Llega el final del año y me encuentro
mirando al cielo en un actitud contemplativa esperando que salga el sol, es un
cielo plomizo, grisáceo, vamos, que espera ver pasar lo que resta del día; el
frío aparece, la humedad, un olor pesado que se instala en el ambiente y parece
que las fábricas todavía humearan como en el siglo XIX, es lo que hay, la historia
se repite casi un siglo después, vuelve a nosotros en un eterno retorno
sofisticado por los mass media y nos pilla observando el horizonte y absortos
en nuestra mismidad, pero el olor pesado de contaminación, de humo sucio,
sustituye al habitual de la paja del arroz o de las ramas de la poda, y no
puedo más que evocar un Londres invernal con la niebla que se corta. El final
del año también es el tiempo de recapitular, yo no lo hago, soy mayor, pero
entiendo que lo hagáis, cada uno pasa el tiempo como puede, claro, así me
entretengo mirando listas de los mejores libros del siglo XXI, de los últimos
veinte o diez, como soy un friki os dejo varios enlaces para no sentirme
culpable con los libros que no he leído y, lo que es peor, no pienso leer: ABC_2019;
Los
50 del 19 ElPAIS;ElPeriodico_19;La
Vanguardia_década;Los
100 del XXI_The Guardian;El
confidencial
También una lengua, me dije, por ejemplo,
el latín, una vez puesta en marcha no hay quien la detenga, jamás una lengua es
lengua muerta, afirmar eso es como afirmar que los difuntos no existen en
nosotros, y lo cierto es que en nuestra cotidianidad los muertos acostumbran a
estar más presentes que los vivos. A los vivos los ves pasar y quizá nunca
vuelvas a verlos, pero un muerto se queda, su presencia se adhiere a tu piel
como lo hace este olor a mantequilla que impregna todas las cosas en esta costa
francesa. Mareada, cerré los ojos para no ver más aquella lejana playa a la
cual ya comenzaba a inventarle detalles, y yo había ido al norte de Francia a
todo menos a inventar, sólo quería documentar, trazar la orilla de una vida: la
llamada al buzón de voz de un muerto, una silueta para un final.
Publica mi admirado Mallo, y lo hace con
su estilo peculiar, con ese desafío constante al lector para que busque los
enigmas que encierra su literatura y sea capaz de reconstruir una trama que se
armoniza a través de casualidades dimensionales que ocurren en escenarios diferentes,
pero que evocan la isla de San Simón, otra vez una isla, y que se erige como leitmotiv de la trama; «Es un error dar
por hecho lo que fue contemplado». Mallo escribe sin estridencias, aceptando
los límites de la historia y recreándose en la ficción para que podamos ver su
mundo a través de un universo no necesariamente tridimensional, de túneles
espacio temporales, por eso viaja de España a Nueva York a través de la pérdida
de la conciencia como si fuese necesario que esto ocurriese para poder
trasportarse entre los diferentes mundos, esa nebulosa hace que desfilen los
acontecimientos que irán configurando al personaje.
Me
desvié para seguir bajando por la Segunda Avenida, menos transitada, donde la
nieve era tan espesa que, exceptuando turistas venidos de países cálidos,
quienes entre risas se tiraban bolas de nieve, nadie salvo yo caminaba. Los
halcones siempre sobre mi cabeza. No tardé en seguir unas pisadas de nieve que,
solitarias, se perdían en el final de la avenida.
El libro, pues, es un juego con la
ambigüedad de la trama, como os he dicho, del espacio tiempo y de la
construcción lineal para que seamos nosotros quienes nos esforcemos en
entender, si hay algo que entender, lo que se está contando.
—Te ha engañado o te confundes. Tus ganas
de creer que habías conocido a aquel con quien te identificas moralmente te
llevó a asumir que era el preso. Pero no, el preso era mi abuelo. Por cierto,
¿Antonio sigue haciendo unas galletas con forma de perro embarazado?
¿Alguna vez hemos superado la
inteligencia narrativa del Quijote? Sus narraciones encadenadas, la historia
dentro de la historia, la necesidad de los diferentes narradores de elevar su
voz con contundencia, con personalidad. En realidad inaugura y marca una tendencia
de, solo, quinientos años.
Creo que fijaba la vista en esa niña
porque quería entender la historia que aquel desconocido me estaba contando, la
historia de su nieta, algo parecido a intentar penetrar en un cuerpo muerto a
través de otro cuerpo también muerto. Nuestras cabezas están llenas de cosas
muertas y no obstante vivimos por y gracias a ellas, me dije en tanto la abuela
continuaba radiando en el piso de arriba.
Porque realmente creo que es quijotesco
en la interacción de las historias, en la concepción global de la sucesión de
tramas, este extremo me fascina.
Por eso antes del fin quiero contar una
última historia, una historia excepcional, una experiencia brutal que creo no
haber contado nunca a nadie, ocurrida en Los Ángeles a finales de la década de
los años ochenta.
Una característica del autor es el
trabajo con la ficción, con la construcción que hace malabarismos con cierta
lógica aprendida y que desconcierta al lector que se acerca a él por primera
vez; si bien es cierto que este libro no llega a los extremos formales del proyecto
Nocilla, no menos cierto es que los juegos formales también están
presentes, así como las ficciones indeterminadas dentro del propio espacio
ficcional de la novela.
Esto fue lo que ocurrió cuando aquel
marzo, conminado por el telegrama de mis padres, viajé del MIT a Florida.
Bueno, no ocurrió eso exactamente, pero casi. Lo que acabo de contar es la
trama de un cuento de Jeffrey Eugenides, titulado «Multipropiedad». Lo he
reproducido de memoria, intentando alcanzar la mayor fidelidad posible respecto
al original, original que como pronto se comprenderá he leído centenares de
veces, sí, pero no menos cierto es que mi memoria ya no está para grandes
expediciones. El caso: encontré «Multipropiedad» en una revista que cayó por la
Residencia en 1997, y nada más leer el primer párrafo no pude creerlo, todo lo
que aquel escritor relataba era, palabra por palabra y punto por punto, lo que
me había ocurrido a mí aquel marzo que fui a Florida, todo salvo unos pocos
detalles circunstanciales, y otros a los que llamaré, sencillamente, «ligeras
derivas de la realidad».
Y, ya lo sabemos, la física es un placer,
a través de sus amados fractales.
Los anillos de Saturno me proporcionó la
luminosa idea, por eso te digo que mucho cuidado con el viaje que has
emprendido, pues, como los fractales, la línea de esta costa también es
infinita, ¿te has parado a pensar en el infinito que hay contenido en cada jeep
y en cada tanque abandonado que seguro habrás visto, y en cada búnker
abandonado que verás, y en cada uno de esos tiovivos y norias que ahora
proliferan, o el infinito que hay en cada papelera de cada uno de los paseos
marítimos, en cada canto rodado, en cada salchicha normanda, en cada grano de
arena y en cada guijarro, en cada vaca que pasta en los prados adyacentes o en
cada brizna de hierba de una cuneta?, ¿lo sabes?, ¿sabes todo eso?, créeme,
puede que a pie nunca llegues a tu destino, a esa sucesión de playas del
desembarco que los aliados rebautizaron en clave como Juno, Utah u Omaha.
En Planeta.
Editorial: SEIX BARRAL
Idioma: CASTELLANO
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788432234842
Año de edición: 2019
Sobre estos tres escenarios se han librado
batallas: la isla gallega de San Simón albergó un campo de concentración
durante la guerra civil española, Vietnam fue la gran herida de la Norteamérica
de los sesenta, la costa de Normandía fue testigo del final de la Segunda
Guerra Mundial. Como las estrellas, que nos alumbran aunque estén extinguidas,
los caídos de estas contiendas están unidos a los protagonistas de esta
historia que, desde los mismos lugares pero hoy, entrelazan sus destinos
mediante conexiones sorprendentes.
Con una intensidad creativa que no da tregua al
lector, Trilogía de la guerra despliega un caleidoscopio de narraciones que
cristalizan en un insólito pero certero retrato del siglo xx y el
desconcertante xxi. Como si W. G. Sebald y David Lynch se hubieran aliado para
desvelarnos la cara B de nuestra realidad.
Agustín Fernández Mallo, uno de los grandes
renovadores de nuestras letras, llega aquí a cotas no exploradas y escribe su
proyecto más ambicioso, con su estilo integrador de disciplinas como la
ciencia, la cultura popular y la antropología, en una novela atravesada por una
poética de enorme magnetismo que logra trazar un mapa concreto y trascendental
de la contemporaneidad.
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