COSITAS

28 mayo 2025

Hollywood, Charles Bukowski

Una de las cosas más raras como lector es acabar de leer toda la obra de un autor porque este ya no escribe o porque ha muerto. Ya me ha pasado en varias ocasiones, últimamente, con Camilleri y con Mankell. La sensación es agridulce, el hecho de saber que o les relees o no vuelves a ellos, es algo que hay que saber administrar cuando la obra te interesa por la razón que sea: sentimental, literaria o visceral. Hoy me llega el turno con Bukowski. Sí, acabo con su narrativa. Es posible que haya alguien que rescate algún relato olvidado o se haga una recopilación con material inverosímil. Pero objetivamente, con Hollywood finalizo con su prosa. No sé si volveré a él. No me importa. Sigo teniendo la hermosa sensación de haber leído algo inaugural, diferente e interesante. Gracias Chinaski.

Cuando se ha sido pobre durante mucho tiempo se adquiere cierto respeto por el dinero. No se quiere volver a estar nunca más sin nada en absoluto. Eso queda para los santos y los locos. Uno de mis éxitos en la vida era que, a pesar de todas las locuras que había hecho, yo era perfectamente normal: yo elegí hacer esas cosas, ellas no me eligieron a mí.

Con esta novela nuestro autor se adentra en el proceso mismo de la creación, poniéndose en primer plano de nuevo. Reflexiona sobre el hecho creativo en una doble dimensión. Por una parte, la elaboración del guion de una película, real; por otra, el proceso de adaptación y filmación. Todo ello lo hace con una escritura sencilla, como siempre, desprovista de adornos. El impacto permanece intacto, pero Chinaski, el alter ego de Bukowski, aparece más apaciguado, controlado en el matrimonio con Sara, deslizándose por la sordidez de los ambientes de alcohólicos, bares, callejones, convertidos, esta vez, en platós artificiales que quieren recrear una realidad que nos ha ido contando a través de sus escritos. Nunca podré saber qué hay de real y si el aura de escritor maldito obedece íntegramente a una actitud vital materializada en lo literario. Tiendo a pensar que hay diferencias entre la autenticidad vital y la verdad literaria, pero soy consciente, también, de que la vida se infiltra en la escritura, que es muy difícil sustraerse a la experiencia trascendente cuando uno abiertamente se pone en primer plano. Me da lo mismo. Para mí, es el alcohólico nihilista que hace de su propia vida un escenario, que mejor tributo a sí mismo, que acabar participando en la creación de una película sobre un borracho que está protagonizada por un actor abstemio (Mickey Rourke).

El humor característico del autor lo encontramos, en modo de ironía, en muchos pasajes de la obra. Este estilo se extiende, en este caso, mansamente por el universo que rodea al autor, es precisamente el sarcasmo, el que sitúa las capacidades del personaje. Es un recurso difícil y efectivo.

 

Apareció aquel tipo delgado y delicado, olía a arte por todos los lados. Se veía que había nacido para Crear, para Crear cosas magníficas, totalmente libre, nunca perturbado por algo tan trivial como un dolor de muelas, dudas sobre sí mismo, suerte perra. Era uno de esos que parece un genio. Yo parecía un friegaplatos, así que esos tipos siempre me jodían un poco.

 

La novela trascurre en la nada, parece que nada importe, que todo sea una broma pesada del destino, pero la socarronería de Chinaski permanece intacta, potente. Reivindicándose ante la seriedad de la literatura. La diferencia entre el best seller y Bukowski es que el primero pretende ser literario siendo una anécdota literaria y el segundo pretende ser una broma literaria y acaba siendo literatura.

 

Los dioses habían enviado a Sarah para que añadiese diez años a mi vida. Los dioses siempre me empujaban hacia la guillotina y luego, en el último momento, retiraban mi cabeza del tajo. ¡Qué raros estos dioses! Ahora me estaban empujando a escribir un guion. Algo que no me apetecía. Claro que yo sabía que si lo escribía sería bueno. Soy un genio con las palabras.

 

A lo largo de los cuentos, relatos y novelas, descubrimos un gusto exquisito por la gran música. Sus horas de radio, su amor por algo que parece anacrónico, le da ese sesgo humano que, en ocasiones, nos sorprende como lectores.

 

Esa noche, sentado ante la máquina de escribir, me serví dos copas, bebí dos copas, fumé 3 cigarrillos y escuché la Tercera de Brahms en la radio, y entonces me di cuenta de que necesitaba algo que me ayudara a entrar en el guion.

 

En el realismo sucio, del que os he hablado mucho, no hace falta nada más que impactos con las palabras para pintar a un personaje.

 

Entonces Darlene surgió de la oscuridad. Una gran boca de barra de labios. El pelo en todas direcciones. Los ojos derramando amabilidad para encubrir años de desgaste. Una gorda con vaqueros y una descolorida blusa floreada. Dos pendientes como globos oculares con iris azules colgaban balanceándose un poco. Sostenía un porro. Se abalanzó hacia nosotros.

 

El resumen de su obra de madurez es la concisión, el reflejo vital de una angustia que se asienta en el vacío de la existencia. Nihilismo sin contemplaciones; realismo descarnado, sin adornos, así como una prosa desprovista de literatura con el fin de hacer verdadera literatura.

 

Yo estaba un poco triste por no ser joven y poder hacerlo todo otra vez, beber y pelear y jugar con las palabras. Cuando uno es joven puede aguantar realmente un bombardeo. La comida no importaba. Lo que importaba era beber y sentarse a la máquina de escribir. Yo debo de haber estado loco, pero hay muchas clases de locos y algunos son bastante encantadores. Me moría de hambre con tal de tener tiempo para escribir. Eso ahora ya no se hace. Mirando la mesa me vi otra vez sentado allí. Había estado loco y lo sabía y no me importaba.

 

Siempre he creído que para nuestro autor solo existen dos maneras de arte: la música clásica y la poesía.

 

El teléfono sonaba todos los días. La gente quería entrevistar al escritor. Nunca me había dado cuenta de que había tantas revistas de cine o tantas revistas interesadas en el cine. Era una enfermedad: ese gran interés en un medio que, sin cesar, una y otra vez, no lograba producir nada en absoluto. La gente se había acostumbrado de tal forma a ver mierda en las películas que ya no se daba cuenta de que era mierda.

 

La reflexión sobre el cine, sobre la actuación y Hollywood, sobre cómo se plasma la obra en la acción fílmica, la verdad de la literatura, todo aparece en la transformación que el arte hace de los hechos, que se retuercen, se manipulan y, finalmente, aparecen como parte de la ficción artística.

 

Pero cuando Francine gritó «¡Quiero maíz!» Sonaba malhumorada, su voz era una queja, y no era la voz desesperada de una borracha. No estaba mal, estaba bien, pero no estaba lo suficientemente bien.

Entonces, cuando Francine empezó a arrancar las mazorcas me di cuenta de que no era lo mismo, que nunca podría ser lo mismo. Francine era una actriz. Jane era una borracha enloquecida. Completa y definitivamente loca. Pero uno no espera que una actuación sea perfecta. Una buena imitación basta.

 

El mundo del cine que conoce Bukowski parece que le fascina, aunque no le guste, aunque se sienta ajeno y fuera de él. La producción, el trabajo con los actores, sus manías, su ego desmedido, el montaje, el dinero, las escenas, los cambios y adaptaciones de guion, todo se va mezclando en este libro como una bitácora donde Chinaski reconoce una parte del mundo complejo de LA.

 

Sarah y yo estábamos siendo tratados como ciudadanos de segunda clase. Pero, de nuevo, ¿qué podía esperarse cuando el protagonista ganaba 750 veces más que el guionista? El público nunca recordaba quién había escrito el guion, sino solo a aquellos que lo habían jodido o lo habían hecho funcionar, tanto si era el director como los actores o quien fuese. Sarah y yo solo éramos habitantes de los tugurios.

 

Hank no es un misántropo, pero la gente no le interesa lo más mínimo, la rechaza. Su vida es la literatura, su locura es el mundo sencillo en que vive y la literatura carente de pretensiones. No quiere ser políticamente correcto. Él es siempre en sus libros.

 

Le saqué otra botella a Carl Wilson y Sarah y yo nos quedamos por allí con los demás aunque en realidad no pasaba nada. Solo gente de pie aquí y allá. Tal vez estuvieran esperando que yo me emborrachara y me volviese loco e insolente como me pasaba en algunas fiestas. Pero lo dudaba. Simplemente no tenían vida por dentro. No podían hacer otra cosa sino encerrarse dentro de un yo que no estaba muy presente. Eso no era demasiado doloroso. Era un lugar blando donde estar.

 

Lo encuentras en Anagrama.

 

ISBN 978-84-339-1426-2

EAN 9788433914262

PVP CON IVA     14.9 €

NÚM. DE PÁGINAS    320

COLECCIÓN      Compactos

CÓDIGO   CM 96

TRADUCCIÓN   Cecilia Ceriani

PUBLICACIÓN  18/04/2006

OTRAS EDICIONES   Contraseñas (CO 137)

Henry Chinaski siempre ha estado en pie de guerra, sin bajar la guardia contra el «establishment» y sus infinitos tentáculos. Pero en Hollywood no le será nada fácil: John Pinchot, un enloquecido director de cine, se empeña en llevar a la pantalla sus relatos de juventud, o sea la autobiografía de un alcohólico empedernido. Chinaski desconfía del proyecto, aunque acepta a regañadientes escribir el guion de la película. Y aquí comienzan los verdaderos problemas.

 

Bukowski cuenta en este libro las experiencias de su álter ego Chinaski durante la filmación de la película Barfly, dirigida por Barbet Schroeder e interpretada por Mickey Rourke y Faye Dunaway. Una visión sarcástica, ácida y corrosiva de los entretelones de Hollywood en la que desfilan personajes curiosos y excéntricos: productores, escritorzuelos, artistas de todo lo imaginable, ejecutivos fantasma, periodistas... Un mundo duro donde todo gira al compás del sacrosanto dólar, que es paradójicamente, el único medio para realizar los sueños más subversivos y las empresas más enloquecidas.

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