lunes, 26 de octubre de 2015

Tren nocturno, Night train, Martin Amis



Resultado de imagen de tren nocturno amisSe puede escribir una novela policíaca y que el protagonista no sea un hombre. Además se puede escribir una novela policíaca en que aparezca una rubia y no sea tonta. También se puede escribir una novela policíaca donde se beba güisqui y donde la muerte imposible no sea una muerte cruenta. Se puede escribir una novela policíaca donde la muerta sea la que da pistas a los vivos de su muerte y su vida. Y se puede escribir una novela policíaca donde la asesina sea la muerta.

Martin Amis hace un trabajo muy interesante en esta novela donde aparecen todos los tópicos del género clásico y los trasforma hacia sus necesidades narrativas. Lo interesante es el cambio de paradigma. Así no echamos en falta ninguno de los clásicos del género, pero nos sorprende que aparezcan de la manera en que lo hacen: la protagonista es una mujer cuarentona, fondona, rubia y ex alcohólica que ha transformado su vida en su trabajo, otra policía que identifica vida y obra, función y ser. Una policía sabueso, violenta y violentada por la vida que ha llevado avocada a un caso que le rompe las entrañas. Tiene, por tanto, todos los ingredientes que desea el lector: ritmo, enunciados cortos, desaliento del héroe, pero gana en grandeza frente a otras escrituras tomando la mejor manera de hacer de los clásicos y añadiendo estos elementos de dinámica literaria notables.
Fidelidad y tenacidad, vidas que se cruzan en un laberinto complejísimo de fidelidades y apariencias, donde el suicidio no es una muerte más, sino un asesinato en toda regla, pero un asesinato perpetrado por la menos sospechosa de todos los personajes. El sospechoso dejará infinidad de pistas falsas, de mentiras y medias verdades que harán que el lector construya una personalidad equivocada, vamos, que se haga una imagen distorsionada que despiste, tanto al que lee, claro, como a la propia policía, integrados ambos en el relato a su pesar.


He visto cuerpos, cadáveres, en depósitos de paredes de azulejo, en bloques de viviendas-celdas, en calabozos de barrio, en maleteros de coches, en huecos de escaleras en obras, en embarcaderos, en zonas de maniobra de tractores y tráilers, en casas en hilera arrasadas por las llamas, en restaurantuchos de comida para llevar, en callejones transversales, en los huecos de los cables eléctricos y las tuberías de las casas, y jamás he visto ninguno que quedara en mí del modo en que ha quedado el cuerpo de Jennifer Rockwell, apoyado y desnudo tras el acto del amor y de la vida, diciendo “hasta esto, todo esto, lo dejo atrás...”
Antes valía algo, supongo, pero ahora no soy más que una rubia más, grande y madura. Mecánicamente, sin pensarlo, cogí el cuaderno de notas, la linterna, los guantes de goma y la pipa del 38. En la práctica policial te acostumbras pronto a lo que llamamos los suicidios “sí, ya”. Son esos en los que entras por la puerta, ves el cuerpo, echas un vistazo al cuarto y dices: “sí, ya.” Estaba claro que éste no era un suicidio “sí, ya”. Conocía a Jennifer Rockwell desde que tenía ocho años. Era mi chiquilla preferida. Pero también era la preferida de todo el mundo.(...)
en Homicidios, una policía de cuarenta y cuatro años, de áspero pelo rubio, tetas de luchadora, anchas espaldas y ojos azules claros en una cara que lo ha visto ya todo.(...)
Y la televisión ha arruinado a los jurados norteamericanos para siempre. Y a los abogados norteamericanos. Pero la televisión nos ha jodido también a los polis. Ninguna profesión ha sido tan masivamente trasladada a la ficción como la de poli.(...)
Había visto el vídeo: ahora tenía que leer la reseña. Me hicieron falta dos cafeteras y medio paquete de cigarrillos para liberarme de la neblina gris rojiza que se había abatido sobre mí, como una especie de papilla, durante la noche.(...)
En la Zona de Despedida me escabullí hacia los tejos para fumarme un pitillo y darme unos toques al maquillaje. La pena hace que el tabaco sepa mejor que nunca; mejor que el café, mejor que el alcohol, mejor que el sexo(...)


ISBN 978-84-339-0865-0
PVP SIN IVA 15.38 €
PVP CON IVA 16 €
NÚM. DE PÁGINAS 176
TRADUCCIÓN Jesús Zulaika

Mike Hoolihan tiene nombre de hombre, voz profunda y modales que nadie definiría como femeninos, pero es mujer y le gustan los hombres, aunque siempre ha elegido a los que menos le convenían. Y luego ha tenido que ahogar sus tribulaciones en torrentes de alcohol. Pero en la actualidad está en dique seco, pues su hígado ya no puede soportar una sola gota más de consuelo. Y como Mike también es detective en el cuerpo de policía de una ciudad americana, tiene que enfrentarse ahora al peor caso de su vida sin nada que suavice un poco los atroces bordes de la realidad. Aunque, como ella misma dice, tras haber investigado cientos de crímenes, «peor» es un concepto muy elástico, que siempre puede dar cabida a algo más. La muerta, como decía Martin Amis en "Campos de Londres", «siempre hay una muerta», es la bellísima Jennifer Rockwell, hija del jefe de Mike, que tenía veintisiete años, era científica su área de trabajo era la astrofísica, y vivía desde hacía años con Trader Faulkner, un joven profesor de filosofía. Al parecer, eran la pareja perfecta y no había nada que hiciera dudar de su felicidad. Hasta que un día Jennifer, diez minutos después de que Trader se marchara del apartamento para dirigirse a su estudio, se suicidó de tres tiros en la cabeza. El padre de la joven perfecta, que ahora es una perfecta difunta, no puede creer que su hija se haya suicidado, y apremia a la detective para que investigue y encuentre al culpable que, según él, no puede ser sino Trader, el compañero de su hija. Y Mike seguirá paso a paso las señales que Jennifer, tal vez intencionadamente, ha ido dejando, y que conducen a un agujero negro tan insondable como los que estudiaba la joven científica?

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