La
novela que os traigo es un compendio extraño que quiere ser algo nuevo, una
propuesta inteligente que sigue, formalmente, la estructura del cuento, estilo Dahl,
y juega con el lector a través del equívoco, la dificultad técnica y la
complejidad en el entramado de los personajes. Es brillante en cuanto a la
técnica, sobresaliente hacer tan sencillo algo tan complejo como el juego de la
trama. Su escritura, en apariencia, es para niños, para lectores poco
entusiasmados con retener y concentrarse, pero nos engaña, ese es su
virtuosismo. Nos engaña con los personajes, ellas parecen ellos y ellos ellas,
los nombres son compuestos para poder jugar con la ambigüedad. Las relaciones
son aparentes, donde el amor nace, en realidad no lo hay y donde no lo hay, lo
hay. Los escritores no venden o no escriben, son marionetas literarias que
aparecen inverosímiles. Los capítulos no son capítulos, son cuentos engarzados
en la novela, su independencia aparente constituye la fortaleza del todo, son
quienes hacen la novela. Todo esto, junto, aparece ante nuestros ojos de
lectores como una alucinación, nos obliga a trabajar sin descanso, a estar
atentos, memorizar, conocer, resaltar, subrayar e, incluso, hacernos mapas de lectura
para no perdernos (os dejo el mapa de personajes que, generosamente, me ha
facilitado mi compañero Víctor Ferrer).
Como
os decía, el tono Dahl de cuento me tiene obsesionado, como si me
hablase todo el rato con una voz en off Cristoph Waltz. Resuena
en mi cabeza cuando leo los títulos de los capítulos, o los microrrelatos que
presenta a modo de secciones, como quieras verlo. El cuerpo narrativo mantiene
un tono mágico que demuestra la infiltración inter mass media de la
cultura actual, la imposibilidad de huir de estos como si fueran el faro de
Alejandría.
(título)
En el
que Francis Violet McKisco, el popular escritor de whodunnits,
recibe un pérfido telegrama de su única admiradora en el que le compara con ese
«abominable chicle teledramático», es decir, Las hermanas Forest investigan,
lo que provoca que él pierda la cabeza y permite a su hija, la agente en
prácticas Catherine Crocker, evitar contarle que esa noche tiene una cita.
El
tono irónico, que es capaz de mantener a lo largo de toda la obra, es muy
divertido. Cómo aborda la acción narrativa a modo de cuento, en un relato que
se adentra en las acciones de modo, a veces infantil, mostrando a los
personajes como marionetas (ya lo he comentado) del destino. El juego es constante
con el lector que disfruta, sin duda.
Otro
aspecto que me gustaría comentaros es el uso libre que hace de la tipografía.
Si juega con nosotros a través de la historia y de los personajes, también lo
hace con la gramática, con la distribución gráfica y con la sintáctica. Usa
mayúsculas, cursivas, signos de exclamación a su antojo, con ello pretende
reseñar aspectos del estado de ánimo, dar entrada a toda la iconografía del
lenguaje no verbal, tan comunicativo como el otro. Fascinante en un mundo en
que el uso de las mayúsculas se entiende como un grito al interlocutor.
21
¿Mascan
los muertos cereales?
¡Oh,
contraten a un fantasma de (UN FANTASMA PARA CADA OCASIÓN) y lo descubrirán! ¿Qué
por qué parecen de carne y hueso, y luego dejan de parecerlo? ¡Sigan leyendo!
El
fantasma no tenía aspecto de fantasma. Ni siquiera era transparente.
Sólo era un tipo con los ojos permanentemente entrecerrados, ojos que en vez de
ojos parecían un par de ranuras para monedas, un bigote exageradamente rubio,
y una corbata en la que diminutos submarinistas parecían discutir con cientos
de aún más diminutas burbujas. Los submarinistas se miraban unos a otros y se
decían que nada de aquello tenía sentido, pensó MacPhail. Habían muerto, se
dijo, para acabar convertidos en un ridículo elemento decorativo de una ridícula
corbata de un ridículo muerto. Un muerto que mascaba cereales
todo el tiempo, cereales que extraía de una caja de Dixie Voom Flakes. Un
muerto que, a ratos, fingía atragantarse, y tosía, y ponía los ojos en blanco,
y, oh, Stumpy apartaba la vista cada vez, dejaba que algo, algo blancuzco y horrible,
le borboteara de entre los labios, aquellos labios que parecían acolchados,
que eran los labios de un tipo al que las cosas podrían haberle ido francamente
bien si no le hubiera dado por querer estar muerto.
Así
pues, la novela desborda la imaginación del cuento y juega con el lenguaje,
como os acabo de comentar, con los personajes y con nosotros para dar a la
trama una importancia que no tiene. Esa inteligencia narrativa se agradece
porque rompe la dinámica normal de las novelas contemporáneas, no en su
cronología, que también, sino en su contenido, en la lógica misma de la acción
y de la escritura y, al menos, ofrece algo muy diferente. El hecho de que
varios personajes sean escritores es muy interesante porque la une con la
corriente contemporánea de la incorporación del escribidor a lo narrado como
metaficción de una ficción escrita.
A lo
mejor no pensaba en nada, a lo mejor entonces también palmoteaba
en algún tipo de oscuridad, porque ¿y si la vida de los escritores era eso? ¿Y
si lo que hacían era lanzarse a sí mismos salvavidas con aspecto de palabras
en mitad del frondoso vacío que constituía el mundo a su alrededor? ¿Y
si no podían ver con claridad todo aquello que los demás veían con claridad y
necesitaban nombrarlo para que existiese?
En Random House
Colección Random House
Páginas
608
Target
de edad Adultos
Tipo
de encuadernación Tapa blanda con solapas
Idioma
ES
Fecha
de publicación 04-11-2021
Autor Laura
Fernández
Editorial
RANDOM HOUSE
Dimensiones
136mm x 230mm
La
fama de la desapacible Kimberly Clark Weymouth, una pequeña ciudad eternamente
aquejada por heladas ventiscas y mucha nieve, y donde Louise Feldman ambientó
el clásico infantil La señora Potter no es exactamente Santa
Claus, permitió a Randal Peltzer abrir una exitosa tienda de souvenirs.
Cada día, la ciudad recibe a lectores de la excéntrica escritora y, a
regañadientes, vive de ella. Pero ¿qué pasaría si, harto de un destino que no
ha elegido, Billy, hijo de Randal, decidiese cerrar la tienda para mudarse a
otra ciudad? ¿Podría Kimberly Clark Weymouth permitirse dejar de ser el lugar
que ha sido siempre y convertirse en otra cosa?
Bajo la exuberante prosa y la imaginación sin límites de Laura Fernández, se esconde una sólida historia sobre la maternidad, la creación y la renuncia, el arte como refugio y la soledad del incomprendido, en este cruce entre una novela de Roald Dahl para adultos y un alocado y digresivo T.C. Boyle que hubiera leído más de la cuenta a Joy Williams. La señora Potter no es exactamente Santa Claus pretende hacer saltar por los aires la sola idea de la existencia del relato, o del relato único de aquello que somos, porque si algo somos es una infinidad de posibilidades.
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