miércoles, 12 de agosto de 2015

Campo de amapolas blancas, Gonzalo Hidalgo Bayal

Portada de Campo de amapolas blancasEl relato breve es el género más complejo. Esta afirmación tan discutible como cierta, la he hecho en más de una ocasión en mi blog. Mi gusto por el relato, por el cuento, por la novela corta, no son un secreto, son una preferencia que nace de la lectura. Me explico. El lector conforme avanza en su oficio, descubre, poco a poco, sus gustos, configura sus particularidades y perfila sus necesidades. En mi caso, es así, mi gusto por abandonar lo accesorio y hacer que la anécdota, la trama, vamos, sea lo más simple posible, y se desarrolle bajo el prisma de un análisis certero y esquemático, se ha ido acentuando con el tiempo. Me atraen de manera irremisible las escrituras que prescinden de lo circunstancial y se adentran en el dificilísimo terreno de la escritura, es decir, en el hecho ficcional o literario, porque el oficio de escribidor es muy complejo, lleno de tentaciones, de necesidades y de obsesiones.

Así pues, el relato necesita abandonar lo prescindible, y aún centrándose en multitud de ocasiones en lo cotidiano, es capaz de mostrarnos la esencia de lo contado, porque el relato cuenta, el cuento cuenta, la novela corta cuenta, cuentan una historia, configuran una trama, pero literaturizándola, convirtiéndola en el paradigma de lo ficcional. Por eso cuando la novela corta, el relato, no deja de ser una novela en miniatura, me decepciono, no porque el autor no adquiera la dimensión de maestro en la escritura, o porque no me guste, no es eso, me decepciona porque espero encontrar en cada cuento la esencia de la literatura, gozar al mismo nivel, disfrutar con la intensidad absoluta del lector experimentado. Siempre he creído que si el autor opta por el relato es por puro sentido de la economía: prescindir de lo superficial y adensar lo contado haciendo del lector el cómplice necesario para completar las necesarias elipsis, reiteraciones usurpadas y tutela de la lectura. Me gusta, sin embargo muy poco, la escritura anodina e insustancial en lo breve porque usa técnicas de la novela y se queda a  medio camino creando la incertidumbre en el lector de dónde se ha quedado la trama.
Landero en su epílogo a nuestro libro habla de novelita, dudo que en el sentido en que me he referido en el párrafo anterior a novela en miniatura, pero debo decir que a Landero le traiciona el subconsciente, porque es exactamente eso lo que ha querido decir: es una novela que se queda corta, no que sea corta, porque desarrolla un anecdotario propio de cualquier novela en el sentido más tradicional del término, pero lo hace en pocas páginas, resintiéndose lo anodino de la historia, y la necesidad del lector que, en mi caso, se encuentra con la decepción de que se ha quedado en medio del camino de una buena historia.
Pero como Gonzalo Hidalgo me parece un excelente narrador, un profesional excepcional con una prosa brillante, bien construida, sólida, he decidido quedarme con lo que me gusta, con sus logros. El comienzo es prometedor porque se adentra en el hecho literario y analiza su concepción, sus principios literarios en los que se asienta su oficio, ese hecho no pasa desapercibido para Landero que selecciona el mismo párrafo que os propongo, porque en él da en el clavo de lo que es un libro, un libro es un acto que recupera lo excepcional y lo narra, porque lo circunstancial ya nos sucede todos los días. Yo no estoy de acurdo con su afirmación, aunque desde un punto de vista realista es absolutamente cierto lo que afirma, porque el hecho de escribir en primera persona con una multitud de detalles, con una memoria excelente, es una muestra del artificio, de loq ue he dado en llamar lo ficcional, y ahí está la magia de lo literario, en que el recuerdo nunca es recuerdo ni memoria, es escritura, por lo tanto es literatura, es pura mentira verosímil, es un ejercicio del autor para no caer en la desesperación de lo cotidiano, mirad:

Siempre me ha llamado la atención que las novelas escritas en primera persona desarrollen una lujosa y pormenorizada descripción de los gestos remotos. No alcanza mi entendimiento a comprender que alguien que escribe algunos años después de los hechos, tanto da que sean cinco o diez como cuarenta, recuerde con tan minuciosa exactitud cómo su interlocutor movió la mano, miró hacia la ventana, se rascó la nariz o se arregló el cabello (todos los resortes, toda la imaginería facial de Lee Strasberg y el Actor’s Studio) en el momento justo de una pausa en una frase tantas veces anodina.(…)
¿Cómo exigir fidelidad a un acontecer perdido en el catálogo de lo insignificante, de lo sin significado?

En realidad mi respuesta sería porque miente, porque ficciona, porque escribe, porque recrea la dimensión de lo literario. La literatura es un artificio real que rehace el continuo espacio temporal de los personajes o de las propias vivencias en un entretenimiento para el lector y en un descubrimiento para el autor. Nos traslada al momento literario, es decir, al reconstruido.
La historia es una recuperación de lo sentido, un intento, vano, claro, de reconstruir de una manera honrada la memoria, por eso el recuerdo carece de nombre, y la sucesión de anécdotas son eso, una sucesión circunstancial que distraen del verdadero motivo que tiene el autor, es decir, literaturizar lo que fue.

Me maravilla que no me acucie ninguna curiosidad por tener certidumbre de los motivos o las causas, por llegar hasta el fondo de la desdicha y del dolor. La verdad definitiva anula y devalúa el recuento de probabilidades. Fue. Eso es todo.

Así pues el relato es una protonovela que se adentra en un elogio de la trivialidad, de la anécdota. Un breve paso, de puntillas, por el desarrollo de la trama. Es interesante su escritura, como he dicho, excelente, aunque es una lástima que no acabe la novela. La podemos encontrar en Tusquets, y aquí os dejo datos de vuestro interés.

NARRATIVA (F). Novela
Mayo 2008
Andanzas CA 660
ISBN: 978-84-8383-069-7
País edición: España
120 pág.
11,54 € (IVA no incluido)

Esta historia empieza con las aventuras de dos niños en el colegio de los padres hervacianos en la ciudad de Murania y concluye con el encuentro fortuito por la calle, muchos años después y también en Murania, con un hombre taciturno y desolado que despierta en el narrador los recuerdos de esos días pasados. Entre un tiempo y otro transcurre la juventud de dos amigos, sus viajes, sus primeros amores, los estudios en Madrid y en Salamanca, París y el Barrio Latino, los libros, el cine, las canciones... O quizá sea mejor decir que transcurren los eslabones del tiempo que escribe la memoria. O ese aire exacto y familiar de olvidos y recuerdos por el que todos algún día sabemos, quizá calladamente, dónde están –si es que alguna vez los hubo– esos campos de amapolas blancas y el desesperado sueño de su blancura.

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