COSITAS

19 agosto 2025

La señora Potter no es exactamente Santa Claus, Laura Fernández

La teoría de la literatura no siempre resuelve los problemas que se nos plantean a los filólogos. Hay cuestiones, que no por debatidas, son más sencillas de resolver. Entre las innumerables cuestiones que me han ido surgiendo en mi carrera profesional, una sigue estando ahí, presente, compleja y viva. ¿Qué implica ser una novela excepcional? La respuesta tiene muchas dimensiones, por su extraordinaria complejidad. Sé que algunos elementos sí que los puedo detectar, por ejemplo, la estructura lingüística determinada en su forma narrativa; la manera de encajar los diferentes aspectos de las historias, la inteligencia con que se plantean y su organización; la capacidad estética derivada de elementos culturales aprendidos; la innovación técnica y su dimensión literaria, entendida como literaturidad. Pero no dejo de tener la sensación de la subjetividad que esto implica, de lo complejo que es determinar estos factores de una manera objetiva. Implica, seguro, la cultura del profesional, la cantidad de lecturas que haya hecho en su vida, sus estudios, la inteligencia, la sensibilidad artística, y todo ello mezclado da como resultado una capacidad intuitiva que es la que determina la capacidad de detectar las obras excepcionales. Como yo soy quien soy, y este blog es mi espacio personal, determino el canon según mi buen criterio.

La novela que os traigo es un compendio extraño que quiere ser algo nuevo, una propuesta inteligente que sigue, formalmente, la estructura del cuento, estilo Dahl, y juega con el lector a través del equívoco, la dificultad técnica y la complejidad en el entramado de los personajes. Es brillante en cuanto a la técnica, sobresaliente hacer tan sencillo algo tan complejo como el juego de la trama. Su escritura, en apariencia, es para niños, para lectores poco entusiasmados con retener y concentrarse, pero nos engaña, ese es su virtuosismo. Nos engaña con los personajes, ellas parecen ellos y ellos ellas, los nombres son compuestos para poder jugar con la ambigüedad. Las relaciones son aparentes, donde el amor nace, en realidad no lo hay y donde no lo hay, lo hay. Los escritores no venden o no escriben, son marionetas literarias que aparecen inverosímiles. Los capítulos no son capítulos, son cuentos engarzados en la novela, su independencia aparente constituye la fortaleza del todo, son quienes hacen la novela. Todo esto, junto, aparece ante nuestros ojos de lectores como una alucinación, nos obliga a trabajar sin descanso, a estar atentos, memorizar, conocer, resaltar, subrayar e, incluso, hacernos mapas de lectura para no perdernos (os dejo el mapa de personajes que, generosamente, me ha facilitado mi compañero Víctor Ferrer).

Como os decía, el tono Dahl de cuento me tiene obsesionado, como si me hablase todo el rato con una voz en off Cristoph Waltz. Resuena en mi cabeza cuando leo los títulos de los capítulos, o los microrrelatos que presenta a modo de secciones, como quieras verlo. El cuerpo narrativo mantiene un tono mágico que demuestra la infiltración inter mass media de la cultura actual, la imposibilidad de huir de estos como si fueran el faro de Alejandría.

 

(título)

En el que Francis Violet McKisco, el popular escritor de whodunnits, recibe un pérfido telegrama de su única admiradora en el que le compara con ese «abominable chicle teledramático», es decir, Las hermanas Forest investigan, lo que provoca que él pierda la cabeza y permite a su hija, la agente en prácticas Catherine Crocker, evitar contarle que esa noche tiene una cita.

 

El tono irónico, que es capaz de mantener a lo largo de toda la obra, es muy divertido. Cómo aborda la acción narrativa a modo de cuento, en un relato que se adentra en las acciones de modo, a veces infantil, mostrando a los personajes como marionetas (ya lo he comentado) del destino. El juego es constante con el lector que disfruta, sin duda.

Otro aspecto que me gustaría comentaros es el uso libre que hace de la tipografía. Si juega con nosotros a través de la historia y de los personajes, también lo hace con la gramática, con la distribución gráfica y con la sintáctica. Usa mayúsculas, cursivas, signos de exclamación a su antojo, con ello pretende reseñar aspectos del estado de ánimo, dar entrada a toda la iconografía del lenguaje no verbal, tan comunicativo como el otro. Fascinante en un mundo en que el uso de las mayúsculas se entiende como un grito al interlocutor.

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¿Mascan los muertos cereales?

¡Oh, contraten a un fantasma de (UN FANTASMA PARA CADA OCASIÓN) y lo descubrirán! ¿Qué por qué parecen de carne y hueso, y luego dejan de parecerlo? ¡Sigan leyendo!

El fantasma no tenía aspecto de fantasma. Ni siquiera era transparente. Sólo era un tipo con los ojos permanentemente entrecerrados, ojos que en vez de ojos parecían un par de ranuras para monedas, un bigote exageradamente rubio, y una corbata en la que diminutos submarinistas parecían discutir con cientos de aún más diminutas burbujas. Los submarinistas se miraban unos a otros y se decían que nada de aquello tenía sentido, pensó MacPhail. Habían muerto, se dijo, para acabar convertidos en un ridículo elemento decorativo de una ridícula corbata de un ridículo muerto. Un muerto que mascaba cereales todo el tiempo, cereales que extraía de una caja de Dixie Voom Flakes. Un muerto que, a ratos, fingía atragantarse, y tosía, y ponía los ojos en blanco, y, oh, Stumpy apartaba la vista cada vez, dejaba que algo, algo blancuzco y horrible, le borboteara de entre los labios, aquellos labios que parecían acolchados, que eran los labios de un tipo al que las cosas podrían haberle ido francamente bien si no le hubiera dado por querer estar muerto.

 

Así pues, la novela desborda la imaginación del cuento y juega con el lenguaje, como os acabo de comentar, con los personajes y con nosotros para dar a la trama una importancia que no tiene. Esa inteligencia narrativa se agradece porque rompe la dinámica normal de las novelas contemporáneas, no en su cronología, que también, sino en su contenido, en la lógica misma de la acción y de la escritura y, al menos, ofrece algo muy diferente. El hecho de que varios personajes sean escritores es muy interesante porque la une con la corriente contemporánea de la incorporación del escribidor a lo narrado como metaficción de una ficción escrita.

 

A lo mejor no pensaba en nada, a lo mejor entonces también palmoteaba en algún tipo de oscuridad, porque ¿y si la vida de los escritores era eso? ¿Y si lo que hacían era lanzarse a sí mismos salvavidas con aspecto de palabras en mitad del frondoso vacío que constituía el mundo a su alrededor? ¿Y si no podían ver con claridad todo aquello que los demás veían con claridad y necesitaban nombrarlo para que existiese?


¿Estamos ante un nuevo paradigma? Puede ser, así lo ve la crítica especializada, sin embargo, me asalta un pensamiento que no me abandona en estos casos, que si lo fuera, probablemente, quedará reducido a la especulación más o menos afortunada de críticos y filólogos. ¿Los lectores acudirán a encontrarse con ella? 

En Random House


Colección Random House

Páginas 608

Target de edad Adultos

Tipo de encuadernación Tapa blanda con solapas

Idioma ES

Fecha de publicación 04-11-2021

Autor Laura Fernández

Editorial RANDOM HOUSE

Dimensiones 136mm x 230mm

La fama de la desapacible Kimberly Clark Weymouth, una pequeña ciudad eternamente aquejada por heladas ventiscas y mucha nieve, y donde Louise Feldman ambientó el clásico infantil La señora Potter no es exactamente Santa Claus, permitió a Randal Peltzer abrir una exitosa tienda de souvenirs. Cada día, la ciudad recibe a lectores de la excéntrica escritora y, a regañadientes, vive de ella. Pero ¿qué pasaría si, harto de un destino que no ha elegido, Billy, hijo de Randal, decidiese cerrar la tienda para mudarse a otra ciudad? ¿Podría Kimberly Clark Weymouth permitirse dejar de ser el lugar que ha sido siempre y convertirse en otra cosa?

Bajo la exuberante prosa y la imaginación sin límites de Laura Fernández, se esconde una sólida historia sobre la maternidad, la creación y la renuncia, el arte como refugio y la soledad del incomprendido, en este cruce entre una novela de Roald Dahl para adultos y un alocado y digresivo T.C. Boyle que hubiera leído más de la cuenta a Joy Williams. La señora Potter no es exactamente Santa Claus pretende hacer saltar por los aires la sola idea de la existencia del relato, o del relato único de aquello que somos, porque si algo somos es una infinidad de posibilidades.



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