martes, 5 de agosto de 2014

La novela de mi vida, Leonardo Padura

Hoy me despierto con una noticia que ha hecho que sonría. El profesor José Manuel Blecua, actual presidente de la RAE, en un acto en la Academia de Chile hace las siguientes declaraciones: “El español es idioma americano con un apéndice europeo” Y, claro, vienen a mi memoria las conversaciones con mi amigo José del Olmo sobre el español, su importancia económica, su expansión irrefrenable, los casi 500 millones de hablantes y el maltrato que, en muchas ocasiones, sufre en lo que Blecua, eufemísticamente, llama Europa. Vuelvo a mi smart y encuentro otra noticia de hace una semana en el cultural del ABC sobre el español en EEUU, “no solo ha crecido en tamaño la audiencia hispana es ente país, sino también su estatus socioeconómico” Porque la realidad lingüística de los idiomas de cultura está íntimamente ligada a la realidad económica: más hablantes equivale a más usuarios, equivale a mayor interés, equivale a mayores audiencias televisivas, mayor uso en la nube y mayores implicaciones comunicativas, porque en un mundo globalizado el español ya no es la lengua de unos indígenas, o de unos ignorantes peninsulares, sino una lengua de cultura apreciada, cuidada y estudiada en cualquier parte del mundo.
Si mis razonamientos son ciertos, que pueden no serlo, también significa que la literatura producida en español tiene equivalencias con el número de hablantes, es decir, que la producción americana es muy importante, lo que conlleva la aparición constante de escritores con un talento sobresaliente. Así llegamos a nuestro autor, Leonardo Padura Fuentes, cubano, que sintetiza lo mejor de esta larga trayectoria literaria y que entra, por méritos propios, en la nómina de grandes escritores hispanos.

Novela múltiple, enlazada, cuenta las tres edades del hombre, el romanticismo americano, el primer cuarto del siglo XX y la época postrevolucionaria. 

La novela parte del presente y se organiza en torno a la búsqueda que Fernando Terry hace en un doble sentido, la búsqueda de sí mismo a través del rencor y la indagación en los recovecos de la memoria para encontrar al que le traicionó cuando las puertas de la fama se le habían abierto y su carrera universitaria despegaba: traiciones, destierro, vuelta a una Cuba extraña, delatora, hostil para descubrir lo que todos sabemos, que el único traidor posible está siempre dentro de nosotros. La segunda búsqueda es literaria, es la búsqueda de la novela perdida del autor cubano José María Heredia, La novela de mi vida, que da nombre a la nuestra, y que nos lleva a la época romántica a través de la visión del propio poeta, de sus temores, de sus ilusiones. Esta segunda dimensión, que en realidad es la primera y que sirve de detonante de toda la novela, es una autobiografía de la época convulsa de la revolución por la independencia, del bolivarismo político, de los señores del azúcar, del esclavismo negro, del destino oligárquico de cualquier independencia, de la miopía política de la península, de la importancia que va adquiriendo EEUU como destino de los desterrados, del nacimiento del sentimiento patriótico, de la nación como concepto, del amor turbulento, de las pasiones desatadas, de la tisis mortal que hace que mueran los jóvenes comprometidos y revolucionarios. Esta parte es apasionante. El autor utiliza la técnica del bestseller de intercalar las diferentes edades de Cuba, del hombre, para atrapar al lector en una lectura, en ocasiones, densa, pero siempre rica y que nos proporciona un placer indiscutible. La última parte, la intermedia, es la historia de los masones en Cuba, la historia de la propia novela, de sus caminos inescrutables, de su historia, que, claro, es aprovechada por nuestro autor para retratar pasiones y momentos de lo que fue la transición hacia la revolución.

Fernando evoca la época mítica de la preindependencia y la independencia, de los escritores de la patria cubana, de La Habana que se va constituyendo como mito.

Más de una vez, por aquella calle, deambularon Heredia, Del Monte, Saco y Varela, que incluso vivió allí. A la vera de aquel pasaje de apariencia vulgar, Julián del Casal había concebido su mundo oriental, perfumado y tenue. Martí la había recorrido una y otra vez en sus años de poeta joven y ya afiebrado por su obsesión mayor, la independencia de Cuba. Lezama y Gastón Baquero la habían caminado más por empeños sexuales que por razones poéticas, al igual que Lorca, que en uno de sus bares enloqueció de amor ante la presencia insoportable de un mulato estibador de los muelles que exhibía sin recato sus brazos musculosos y el borbotón de pelos negros, encrespados como el mar, que desde el pecho le subían hacia el cuello.


Y Heredia hace una descripción maravillosa de qué es La Habana.

Aunque muchos años tardé en descubrirlo, ahora estoy seguro de que la magia de La Habana brota de su olor. Quien conozca la ciudad debe admitir que posee una luz propia, densa y leve al mismo tiempo, y un colorido exultante, que la distinguen entre mil ciudades del mundo. Pero solo su olor resulta capaz de otorgarle ese espíritu inconfundible que la hace permanecer viva en el recuerdo. Porque el olor de La Habana no es mejor ni peor, no es perfume ni es fetidez, y, sobre todo, no es puro: germina de la mezcla febril rezumada por una ciudad caótica y alucinante.

Son muy interesantes todas las reflexiones que hace sobre la literatura y el hecho del ser lector.

-Porque nada más que escribiendo uno puede saber qué es lo que quiere escribir, hasta dónde puede llegar.


Por eso no es solo la novela de Cuba, que lo es, de una época que sirvió para hacer de la isla lo que es, bueno y malo, sino que también es una profunda reflexión sobre la literatura, sobre el acto creativo, sobre la poesía, sobre historia literaria, sobre la infinitud de posibilidades que nos brinda la lectura. Fernando y Heredia con vidas paralelas, ambos separados de su destino, La Habana, Cuba, por avatares indescifrables, por envidias y por un destino único. Ambos delatados y delatores, ambos desterrados y náufragos devueltos, ambos unidos por el cordón umbilical de los olores, por el amor irreductible a una isla.

Me ha gustado mucho, así que podéis encontrarla en Tusquets.

NARRATIVA(F). Novela
Marzo2002
Andanzas CA470
ISBN:978-84-8310-199-5
Paísedición:España
352pág.
18,27 € (IVA no incluido)
Delatado a la policía, expulsado de su puesto en la universidad y tras dieciocho años en el exilio, Fernando Terry decide volver por un mes a La Habana, atraído por la posibilidad de dar al fin con la autobiografía desaparecida, La novela de mi vida, del poeta José María Heredia, al que dedicó su tesis doctoral. De paso, se enfrentará de una vez con las sospechas que han ido alimentando su rencor. A la historia de ese reencuentro y a la busca del codiciado manuscrito, se suman alternativamente dos planos temporales más: el de la vida de Heredia a comienzos del siglo xix, en los años de la Colonia, y el de los últimos días de su hijo José de Jesús de Heredia, masón, a principios del xx. Paulatinamente, las vidas de los personajes y sus peripecias van creando paralelismos insospechados, como si en Cuba la Historia se cebara en el destino individual de cualquiera que destaque por su talento: delaciones, exilios, intrigas políticas parecen insoslayables para todo creador, sea cual fuere el periodo histórico que le haya tocado vivir.

«Sí, La novela de mi vida es una novela ambiciosa, la más ambiciosa que ha escrito Padura, y una de las más ambiciosas y complejas que ha intentado un escritor cubano. El tema sagrado de los orígenes lo preside todo, también el de la búsqueda de un sentido a esos orígenes. Pero no se olvide que en un país de historia tan breve, y tan acusado de olvidar, de tener tan mala memoria, donde siempre parece que hay que comenzar de nuevo, donde todavía nos preguntamos por nuestra identidad, y donde la incertidumbre parece ser el centro de nuestro destino, buscar el sentido de nuestros orígenes puede ser lo mismo que preguntarnos por el sentido de nuestro porvenir. (...) Es una de las novelas que merece (que necesitaba) nuestra trágica y maravillosa tradición poética. (...) Como sucede con las grandes novelas, ésta nos dice tanto o más de nuestra identidad, es decir, de lo que fuimos, de lo que somos, de lo que quisimos y queremos ser, que cualquier libro de historia.»
Jorge Luis Arcos

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