como bucle reproductor de la injusticia. Sobre la predicación con el ejemplo. Sobre si se puede luchar contra el sistema desde el sistema. Sobre Angelina Jolie. Sobre la mise en abyme del teatro y el cine dentro del cine. Sobre la diferencia que existe entre decir «Es gente» o «Somos gente». Sobre el plural, el singular y la utilidad de la escritura.
Marta Sanz no se parece a ningún otro escritor de este país. Utiliza la risa como herramienta de diagnóstico. Un texto borde, divertido, triste, puntiagudo, urgente. Es farándula.
«Su estilo ágil (salpicado de fogonazos brillantes), su inusual habilidad para retratar situaciones y para penetrar en la psicología de los personajes, y su fino oído para capturar la lengua hablada con vivacidad admirable convierten la escritura de nuestra novelista más en una gozosa representación de vida que en una melancólica o sombría manipulación de seres muertos» (Rafael Chirbes).
«La última novela de Marta Sanz es corrosiva de punta a cabo. Constituye un carrusel desasosegante y necesario» (José-Carlos Mainer, Babelia, El País).
«Marta Sanz ha encontrado la mejor manera de ser una escritora política: ser lenguaje como se es un cuerpo. Farándula radicaliza de tal forma su apuesta literaria que no tienes más remedio que acordarte de los grandes. Pienso en Valle-Incán, por ejemplo, quien, por encima de cualquier otra consideración, impone un lenguaje elocuente por sí mismo. Te habla como nadie puede hacerlo... Farándula es revolucionaria porque impone el lenguaje como forma de literalidad» J. M. Pozuelo Yvancos, ABC).
«Estupenda Farándula… Empieza pareciendo una farsa jocosa y acaba por resultar demoledora, sin dejar de responder a la convicción de que el narrador tiene una responsabilidad… [Marta Sanz] afianza su estatus en el panorama nacional de un arte que no importa a nadie pero sigue produciendo, mientras agoniza, algunas razones para arrojar rosas amarillas al escenario» (Nadal Suau, El Cultural, El Mundo).
«Quienes sostienen que la novela ha muerto como género literario de la modernidad, deben leer con toda urgencia a Marta Sanz… espacio de ficción marcado por una creativa ironía, la originalidad de atrabiliarios argumentos y grotescos personajes, así como una irrenunciable crítica social de humorística lucidez» (Jesús Ferrer, La Razón).
«Una propuesta literaria tan singular, tan diferente a lo que se factura hoy día en España, una novela tan rica, compleja e inteligente. […] un lenguaje vivo, impetuoso, agudo, lleno de matices y de aristas, que se emparenta con nuestra mejor tradición española, desde Cervantes a Valle-Inclán, desde Quevedo a Cela. Y no, no exagero. Sanz es de las grandes» (Sara Mesa,Estado Crítico).
«Farándula es una novela que no va a dejar indiferente a ningún lector porque la mirada lúcida e irónica de Marta Sanz sobre la contemporaneidad va más allá de un simple juego lúdico. El lector que se acerque a esta novela se encontrará literatura de alta calidad, disidente, alejada de las modas que le ayudará a contemplar desde una perspectiva privilegiada el entorno cultural y social en el que nos movemos» (Javier Pinto, Qué Leer).
«La voz narrativa de Marta Sanz es intensa, original y audaz. Hace las cabriolas justas para no entorpecer una lectura voraz, pero tiene el don de atropellarnos con sensaciones y emociones que nos obligan a reconocernos en sus palabras, siempre prófugas de los lugares comunes, sin escatimar en malsonancias» (Carmen Delia Aranda, Canarias 7).
«Tiene muchísimas cosas esta Farándula de Marta Sanz para gustarle a los amantes de la buena literatura, del teatro y los que tengan sencillamente la curiosidad de intentar adivinar quién está detrás de los personajes» (Benjamín Prado, TVE, A la carta).
«[Marta Sanz] confirma su excelencia en una novela coral sobre el mundo del espectáculo y los actores que encierra numerosas y sugerentes capas. En Farándula, escrita de manera prodigiosa desde su comienzo con esa rápida visión caleidoscópica de la madrileña Puerta del Sol, y donde la ironía, el sarcasmo, el humor son demoledores, no deja de haber tristeza y hasta piedad por sus personajes, igual que ocurre en los grandes narradores como Pérez Galdós, siguiendo la estela cervantina» (Carmen R. Santos, El Imparcial).
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