sábado, 8 de julio de 2017

La buena letra, Rafael Chirbes


Con este libro vuelvo a la novela corta, a la nouvelle, aunque me gusta mucho menos el galicismo que el italianismo novella, tal vez sea por ese aprecio íntimo que muchos filólogos le tenemos a Cervantes, pero el caso es que la novela, precisamos corta por sentido del espacio, es uno de los géneros en que más he trabajado. La novela corta nos da ese espacio que necesitamos y el tiempo que no tenemos, nos permite entrar en lo ficcional al tiempo que nos recreamos en lo escrito, pero todo ello de una manera más directa, más en la línea moderna del placer constante, del hedonismo sin límites y del recuerdo borroso del placer diferido tan importante para la burguesía del diecinueve que se aburría tremendamente en casa y gustaba del novelón, otros lo llamarían la gran novela, el fresco social, el retrato o como quieras, amigo lector; tal vez por eso me decanto por este género tan atractivo que, a mi modesto modo de entender, comporta dificultades técnicas extraordinarias.

La novela que presentamos sigue la trayectoria de Chirbes después de Mimoun y En la lucha final, al menos cronológicamente, y gusta, de nuevo, por el relato breve. Se lee de manera sencilla ya que opta por la epístola dirigida por la madre al hijo, gustando de ese espacio monologizado que usará Chirbes en su obra. Es complejo porque la madre no tiene buena letra, le falta cultura, por eso el autor opta por una construcción sencilla en brevísimos capítulos que se leen como al ritmo de la respiración, son aliento, breves notas reflexivas que, sin embargo, están llenas de verdad. Aquí podemos hacer una breve reflexión sobre la verdad literaria y la necesidad formal, es decir, lo poético, estrictamente, sucumbe ante lo tramado y, la verosimilitud, que tanto aprecio y Chirbes practica concienzudamente, se puede observar de una manera directa y clara. Así la novela se desliza por la cronología de la vida, por la vida, para no ser tan cursi, y deviene formalmente unas memorias de un agravio, en realidad varios. El conflicto de la guerra que lleva a las consecuencias de la postguerra al marido y al cuñado, con la pobreza y el miedo; el conflicto del amor secreto entre el cuñado y ella misma; el agravio doloroso con la cuñada que agrava un conflicto primero como fue el ser del bando de los vencidos, porque eso es lo que le pasa: fue del bando perdedor, y en la relación con su cuñada, es la perdedora de la gracia y el amor; el conflicto conyugal, la desazón y la deriva motivadas por los agravios anteriores; y tal vez el agravio con la segunda generación, de la que he hablado, con la generación que no asume la memoria y la convierte en sufrimiento propio, de ahí la necesidad de la epístola, sino que vive en la redención y el encuentro del olvido, aquí, por tanto, no es de extrañar el ansia del hijo y de la sobrina por que la madre abandone la casa, su casa, y ellos puedan construir  un nuevo edificio: metáfora cruel de la España de la transición, a modo de entender del autor, donde se abandona la memoria y se sustituye por un nuevo edificio espléndido y, tal vez, vacío. La construcción, que aquí no aparece como leitmotiv, aparece como un símbolo que es constante en su obra, la construcción como creación de un nuevo mundo relegando lo que fue, relegando y destruyendo el recuerdo que hace dolorosa la memoria, porque el hecho de abandonarla, la memoria, en consecuencia la casa, no es más que relegar lo que fue y vivir la insipidez del edificio, de lo nuevo, de la mezcla entre los vencedores y vencidos, como, de hecho, ha pasado entre la sobrina y el hijo. En el prólogo a la nueva edición bajo el título Pecados originales nos lo dice bien claro, "escribí estas novelas precisamente como un antídoto frente a los nuevos virus que, de repente, nos habían infectado: codicia y desmemoria."
Así, como he mantenido, la memoria es un fin en sí mismo, una necesidad que estará constante a lo largo de toda la novela, una necesidad de gritar alto lo que fue, para que el hijo no olvide, o al menos sepa antes de reencontrarse en ese mundo aséptico que deslumbra y produce vértigo a Chirbes.

Aún guardo la suciedad del miedo de los tres años que tu padre se pasó en el frente, dejándonos solas a tu hermana y a mí en esta ciudad que, como en mis recuerdos, se volvió de repente fantasmal y nocturna y en la que todos te miraban como si quisieran decirte que él ya no iba a volver y que no valía la pena resistir por más tiempo. El abandono.

La novela se desarrolla en el marco imaginario del Misent que reconozco como La Marina, con su marjal, su puerto, “las barcas se habían quedado amarradas en el puerto” y su mar, ”el aire llegaba húmedo y olía a mar” y en Bovra, espacio más personal en que se desarrolla el trabajo sobre la trama. Estos espacios son fundamentales porque conciben la novela dentro de un entorno público reconocible y lo matizan de características que observamos en otras de sus novelas y que he comentado. Así Bovra, ese espacio más familiar, es idóneo para el desarrollo del drama familiar, del amor, de los celos, del desencuentro, de la angustia del perdedor, es un espacio interior configurado en lo novelístico como ese hecho ficcional que determina lo literario; la creación de lugares que permiten al autor ser o decir lo que quiere decir es fundamental para el hecho artístico porque queda dotado del imaginario, no solo de este, sino del lector, en mi caso, del lector que vive en espacios parecidos y que identifica trazos de entre su memoria o recuerdos para, junto a Chirbes, construir la novela.
Cierto, como decía, la guerra y su crueldad, el miedo y el abandono, estarán presentes en toda la novela "Entonces sabíamos que estaban bombardeando Misent". Después llega la postguerra y el terror de la muerte “Durante tres meses aguardamos la noticia de que habían fusilado a tu tío”, la inseguridad y la necesidad, 

Aparecieron cadáveres en el manantial, en el huerto de naranjos que tenía una balsa en la que tú siempre querías bañarte cuando eras pequeño y donde una vez casi te ahogas; en la playa, en los arrozales. Aprendimos la suciedad del miedo.
Los fusilados no siempre eran de aquí, de Bovra. Había mujeres que venían en busca de cadáveres desde Gandía, desde Cullera, desde Tabernes.

La postguerra ocupa buena parte de la novela, con la dificultad para salir adelante, el problema de la comida, del trabajo, de la represión. Pero también nos habla dela familia, de la solidaridad, del esfuerzo que una generación realizó, esa es la reivindicación de la madre, para sacar al país de las ruinas: morales y reales.

Volvíamos los cuellos de las camisas, o los cambiábamos, zurcíamos los codos con cuidado para que no se notasen los arreglos y, al lavar, mimábamos la ropa, frotándola apenas, para no desgastarla.

Mientras el fresco se elabora, mientras vemos las pinceladas que retratan una época, también observamos las uñas sucias del pintor del barroco, del naturalismo que indaga en la naturaleza humana, la disecciona para entender y reflejar. Así llegan los conflictos personales, esa dialéctica entre la realidad y el deseo de la que tanto he hablado. La evolución del que se establece entre las dos cuñadas, entre ella misma e Isabel es fundamental porque recorre los fantasmas que Chirbes verbaliza en muchas de sus obras: vencedores y vencidos, e incluso peor, vencidos convertidos en vencedores a través del funambulismo y del engaño, del mimetismo.

Para entonces, ya nos habíamos enterado de que no era la sobrina de esa familia de Valencia, sino una de las criadas, y que si hablaba inglés era porque había vivido en Inglaterra con esa familia en los años de la República y la guerra. Fíjate si me iba a creer la repentina simpatía de su sonrisa…
Yo era una mujer, y me había trazado, o había encontrado, mi camino. Si no éramos cómplices, no podíamos ser más que enemigas.

Porque la fundamentación de la metamorfosis radica en la recreación de la desigualdad,

De repente, en la familia ya no éramos todos iguales: ellos dos habían mejorado su forma de vivir y vestir y nosotros nos habíamos vuelto más pobres. Y, sobre todo, como hubiese dicho ella en su diario, más mezquinos.

Así llegamos al último conflicto del que he hablado, el generacional, el del perdón, el de la unión entre dos Españas, el de una transición inacabada porque, a ojos de Chirbes, se hizo olvidando a los vencidos. Un conflicto que debe partir de la imagen tremenda del solar, efectivamente, lo que fue ha de ser demolido para construir lo que vemos, lo que es hoy, y solo la memoria puede poner ciertos peros. Los bosques de gruas, la trasformación del paisaje, las mareas de turistas, los parques temáticos en que se han convertido las localidades costeras de la Safor y las Marinas, pero en realidad de todo el Mediterráneo, no son  más que un recurso del autor para reivindicar que, todo ello, se ha construido sobre solares.
 «Le quedará un buen pellizco, tía», me dijo tu prima, «y es que es una pena que esté tan desaprovechado ese solar». Me dolió que hablase de mi casa como de un solar.
Vosotros volvisteis a repetirme ayer poco más o menos las mismas palabras, lo que me dio pie a pensar que lleváis bastante tiempo discutiendo el proyecto a mis espaldas.

Muy recomendable e imprescindible para entender la obra del autor. Podemos encontrarla tanto publicada en solitario, como en la recopilación de Pecados originales con revisión y prólogo del autor. Ambos en Anagrama. Aquí van datos de interés.

ISBN 978-84-339-7302-3
EAN 9788433973023
PVP SIN IVA 7,60 €
PVP CON IVA 7,90 €
NÚM. DE PÁGINAS 136
COLECCIÓN Compactos
CÓDIGO CM 446
PUBLICACIÓN 08/11/2007


Ana le cuenta a su hijo fragmentos de una vida de pequeñas miserias con las que se han tejido las relaciones personales y familiares. Sus palabras se convierten, por tanto, en duro legado para una nueva generación que quiere levantarse sobre la inocencia. En La buena letra, el autor renuncia a narrar los grandes acontecimientos históricos para poner su foco de atención en lo íntimo y cotidiano, en el conjunto de gestos y silencios que marcan las vidas de unos personajes heridos por la traición y la deslealtad; los deseos frustrados y la desesperanza de un sufrimiento inútil en la medida en que sólo sirve para alimentar la voracidad de otros.
Con este material, en el que tiene más peso lo que se intuye que lo que ex­plícitamente se narra, La buena letra se convierte en deudora de la concepción balzaquiana según la cual la novela es la historia privada de las naciones y consigue descubrir los mecanismos que funcionan como silen­cioso motor de la historia, en cuyo devenir toda generación se levanta so­bre las cenizas de otra y cada vez que el poder cambia de manos lo hace ba­jo el signo de la traición y de un sufrimiento que, siendo inútil, es también una forma descarnada de lucidez, de sabiduría. Chirbes maneja una voz que es emocionado espejo de la vida y, al mismo tiempo, construcción de un nuevo código desde el que leer el ayer convirtiéndolo en desolación de hoy.
«Profundiza en la dimensión filosófica de la literatura, vuelve a poner en danza el trinomio de la literatura mundial –el amor, el sufrimien­to y la muerte–. Una obra maestra» (T. Paprotny, Hamburger Abendblatt).
«Novela dura, cualquier cosa menos “bella”, demuestra que Chirbes es uno de los escritores más serios en nuestro país» (Javier Alfaya, El Mundo).
«Una voz original y fuerte... Rafael Chirbes, con La buena letra y Los dis­paros del cazador, se ha situado entre los mejores novelistas españoles contemporáneos» (Martine Silber, Le Monde).


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