viernes, 7 de julio de 2017

Los viejos amigos, Rafael Chirbes

Resultado de imagen de los viejos amigos¿Cómo puede ser que se siga leyendo un blog del que llevo un tiempo ausente? Es uno de los milagros de la red, de las comunicaciones masivas, de la posibilidad de tener a alguien siempre dispuesto a buscar algo sobre algo que le interesa. Inmenso mar, proceloso, pero inmenso, fascinante encuentro con la estadística que me devuelve a mi mundo, el de las lecturas que me acompañan incluso ahora que carezco de tiempo.
Grandes novelas, olvidadas por un tiempo y recuperadas más tarde, grandes lecturas que me siguen sorprendiendo y que vienen a mí sin esperarlas, como tantas otras veces. Chirbes se ha convertido en un fin, debo hablar sobre él, y no concibo leer sobre un autor sin haberme leído su obra. Fue primero la ruta literaria, fue después, será, una conferencia sobre el autor. Entre medio la lectura de lo que los demás han dicho, uno tras otro, Fernando Valls, Zanón o Martín Gaite , yo mismo, me releo, sí, intento configurar una lectura que me haga comprender el universo, las sensaciones, la realidad de las novelas.
Pensando en esto aventuro una primera posibilidad, conflicto. Las novelas de Chirbes, me doy cuenta ahora, establecen un conflicto entre los hombres: conflicto sexual de deseos no satisfechos, amores escondidos y abandonos, divorcios y desamor; conflictos políticos entre el ansia de la revolución y la realidad que se impone como una apisonadora que prepara el terreno para construir nuevos pisos; un conflicto social entre lo viejo y lo nuevo, entre lo anhelado y lo realizado. A la postre un conflicto de dos maneras de ver, tal vez más porque la polifonía aparece una y otra vez. Me interesa este concepto, es de lo mas marxista, también podríamos denominarlo dialéctica entre el ser y la nada.
Chirbes nos presenta esta lucha, el conflicto al fin y al cabo, como algo no resuelto, y lo hace con maestría a través de personajes más o menos arquetípicos que desarrollan los diferentes aspectos de la acción narrativa y pintan, es un término que no podemos obviar cuando hablamos del autor, una realidad como un fresco sombrío de lo que realmente es frente a lo que debió o pudo ser. «Os nombraba a los compañeros de lo que él llamaba “la lucha” Porque se percibe cierta tristeza asumida por lo que no ha sido, por lo que se ha impuesto: cierto arte sobre el arte; cierta política sobre la política, "La prolongación de la lucha armada por otros medios, el pelotón de ejecución convertido en excavadora, en grúa"; cierta clase de amor sobre el amor, aunque esto último no lo tengo tan claro, el amor homosexual no se contrapone a otro amor, es amor, y la fidelidad, el deseo o el hastío es tan patente en cualquier amor, o en cualquier relación amorosa, lo que importa, en todo caso, son los conflictos que ese amor genera.

Ellas decidieron que Magda era una represora, y, al día siguiente, le pintaron la fachada del local con signos feministas y con consignas: «lesbianas reprimen a lesbianas. Boicot»

Después de La larga marcha y La caída de Madrid, esta útlima novela de esta falsa trilogía, tiene otra de las constantes de la obra de Chirbes observable en la obra es el espacio, el espacio público entendido como los lugares a los que el autor vuelve, como he comentado en otros libros del autor: Valencia, París, Denia, Fez o Madrid, y que aquí polarizan ese espacio entre el adosado de Denia y el encuentro en Madrid.

Pienso que mientras que, aquí, los dedos del frío nos esperan a la salida del restaurante para pellizcarnos, siguen creciendo las plantas y se abren las flores delante de mi adosado en Denia a pesar de lo avanzado de la estación, mediados de noviembre;

Es espacio de la memoria, sostengo, tiene una doble dimensión que ocupa los espacios visibles, los recorridos por la reconstrucción que la memoria hace del recuerdo (como por ejemplo afirma en Los disparos del cazador) y que se identifican con diferentes pinceladas del Mediterráneo. Aquí observo siempre una íntima unión con el pintor, con la pintura, con una concepción casi canónica del arte: hecho de pinceladas reconocibles, para construir una estampa donde poder ir, aunque sin abandonar esa nostalgia, a veces pesimista ante un presente que ha depredado lo que fue mediante la construcción o la política. El paisaje es parte fundamental, por lo tanto, de la cosmogonía del autor, principio del hombre y del mundo, símbolo del conflicto que vamos a encontrar en el desarrollo de la trama.
las primeras lluvias del otoño han puesto manchas verdes y en la que aún quedan pinedas que a simple vista apenas se distinguen, pero que, si uno se fija, descubre que ocupan buena parte del paisaje, no se sabe muy bien dónde, en huecos en recodos en sitios a contrapelo, a trechos tan escondidas que uno sólo las ve cuando el camino rodea un roquedal y ya las tiene encima...
algarrobos que han sobrevivido a los sucesivos incendios intencionados: resistentes del mal.
También es cierto que observo otro espacio interior, el de los recuerdos de anécdotas o hechos que pueden configurar el yo del personaje y que se deslizan a lo largo de la novela a modo de monólogo, casi como una novela de conciencia, no exactamente ya que no es un fluir impreciso del pensamiento como en el Ulises, pero si a modo de constructo de la explicación de la realidad. Un espacio hecho de sensaciones, de elementos sensoriales que ayudan a determinar lo vivido.

El olor de humedad: de bodega hasta la que llega la humedad del mar; olor de salitre, de carburo, de petróleo. El crujido de las algas secas cuando las pisamos, el rumor opaco del mar, como un telón sonoro. También más allá del mar hay lugares desconocidos que se parecen a los que vemos en el cine...
hierbas aromáticas que Pedrito recogía en el Montgó y de cuyas virtudes alucinógenas intentaba convencernos...
Echo de menos el mar, claro que lo echo de menos, pero el mar que se extiende bajo la luz del sol, o que refleja sobre su superficie la luna: el olor yodado, salobre, el olor de agua que se pudre en el hueco de una roca y que, al tiempo que se pudre, se seca y, al secarse, deja una costra de sal, el olor de brea y cuerda mojada y pescado junto a la lonja, en el puerto, claro que me gusta; me gusta mucho, aunque nunca haya querido volver a Denia para quedarme. No he querido volver. Me quedé aquí, en Madrid, como Rita. También Rita se quedó en Madrid, a pesar de que era la única del grupo que parecía que había venido nada más que a pasar un fin de semana; para acompañar a Carlos. 

Pero ambas concepciones del paisaje, el interior que se configura sensorialmente, el histórico, si podemos llamarlo así, que se recrea con lo vivido, y el público, configurado de los espacios que habitan los personajes, confluyen y construyen  la verdadera memoria que necesita de lo reconocible, bien sea con su nombre real, Denia, o con el ficcional atribuido de otras obras,Misent, que rememora, en cualquier caso, exactamente el mismo lugar a donde ir, de algún modo. Me parece muy interesante el concepto de postmemoria de Marienne Hirsch y la pervivencia del hecho traumático de los padres en los hijos, en estos escritores de segunda generación que, en el caso de Chirbes, se niegan a plegarse ante el discursos del olvido y muestran el conflicto entre esta y la memoria.

En Denia, la vida era demasiado sencilla, una pobreza sin poesía, privada de cualquier atisbo de epopeya: los vertederos, las playas sucias, las hojas manchadas de los tebeos que buscábamos para leer en disputa con los gitanos, las botellas de penicilina cuyo contenido alguien se había inyectado y que guardábamos para utilizar como cárcel de insectos o como instrumento polivalente en juegos más excitantes y turbios. Piedras acariciadas por el mar entre las que nacen las posidonias como cabellos de ahogado que el vaivén de las olas mueve, excrecencias, seres en el cruce de caminos entre lo animal, lo mineral y lo vegetal, rugosas caracolas envueltas en musgos verdes, y de cuyo interior surgen unas patas nerviosas que se ponen a correr sobre las resbaladizas piedras, a su vez cubiertas por oscilantes y gelatinosas cabelleras; seres a los que la naturaleza parece haber vestido para asistir a un baile de disfraces; playas cubiertas de algas y esponjas secas en las que saltan los insectos y por las que pasean perros abandonados, playas pedregosas, cavidades en las que el agua planta ecos, plataformas de roca pobladas por colonias de erizos negros, verdosos, rosáceos, azulados, bajo la sábana de agua quieta y transparente como aceite y que, de repente, se riza, y luego poco a poco se levanta y embravece; arenas amarillas, tierras rojizas, ensangrentadas por el óxido: campos con viñedos, con naranjos, matas de hinojo junto al camino; pescadores, campesinos, modestos comerciantes; eso sí: el cuartel de la guardia civil cuya fachada Pedrito propuso pintar con una hoz y un martillo (nunca nos atrevimos).

Espacio, además, violado por la construcción, por la urbanización descontrolada, ese cambio del paisaje, de lo antiguo por lo nuevo, tan presente en la novela: Denia, Altea, Torrevieja, Gandía, Cullera, Benidorm y en sus recuerdos de viajes, como en Mediterráneos, o en las novelas En la orilla o Crematorio, como decía, un espacio trasformado como metáfora del cambio de las sociedades contemporáneas en nuevas sociedades de consumo, "Los llevan a ver una ciudad, un museo, y se escapan y se meten en la primera galería comercial que encuentran".. El paisaje alterado, la realidad que se contrapone al recuerdo y, en última instancia, al recuerdo.

le da la luz también como a Nueva York, por aquí y por allá, y hay árboles, huertos en el fondo del valle, las extensiones verdes de naranjos que desaparecen empujadas por nuevas construcciones, por bloques de apartamentos, por naves industriales, por almacenes cubiertos de uralita, planchas metálicas, o lo que sea eso, por enormes extensiones de cemento; por vertederos incontrolados y escombreras; las castigadas pinedas en las laderas de la montaña, los núcleos de población —veo el mar y decenas de pueblos en la costa desde la terraza de casa en los días claros— y, más acá del mar, grúas, nuevos edificios por todas partes: por supuesto que no es Nueva York, ni es el centro de nada, no, un asilo en el que esperan la muerte al sol los ateridos obreros de Europa, un patio trasero florido, y bastante sucio, aunque soleado...
 Mira de arriba abajo: mira a un palurdo que vive en Denia y construye chalets: la intrascendencia del turismo, la especulación, piensan de mí los tres,..
Desde la ventana, veo las excavadoras con sus dientes levantando las arenas del Mediterráneo, los naranjos, los cultivos de huerta, las cebollas, los ajos, las lechugas, las alcachofas, los solares, los edificios a medio construir, las grúas, transformando cientos de kilómetros de verdor en paisajes de hormigón. 


La novela fluye como el recuerdo y el discurso de sus personajes. No la veo una novela de personajes, sino una novela coral, polifónica, que proclama los estragos del tiempo en la amistad, en realidad en todo, que los cambios son incontrolables y la relatividad de lo que acontece. Los revolucionarios que fueron, los amigos y las amigas, ahora son conciencias que se buscan en esos recuerdos de lo que fueron, en la revolución, "Revolución es buscar tozudamente el sufrimiento que no se tiene" que no fue, pero que se manifestó en el desarrollo de sus respectivas vidas.
En la novela encontramos también reflexiones sobre diferentes aspectos de la vida, sobre esa diferencia dialéctica entre generaciones que se encuentran sin reconocerse, "los niños de ahora son clientes. En cuanto empiezan a hablar, se convierten en clientes. Nosotras heredábamos la ropa de primas, de hermanas mayores, nos vestíamos todas igual, comíamos lo que había, pero estos cabrones quieren marcas", porque la novela se nutre del fresco, es decir, de pintar lo visto, pero también del conflicto, de cierto determinismo que marca la historia. También encontramos uno de los temas favoritos de Chirbes, "Aprender como una de las variables de la voracidad contemporánea, no como sinónimo de saber, sino de acumular, de tener más que, de estar por encima de," porque el conflicto entre el hombre ilustrado y el homo consumidor, difiere en la concepción de lo útil, de lo necesario para vivir.
Chirbes, además, reflexiona sobre el arte y la novela, puede hacerlo por la coralidad de los personajes y su concepción, son transmisores de diferentes ideas que ayudan a entender ese conflicto planteado en toda su obra. Observamos, como he afirmado, cierto gusto por los grandes autores decimonónicos, por cierto arte canónico, afirmaba, que sirve para orientar al lector en el fin de la novela: crear un fresco razonado de lo que fue y de lo que es. Es una percepción, pero noto una amargura latente en sus obras.

Ahora ya no aparecen los grandes escenarios de Hugo, de Dickens, de Proust en las novelas, seguramente porque el turismo ha dejado de ser una actividad para unos pocos, está al alcance de cualquiera, y se han degradado los monumentos, convertidos en propiedad de salchicheros que pasan el fin de semana, se ha banalizado la percepción. Hablar de todo eso se ha convertido en pedorreo. Ahora, las novelas buscan paisajes suburbanos, habitaciones sórdidas, es un regreso al expresionismo, un regreso del dandismo y su gusto por lo sombrío...
 El escritor que se estremece ante sus adjetivos, como la puta se estremece cuando el miembro del cliente se acomoda dentro de ella, escribir eso, pero para qué...
porque si llegas arriba, si te conviertes en escritor y tienes suerte y triunfas con tu primer libro, descubrirás enseguida lo difícil que es repetir el intento de hilvanar cuatro frases seguidas sobre un papel en blanco y cuando estés así, con las manos sobre el teclado del ordenador, maldecirás la hora en que se te ocurrió tener vocación de escritor y llamarás a la muerte a voces
Otro de los aspectos reseñables de la obra de Chirbes es el sexo como espacio, "El sexo como lugar de encuentro": en Mimoun como espacio sórdido, como descenso a las profundidades del yo, en La buena letra como el amor prohibido y autodestructivo; en Los disparos del cazador como lo formal y lo informal; o aquí, como diferentes espacios que investigan el amor terminal del SIDA, también lo vemos en Paris Austerlich; el amor lésbico, el esperado o el anhelado, como he afirmado. Además aparece, de nuevo, la prostituta como espacio, como después lo hará Irina como figura, "Hay un par de putas que esperan la caída de la tarde para esconderse entre las piedras de la escollera,"  El sexo como mercancía
rusa buena, negra buena, mulata buena, y bien, todo bien, aunque manos callosas, ésta ha fregado vasos, platos, suelos y retretes antes de decidir que es mejor dedicarse a follar, o friega por las mañanas y folla por las noches, eso lo sé, me lo conozco, boca torpe, brusca, no mama bien, frota, rasca, no mama, o, por el contrario, qué finura, maravilla, seguro que esta chica estudió ballet o arte dramático en su país, en algún lugar de la extinta URSS, qué gesto para expresar la pasión, qué acertado gemido, «¿rusa?, tú, ¿rusa?». Y ella, «no, soy litvana, no rusa»
 Pero siempre el sexo y el amor como paisaje de fondo.
follar no levanta las nubes, no las esparce, ni las difumina, follar no aclara nada, si acaso, oscurece, enturbia, añade nuevas nubes, nuevos lienzos de niebla. Sales recién follado, y ya está la cosa otra vez rondando: te das pena: no me quiere nadie, folio por dinero, pagando, por dinero folio;..
La lucha permanente, el amor como una forma de guerra: struggle life. 
Sí, la lucha, la de los amigos que fueron, la de la política que fue, la de los amantes que han cambiado, porque todo ha cambiado en el reencuentro de los amigos. La podemos encontrar en Anagrama, aquí os dejo datos de interés.


ISBN 978-84-339-6845-6
EAN 9788433968456
PVP SIN IVA 12.50 €
PVP CON IVA 13 €
NÚM. DE PÁGINAS 224
CÓDIGO NH 344
PUBLICACIÓN 18/04/200
Un grupo de viejos camaradas son convocados a una cena. Un día estuvieron unidos por un proyecto común: la revolución. Ahora, tantos años después, hacen repaso de sus existencias. Miran sus vidas como algo provisional, cuyo vacío se llena de culpa, desengaño, rencor o traición. Escrita desde un punto de vista en el que no caben los discursos complacientes, Los viejos amigos propone una reflexión sobre la condición humana y las posibilidades del individuo de intervenir en el curso de la historia. Novela de voces obsesivas que responde a un tiempo de crisis de valores y de renuncia de los seres humanos a llevar las riendas de su destino. La última y esperada novela de uno de los grandes autores españoles de nuestro tiempo y también de los más elogiados internacionalmente.

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