Uno
de los mayores placeres del lector es encontrarse con novelas que han
sido publicadas tardíamente, o que lo han sido tras la muerte del
escritor. Imaginaros cuando las traducciones llegan al español,
pueden haber pasado cincuenta años. Algo así ocurre con esta
maravillosa novela de John Fante, autor publicado tardíamente
y que llega tarde al mercado español. Leo que es el padre del
realismo sucio, y que serán mi querido Bukowski y John
Martin los que se preocuparán por que nos llegue su obra,
entendiendo que es un autor de referencia. Imaginaros, además, el
placer para un escritor como yo, absolutamente invisible y
desconocido, olvidado, poco leído, me queda una vaga esperanza de
que cuando la palme alguien me leerá, placer supremo y vanidad sin
límites.
La
casa era grande porque nuestros proyectos también lo eran.
Fijaros
como comienza la novela, la energía, el resumen de la trama, la
síntesis del pensamiento burgués llevado hasta sus más lejanas
consecuencias: todo grande, inmenso, todo sin límites, porque somos
la nación elegida por Dios, la única, la grande y vigilante
Norteamérica. Efectivamente, no hace falta decir nada más,
ni leer si queréis nada más, es innecesario porque este texto nos
lo dice todo y nos invita a imaginar, a leer con el ojo cósmico.
Pero
los sueños pueden romperse, la tranquilidad de un hogar que proviene
de raíces católicas puede tambalearse por el embarazo de la mujer,
por las termitas que, como metáfora del cáncer de occidente,
carcome los cimientos mismos de esa gran casa en que los sueños
encuentran cabida. Por eso todo se tambalea. Nuestro protagonista,
guionista de Hollywood, necesitará ir a casa de sus padres en
San Juan para pedirle a su padre el favor de que les ayude en
la restauración de la casa. Y ese encuentro será el núcleo de la
trama, el desencadenante, la piedra angular sobre el que pivotan, al
menos, los tres grandes temas de la novela: la vejez y las relaciones
paterno filiales con los marcos de expectativas no cumplidos, las
decepciones y frustraciones consecuentes; la paternidad como salto al
vacío y la religión como guía de conducta.
-¿Yo?
Estoy acostumbrado. Algún días serás viejo, y tendrás hijos,
dentro de treinta y cinco o cuarenta años. Puede que te acuerdes de
lo que tu padre tte dijo.
Por
eso cuando el padre llegue, con sus sueños frustrados, a casa del
hijo, se producirá un choque entre lo esperado y lo efectivo.
-¿Qué
ha dicho del agujero?
-Quiere
meditarlo-dijo Joyce.
-No
hay nada que meditar -dije- Solo hay que arreglarlo.
Aquí
está el resumen del libro, la ansiedad del hijo frente a un sentido
común práctico, antiguo, del padre, que confronta las dos maneras
de ver el mundo, dos cosmovisiones: ahorro, autarquía,
supervivencia derivada de la Gran depresión, frente al todo en
seguida, la opulencia, el placer inmediato.
Otro
de los temas que os he anunciado es la religión, la conversión
demencial de Joyce, su mujer, al catolicismo, la ortodoxia
peculiar del padre, la intransigencia comprensiva de él, sin
desperdicio.
Era
un antojo. Tenía que serlo. Me gustaba que mi mujer fuera atea. Su
postura me facilitaba las cosas. Simplificaba la planificación
familiar. No teníamos escrúpulos a la hora de usar anticonceptivos.
Nuestra boda había sido civil. No estábamos encadenados por
principios religiosos. El divorcio estaba a mano, cuando nos
apeteciera. Si se hacía católica, habría toda clase de
complicaciones. Costaba ser un buen católico, costaba mucho, y por
eso yo había abandonado la iglesia. Para ser un buen católico
tenías que abrirte paso entre el gentío para ayudarle a Él a
cargar con la cruz. Yo posponía el gran salto adelante para otro
momento. Si ella lo daba, tendría que seguirla,porque era mi mujer.
No; era un antojo suyo, una fantasía pasajera. Tenía que serlo.
La
conversión traerá dos consecuencias, el padre que penará por la
falta de conversión del hijo, después de cincuenta años sin
confesarse, como expiación del pecado original, y la imposibilidad
de convertirse del hijo, porque su aparente superficialidad esconde
una mente reflexiva, un carácter auténtico.
La
parte final del libro nos cuenta el parto. Si nos fijamos bien
tenemos a tres generaciones de personajes, cada uno en una situación
vital y representante de un universo diferentes. El nacimiento
trasciende la vida de los tres personajes porque sirve de catarsis a
la conversión de Joyce, libera del peso de la ambigüedad a nuestro
personaje, y enfrenta al padre con el destino ansiado, porque en el
fondo todos queremos volver al útero, a la despreocupación húmeda
y silenciosa, a la alegría adolescente de respirar sin ataduras.
Y
así me quedé, aspirando aquel aroma dulce y penetrante que, sin
saber cómo, era el perfume del pelo de mi madre, y sus cálidos ojos
me sonrieron y yo me eché a llorar, porque no quería ser padre, ni
marido, ni siquiera hombe. Quería volver a tener seis o siete años,
dormir en brazos de mi madre, y entonces me dormí y soñé con ella.
Novela
magnífica de 1952 y publicada en España por Anagrama en
2008, aquí os dejo datos interesantes.
ISBN 978-84-339-3227-3
PVP sin IVA 9.31
€
PVP con IVA 10.99
€
Nº de páginas
Colección
Ebooks
Traducción Antonio-Prometeo
Moya
Los
Ángeles a comienzos de los años cincuenta, la década en que se
construyó el mito del american way of life, en que los
norteamericanos identificaron la prosperidad con los valores
familiares y religiosos, en que los californianos de clase media
querían una casa en un barrio residencial pero se conformaban con un
rancho en forma de L. En una de estas casas, pero con termitas,
niebla tóxica en la calle y un tráfico infernal, vive un próspero
guionista de la Paramount que a los treinta años ha renunciado a la
rebeldía juvenil. Se llama John Fante, ha escrito tres novelas, y
tiene mucho de Bandini, el salvador literario de la humanidad que
nunca llegó a nada. Aparecida en 1952, Llenos de vida señala un
punto de inflexión en la trayectoria del autor, que dejaría la
literatura durante más de veinte años para dedicarse al cine. No es
una novela en clave de farsa, sino una comedia acerca de la
integración y el conformismo.
«Emoción, humana y dulce y verdadera» (Kiko Amat, La Vanguardia); «Una novela divertida, desopilante en ocasiones» (Ricardo Menéndez Salmón, Mercurio).
«Emoción, humana y dulce y verdadera» (Kiko Amat, La Vanguardia); «Una novela divertida, desopilante en ocasiones» (Ricardo Menéndez Salmón, Mercurio).
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