jueves, 15 de agosto de 2013

La danza de la gaviota, La danza del gabbiano ndrea Camilleri

La danza de la gaviotaAndrea Camilleri me despista, el ritmo de publicación es tan intenso que al final no sé si me he leído todas las obras de mi adorado Montalbano o todavía me falta alguna. Por eso en otras entradas de la serie os dejo la lista, no por vosotros, sino por mí, para ir repasando lo que leo o dejo de leer. 
En un periplo como el de Odiseo por internet, descubro que esta novela todavía no la había leído, así que me pongo en contacto con mi amiga Maite y, después de escuchar sus quejas sobre la herejía cometida, me la deja con la rapidez del rayo. Así que me pongo a leerla.
La lectura de las obra de Camilleri siempre la acometes con la seguridad de que no existe la posibilidad de la decepción, porque su maestría es absoluta, la variedad del personaje segura, pero siempre dentro de los tópicos de la serie, siempre: los personajes son perfectamente reconocibles, los tics cómicos seguros, y la intriga asegurada. Aquí, además, se permite jugar con la metaliteratura, bueno, no exactaemnte, ya que el personaje se refiere a sí mismo como personaje de una teleserie sobre el comisario que se puede ver en cualquier televisión: se compara con el personaje de ficción, que, paradójicamente, es el único real, el actor, siendo él mismo personaje de una ficción literaria. excelente.
En esta entrega nos encontramos a un Montalbano mayor, más mayor, que protagoniza muchos diálogos consigo mismo, con su conciencia, si lo podemos decir así, lo que Camilleri llama Montalbano uno y dos. Es una de las entregas donde más me he reído, a pesar que, paradójicamente,  la trama es mucho más sangrienta que de costumbre,  las reacciones de los personajes ante la muerte mucho más humana, mucho más visceral y verosímil, y los sentimientos quedan reflejados sin muestra de dudas. El contrabando, el tráfico de armas, la acción de la mafia, sin escrúpulos y obsesivamente animalizada, los tópicos y esquematismo de Catarella, o de Tomasseo, el fiscal pervertido, son ingredientes que nos ayudan a identificar la historia. Pero los personajes principales, nuestro comisario, Mimí, o Fazio, evolucionan más allá del esquematismo, ya que al autor no le hace falta encasillarlos más allá de los rasgos reconocibles, como el gusto del comisario por la trattoria de Enzo, y por ello se siente más libre para dejarles crecer, pensar y sufrir.
Otra entrega excelente que sigue publicando Salamandra. Aquí os dejo la sinopsis:
DANZA DE LA GAVIOTA, LA
Autor:
Colección:
Título original:
La danza del gabbiano
Traducción:
Teresa Clavel Lledó 
ISBN:
978-84-9838-487-1
Núm. pags.:
224
Tipo edición:
Rústica
PVP:
15,00 €

El insomnio ha vuelto a sacar al comisario Montalbano de la cama. Al amanecer, con una taza de café en la mano, sale a la terraza para contemplar el mar y asiste a un solitario y lúgubre espectáculo: en la arena, una gaviota enferma, o quizá herida, parece ejecutar una extraña coreografía antes de caer fulminada, como si la vida se resistiera a abandonar su cuerpo para siempre. La imagen suscita en el comisario los mismos sentimientos fúnebres e insidiosos que en los últimos tiempos han enturbiado su mente, y se le antoja una especie de premonición. Y lo es. Las vacaciones que Montalbano tenía previsto disfrutar junto a Livia se frustran cuando Fazio, la inestimable mano derecha del comisario, sencillamente desaparece del mapa. No ha vuelto a casa, su teléfono está desconectado y sólo se sabe que iba a encontrarse con alguien en el puerto. Sus compañeros se temen lo peor, y la visión de su querido Fazio herido, o tal vez muerto, mortifica a Montalbano de tal forma que no reparará en esfuerzos para encontrarlo. 

Bien entrado en la cincuentena, Salvo Montalbano vive cada día más angustiado por los efectos de la edad y el desencanto. En otro sutil toque de humor de su genial creador, los acontecimientos de La danza de la gaviota transcurren cerca del lugar donde se está rodando un episodio de la famosa teleserie sobre Montalbano. Por supuesto, éste evita a toda costa cruzarse con el actor que lo interpreta, que es mucho más joven y atractivo, aunque difícilmente tan irresistible para las mujeres como él.

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