Cuando
se ha sido pobre durante mucho tiempo se adquiere cierto respeto por el dinero.
No se quiere volver a estar nunca más sin nada en absoluto. Eso queda para los
santos y los locos. Uno de mis éxitos en la vida era que, a pesar de todas las
locuras que había hecho, yo era perfectamente normal: yo elegí hacer esas
cosas, ellas no me eligieron a mí.
Con
esta novela nuestro autor se adentra en el proceso mismo de la creación, poniéndose
en primer plano de nuevo. Reflexiona sobre el hecho creativo en una doble dimensión.
Por una parte, la elaboración del guion de una película, real; por otra, el
proceso de adaptación y filmación. Todo ello lo hace con una escritura
sencilla, como siempre, desprovista de adornos. El impacto permanece intacto,
pero Chinaski, el alter ego de Bukowski, aparece más apaciguado,
controlado en el matrimonio con Sara, deslizándose por la sordidez de
los ambientes de alcohólicos, bares, callejones, convertidos, esta vez, en
platós artificiales que quieren recrear una realidad que nos ha ido contando a
través de sus escritos. Nunca podré saber qué hay de real y si el aura de
escritor maldito obedece íntegramente a una actitud vital materializada en lo
literario. Tiendo a pensar que hay diferencias entre la autenticidad vital y la
verdad literaria, pero soy consciente, también, de que la vida se infiltra en
la escritura, que es muy difícil sustraerse a la experiencia trascendente
cuando uno abiertamente se pone en primer plano. Me da lo mismo. Para mí, es el
alcohólico nihilista que hace de su propia vida un escenario, que mejor tributo
a sí mismo, que acabar participando en la creación de una película sobre un
borracho que está protagonizada por un actor abstemio (Mickey Rourke).
El
humor característico del autor lo encontramos, en modo de ironía, en muchos
pasajes de la obra. Este estilo se extiende, en este caso, mansamente por el
universo que rodea al autor, es precisamente el sarcasmo, el que sitúa las
capacidades del personaje. Es un recurso difícil y efectivo.
Apareció
aquel tipo delgado y delicado, olía a arte por todos los lados. Se veía que había
nacido para Crear, para Crear cosas magníficas, totalmente libre, nunca
perturbado por algo tan trivial como un dolor de muelas, dudas sobre sí mismo,
suerte perra. Era uno de esos que parece un genio. Yo parecía un friegaplatos,
así que esos tipos siempre me jodían un poco.
La
novela trascurre en la nada, parece que nada importe, que todo sea una broma
pesada del destino, pero la socarronería de Chinaski permanece intacta,
potente. Reivindicándose ante la seriedad de la literatura. La diferencia entre
el best seller y Bukowski es que el primero pretende ser literario
siendo una anécdota literaria y el segundo pretende ser una broma literaria y
acaba siendo literatura.
Los
dioses habían enviado a Sarah para que añadiese diez años a mi vida. Los dioses
siempre me empujaban hacia la guillotina y luego, en el último momento,
retiraban mi cabeza del tajo. ¡Qué raros estos dioses! Ahora me estaban
empujando a escribir un guion. Algo que no me apetecía. Claro que yo sabía que
si lo escribía sería bueno. Soy un genio con las palabras.
A lo
largo de los cuentos, relatos y novelas, descubrimos un gusto exquisito por la
gran música. Sus horas de radio, su amor por algo que parece anacrónico, le da
ese sesgo humano que, en ocasiones, nos sorprende como lectores.
Esa
noche, sentado ante la máquina de escribir, me serví dos copas, bebí dos copas,
fumé 3 cigarrillos y escuché la Tercera de Brahms en la radio, y entonces me di
cuenta de que necesitaba algo que me ayudara a entrar en el guion.
En el
realismo sucio, del que os he hablado mucho, no hace falta nada más que
impactos con las palabras para pintar a un personaje.
Entonces
Darlene surgió de la oscuridad. Una gran boca de barra de labios. El pelo en
todas direcciones. Los ojos derramando amabilidad para encubrir años de
desgaste. Una gorda con vaqueros y una descolorida blusa floreada. Dos
pendientes como globos oculares con iris azules colgaban balanceándose un poco.
Sostenía un porro. Se abalanzó hacia nosotros.
El resumen
de su obra de madurez es la concisión, el reflejo vital de una angustia que se
asienta en el vacío de la existencia. Nihilismo sin contemplaciones; realismo descarnado,
sin adornos, así como una prosa desprovista de literatura con el fin de hacer
verdadera literatura.
Yo
estaba un poco triste por no ser joven y poder hacerlo todo otra vez, beber y
pelear y jugar con las palabras. Cuando uno es joven puede aguantar realmente
un bombardeo. La comida no importaba. Lo que importaba era beber y sentarse a
la máquina de escribir. Yo debo de haber estado loco, pero hay muchas clases de
locos y algunos son bastante encantadores. Me moría de hambre con tal de tener
tiempo para escribir. Eso ahora ya no se hace. Mirando la mesa me vi otra vez
sentado allí. Había estado loco y lo sabía y no me importaba.
Siempre
he creído que para nuestro autor solo existen dos maneras de arte: la música clásica
y la poesía.
El
teléfono sonaba todos los días. La gente quería entrevistar al escritor. Nunca
me había dado cuenta de que había tantas revistas de cine o tantas revistas interesadas
en el cine. Era una enfermedad: ese gran interés en un medio que, sin cesar,
una y otra vez, no lograba producir nada en absoluto. La gente se había acostumbrado
de tal forma a ver mierda en las películas que ya no se daba cuenta de que era mierda.
La
reflexión sobre el cine, sobre la actuación y Hollywood, sobre cómo se plasma
la obra en la acción fílmica, la verdad de la literatura, todo aparece en la transformación
que el arte hace de los hechos, que se retuercen, se manipulan y, finalmente,
aparecen como parte de la ficción artística.
Pero
cuando Francine gritó «¡Quiero maíz!» Sonaba malhumorada, su voz era una queja,
y no era la voz desesperada de una borracha. No estaba mal, estaba bien, pero
no estaba lo suficientemente bien.
Entonces,
cuando Francine empezó a arrancar las mazorcas me di cuenta de que no era lo
mismo, que nunca podría ser lo mismo. Francine era una actriz. Jane era una
borracha enloquecida. Completa y definitivamente loca. Pero uno no espera que
una actuación sea perfecta. Una buena imitación basta.
El
mundo del cine que conoce Bukowski parece que le fascina, aunque no le guste, aunque
se sienta ajeno y fuera de él. La producción, el trabajo con los actores, sus
manías, su ego desmedido, el montaje, el dinero, las escenas, los cambios y
adaptaciones de guion, todo se va mezclando en este libro como una bitácora
donde Chinaski reconoce una parte del mundo complejo de LA.
Sarah
y yo estábamos siendo tratados como ciudadanos de segunda clase. Pero, de
nuevo, ¿qué podía esperarse cuando el protagonista ganaba 750 veces más que el
guionista? El público nunca recordaba quién había escrito el guion, sino solo a
aquellos que lo habían jodido o lo habían hecho funcionar, tanto si era el
director como los actores o quien fuese. Sarah y yo solo éramos habitantes de
los tugurios.
Hank
no es un misántropo, pero la gente no le interesa lo más mínimo, la rechaza. Su
vida es la literatura, su locura es el mundo sencillo en que vive y la
literatura carente de pretensiones. No quiere ser políticamente correcto. Él es
siempre en sus libros.
Le
saqué otra botella a Carl Wilson y Sarah y yo nos quedamos por allí con los
demás aunque en realidad no pasaba nada. Solo gente de pie aquí y allá. Tal vez
estuvieran esperando que yo me emborrachara y me volviese loco e insolente como
me pasaba en algunas fiestas. Pero lo dudaba. Simplemente no tenían vida por
dentro. No podían hacer otra cosa sino encerrarse dentro de un yo que no estaba
muy presente. Eso no era demasiado doloroso. Era un lugar blando donde estar.
Lo
encuentras en Anagrama.
ISBN 978-84-339-1426-2
EAN 9788433914262
PVP
CON IVA 14.9 €
NÚM.
DE PÁGINAS 320
COLECCIÓN Compactos
CÓDIGO CM 96
TRADUCCIÓN Cecilia Ceriani
PUBLICACIÓN 18/04/2006
OTRAS
EDICIONES Contraseñas (CO 137)
Henry
Chinaski siempre ha estado en pie de guerra, sin bajar la guardia contra el
«establishment» y sus infinitos tentáculos. Pero en Hollywood no le será nada
fácil: John Pinchot, un enloquecido director de cine, se empeña en llevar a la
pantalla sus relatos de juventud, o sea la autobiografía de un alcohólico
empedernido. Chinaski desconfía del proyecto, aunque acepta a regañadientes
escribir el guion de la película. Y aquí comienzan los verdaderos problemas.
Bukowski
cuenta en este libro las experiencias de su álter ego Chinaski durante la
filmación de la película Barfly, dirigida por Barbet Schroeder e interpretada
por Mickey Rourke y Faye Dunaway. Una visión sarcástica, ácida y corrosiva de
los entretelones de Hollywood en la que desfilan personajes curiosos y
excéntricos: productores, escritorzuelos, artistas de todo lo imaginable,
ejecutivos fantasma, periodistas... Un mundo duro donde todo gira al compás del
sacrosanto dólar, que es paradójicamente, el único medio para realizar los
sueños más subversivos y las empresas más enloquecidas.
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