En la
literatura también pasa. En ocasiones nos encontramos con algo fresco,
diferente. No es el lenguaje solo, que también, el uso de coloquialismos,
argot, imágenes vedadas al espacio de confort individual. Es algo más. Es la
capacidad para mostrar lo que no vemos, de entrar de lleno en las pasiones más animales,
más irracionales que entroncan con la necesidad de ser: violencia, sangre y
morbo.
No
pierda a su pareja por culpa de la grasa. La narración es ágil.
La lectura parece diseñada con el ritmo de un cocainómano. Lo que más me ha
gustado es el recuerdo a novela negra, el crimen, la parte absurda de la
violencia, el desmadre de las drogas; el perfil del asesinato, la actitud de la
asesina, la psicopatía, la ausencia de sentimientos y empatía. Me gusta que se cisque
en la gordofobia, la usa como desencadenante de la acción narrativa, juega con
ella, abusa para llegar al absurdo final del asesinato.
Ni
crea que vamos a coger, Tino, me dijo Carol. Estás gordo otra vez.
La
coca no sirve. Tú dijiste que con la coca enflacaría.
Tienes
más celulitis que mi mamá. Y esas estrías asquerosas. (…)
Yo la
ignoraba. Me reservaba mi grasita. La consideraba un trofeo. Y me masturbaba
sin entusiasmo. Fantaseaba con gordas mórbidas. Era mi mediocre venganza contra
Carol. Siempre que pensaba en una flaca no conseguía venirme. No me calientan.
Cogerse a Carol era como cogerse a un hombre rasurado, por lo pinche escuálida
que estaba.
El
lenguaje se ajusta a la variedad mexicana, tan sonora, tan rica.
La
raya la puso toda robotina. Acelerina. Toda psicopatota.
La
jota de Bergerac. Los relatos son canallas. El ritmo es
trepidante. Aquí la acción es brutal, cruda y salvaje. Una pasión sin fronteras,
la obsesión del cuerpo, de la belleza que se construye desde la identidad
sentida, todo ello en un cóctel que te deja sin aliento. Puro disfrute.
Las
jotas que nos vestimos de mujer somos seres fascinantes, se dijo Alexia.
Entre
el bufe y la anorexia, el rush y la putería, el dopaje y las canciones de amor
no correspondido, Alexia era la más bonita, la más escultural, la más perfecta
de todas las «vestidas» de la ciudad. Sólo tenía un defecto: su nariz. Un
promontorio obsceno, insultante, desproporcionado. Empecinado en desafiar la
delicadeza de su rostro de modelo europea de imitación. Libre de
imperfecciones, de impurezas, de cicatrices.
El
alien agropecuario. Canalla, políticamente incorrecto. Se
cisca en lo woke, en el buenismo de escaparate de los veganos y guais.
Nada al uso, claro, en Europa no lo veo. Alien agropecuario, es un
síndrome de Down, pero adquiere la importancia de un sponsor del ego,
expresión afortunada, gurú que da aliento al decaído, al inseguro.
Nuestro alien crea el Down rock, rebautizado como la tecnoanarcumbia
del alien agropecuario, del elemento sin pretensiones más allá de su
teclado. La banda punk se reconvierte en un híbrido de festivales y todo
se sucede de un modo gamberro, ahora bien, las pasiones humanas siguen
siéndolo. Sus miserias, también.
A los
heavymierdaleros les simpatizó El alien. Les pareció tierno que instara al
público a batir las palmas. En el fondo todos los heavymetaleros son
sentimentales. Estaban conmovidos porque detrás de ese cráneo desproporcionado,
exagerado por el síndrome, se refugiaba una vedette auténtica. Nuestro down no
era cualquier Trisomía 21. Era un down carismático.
El
club de las vestidas embarazadas. Tremenda, barroca, sin concesiones.
Ahonda en las contradicciones de la maternidad, en los deseos e instintos, en
cierta verdad incómoda, subyacente y cruda.
La
gente se harta de los libroclubs, de los clubs de jardinería, de los puticlubs.
Pertenecer a un club es insano. La distancia insalvable con otras personas nos
condena a la sociopatía asistida. El aburrimiento orilla a los individuos a
fundar asociaciones anodinas, abúlicas, reuniones ideales para huir de la
familia. Y Damián deseaba escapar de su mujer. Pero estaba cansado de los
tediosos clubs conformados por señoras gordas sin quehacer. Necesitaba una
terapia que le proporcionara el desahogo de un gimnasio de boxeo sin tener que
colocarse los guantes.
El
único club respetable es la cantina. Pero Damián era abstemio. Su colitis
nerviosa, su gastritis tempranera y el reflujo lo habían condenado a no
refugiarse en la bebida. Su único vicio era la pornografía.
Todas
las tardes, durante la sesión del club de cerámica. Ordóñez, un tipo que se
vestía de mujer, le insistía que se uniera al club de las embarazadas. Una
logia secreta. Conformada por miembros anónimos. Todos homosexuales. O
lesbianas. Desamparados, incapaces de experimentar la maternidad de primera
mano.
La marrana
negra de la literatura rosa. Animal, brutal. La convivencia del
personaje con una cerda, sus conversaciones telepáticas, el sexo entre
marranos, la vida, la escritura, la infelicidad. Todo ello escrito en la
hipérbole desaforada sin límites. Hortera. Me ha encantado.
Yo
tuve una cochinita fri stayl. Una cerdita matona. Ni dálmata, ni atonal. Ni da
leche congelada. Una cuinita negra negra.
De
raza. Mi marranita tenía filin. Estaba hecha con 6/4 de gruvi, 3/8 de suing,
chil out, bit, daun tempo, mucha cumbia y soul: en total, 80 kilos de sabrosura
y glamur. No le faltaban vitaminas. No le faltaba guapeo. No le faltaba
pediquiur. Si acaso un amor. Si acaso su machín. Por eso el anuncio en el
peiper:
SE
BUSCA CHANCHO FINO PARA COMPLACER A COCHINITA SEXY
Mi
puerquita se llamaba Leonor. Oh, Leonora, Leonora.
Me la
regalaron en mi cumple. Mi sista, que siempre se ha dedicado al negocio de la
chicharronería, la levantó en un chiquero. Andaba en busca de un marrano que le
engordara el ojo. Un candidato que echar al caso el domingo. Fue entonces que
la torció. Mira qué monada. Era una lechoncita negra, con cuerpito De aquí
salen lonches.
Le
latió para mi mascota.
La
encontramos en Sexto Piso
ISBN:
9788496867741
Año
publicación: 2010
Edición:
2ª
Formato:
Rústica
Género:
Cuentos
Páginas:
136
Tamaño:
15 x 23 cm
Cuando
en 2008 se publicó La Biblia Vaquera de Carlos Velázquez, se
convirtió muy pronto en un fenómeno de culto e inclasificable. Alejándose de
las modas que recurren a la visceralidad para atraer atención, Velázquez
consiguió retratar el brutal sinsentido de una realidad desbordada mejor que
nadie "como hacen los grandes narradores", para que sea el lector
quien la padezca y la juzgue, siempre riendo con algo de desconcierto al darse
cuenta de que es posible divertirse con situaciones tan cómicamente sórdidas. La
marrana negra de la literatura rosa es un libro de relatos y el punto que
los une es un humor ácido, único recurso contra la pérdida de la capacidad de
conmoción y asombro. Velázquez es un escritor nato que permite que sus
personajes se desenvuelvan de manera natural. Cuenta sus historias con un
lenguaje que demuele los moldes rígidos de una escritura que domina al grado de
poderse mover con soltura hacia un lenguaje propio, mucho más oral y vivo que
lo habitual. Sus cuentos son como un espejo que devuelve una imagen precisa de
una realidad que de entrada se presenta deforme. Un gordo cuya mujer lo pone a
dieta de cocaína para que baje de peso, un adolescente con Síndrome de Down que
se convierte en el tecladista estrella de una fallida banda punk y una marrana
negra con aires de diva que le dicta a su atribulado dueño geniales novelas de
literatura rosa son algunos de los personajes que habitan su desquiciado y en
extremo verosímil mundo. Un microcosmos magistral, que desternilla y horroriza
a la par, decisivo para encontrarle algún sentido a ese orden revuelto y
convulso en el que transita cada día nuestra existencia.
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