Hemos estado dándole vueltas a mi concepto de literatura, qué diferencias voy encontrando, a lo largo de este periplo consciente, entre literatura entretenimiento y literatura, en un sentido casi canónico. He llegado a algunas conclusiones que he ido compartiendo con vosotros, lectores, a lo largo de este tiempo. La literatura entretenimiento tiene algunas de las virtudes de la literatura, como, por ejemplo, el propio placer del lector, el placer diferido, para mí, fundamental y, en ocasiones, la intención de la obra artística, imprescindible. Es cierto que en algunas ocasiones el autor, deliberadamente, elige un género de ficción que lleva al entretenimiento, casos de cierta novela policíaca o histórica, pero no renuncia a su intención de realizar una obra de arte. Si hay talento, es posible crear una obra literaria. Por otra parte la literatura, tal vez con mayúsculas, prescinde mucho más de la trama para centrarse en el placer de la escritura, en la profundización de los elementos sintácticos y gramaticales y devenir hacia un estilo propio que la convierte en arte.
Landero pertenecería a este segundo grupo, al grupo de los autores que se gustan, que trabajan el texto como una obra de artesanía, que se detienen en los períodos sintácticos e intentan dar un sello de estilo propio que haga partícipe al lector. Pero en este camino, estos autores no prescinden del lector que ha de convertirse en partícipe forzoso. Si Landero se gusta cuando escribe, también debe gustarse cuando lee el lector, porque sin ese placer añadido de la lectura por la lectura, sus largos períodos, su adjetivación intensa, sus descripciones largas, su ausencia de conectores, resultaría insoportable para muchos lectores. Porque Landero es el maestro de la imaginación, del escapismo de lo real. Aquí dejo un ejemplo:
Entonces las luces se atenuaban, el silencio iba colmando los espacios y él encendía una lamparita para leer o dibujar a lápiz en su cuaderno caprichos de su propia invención, o se adormecía, o hacía breves rondas por los pasillos, atendía a los clientes trasnochados, conversaba con la gobernanta de guardia o con el encargado de seguridad, o salía un rato a tomar el fresco a la calle, y a veces daba saltitos para estirar las piernas, se desperezaba, o caminaba un poco por la acera, con grave lentitud, presumiendo de responsabilidad, y luego volvía a entrar como si aquella fuese su casa, aquellos sus dominios, aquellas las seguras entrañas de una fortaleza o de un cubil. Le gustaba no tener jefe, ser la máxima autoridad del hotel, andar suelto a su antojo, y durante las primeras semanas disfrutó de esa sensación de libertad.
En sus anteriores obras Landero nos trasporta a la necesidad de romper con lo real en lo imaginario para construir una vida cimentada en lo literario, lo literario más bien quijotesco, porque nuestro autor es deudor de Cervantes, de la literatura con mayúsculas, e incluso del estilo. Una acción de la trama da lugar a una nueva situación, por ello se intercalan motivos para amenizar al lector. Las historias, necesariamente, no tienen que ver con la trama central, algunas podrían ser prescindibles; sin embargo, se engarzan para dar una solidez al relato muy difícil de encontrar hoy en día.
Como decía, en sus anteriores obras, la magnífica, Juegos de la edad tardía, o, incluso, El mágico aprendiz, son muestras de este escapismo de la realidad hacia la literatura, por eso el lector se debate entre la necesidad de la resolución de la huida, en esta novela mostrada explícitamente, y el placer de la lectura por la lectura sin esperar nada más, y nada menos.
Así, Landero vuelve al panorama literario con fuerza, con la ilusión intacta del buen escritor, del escritor pausado, que sabe crear ambientes y literatura, e incluso lo más difícil, contentar al lector en su ansia por descubrir los recovecos de nuestra mente sintáctica, en la cadencia de un placer diferido que nos deja con la satisfacción de haber asistido a algo hermoso, porque, efectivamente, la literatura de Landero tiene algo de antiguo sin ser anacrónico, y de bello, porque sus palabras son capaces de conectar con lo más profundo y hermoso de nuestro pensamiento.
Como el resto de su obra lo encontramos en Tusquets, y aquí os dejo la sinopsis:
Tras una vida errática e insatisfecha, Lino ha conseguido finalmente ser un hombre feliz. Es un jueves de mayo, y ante él se abre un futuro espléndido. El domingo se casará con Clara, y hoy, como anticipo de ese día venturoso, se celebrará una comida familiar. Todo invita, pues, a la armonía y a la dicha. En la cuenta atrás de esa mañana, Lino recapitula su pasado, desde que constató en su adolescencia que vive en un mundo hostil, hasta que, unos meses atrás, entró a trabajar en un hotel y allí conoció a Clara, y al señor Levin, y se inició un periodo que lo llevaría hasta este milagroso día de primavera. Pasea confiado por Madrid, aunque de vez en cuando lo asaltan presagios inquietantes. De pronto se ve envuelto en un altercado callejero, a partir del cual el feliz día de mayo se irá convirtiendo en una pesadilla que lo lanzará a la aventura del camino y a las desventuras de la culpa, y también a la búsqueda desesperada de una posible absolución que le otorgue un remanso de paz consigo mismo y con el mundo.
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